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jueves, 7 de noviembre de 2013

Los dos gatitos

Había una vez un gatito que vivía en el campo. Un día recibió una carta de un familiar que vivía en la ciudad; en ella le anunciaba su visita. El gato empezó a buscar comida para invitar a su pariente.
A éste no le gustó la comida que le ofreció el gatito, pues estaba acostumbrado a comer los refinados manjares de la ciudad. Antes de marcharse, le invitó a visitarlo.
En la ciudad, el gatito tardó mucho en encontrar el domicilio de su pariente. Ruidos, sobresaltos, pisotones de la gente, amenazas de los coches...
Su pariente le recibió y le obsequió con los más exquisitos manjares. Durante la comida, el ama de llaves entró chillando; un perro callejero la perseguía rabioso.
Muy nervioso y atemorizado, nuestro gatito regresó al campo. Pensó que no valía la pena vivir con tanto lujo a costa de perder la tranquilidad. Probablemente su pariente acabaría enfermando de los nervios o con úlcera de estómago.

«Es mejor vivir en el campo con pocas cosas, que en la ciudad con muchas.»

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Los dos cangrejos

Dos cangrejos, uno muy grande y viejo, otro más pequeño y jovencito, salían a menudo juntos de paseo. Iban por la playa seguros de despertar la admiración de tantos y tantos animalitos marinos.
Un día, el cangrejo más grande vio cómo su compañero andaba de lado. ¡Qué vergüenza ir en compañía de semejante zoquete! ¡Qué pensarían los demás de él!
-¿Por qué no andas como los demás cangrejos, estúpido? -dijo a su compañero.
Este no respondió nada, pero observó que su amigo también andaba de lado.

«No conviene fijarse en los defectos de los demás, porque seguramente también nosotros estamos llenos de ellos.»

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Los dos burros

Dos burros caminaban por un camino polvoriento. Uno caminaba con gran dificultad porque iba cargado con sal; el otro, más ligero porque llevaba una carga de esponjas.
El burro que iba cargado con sal dijo al que llevaba las alforjas llenas de esponjas:
-Deberíamos intercambiar las cargas, yo ya he llevado durante mucho tiempo estas alforjas tan pesadas.
Pero el otro se opuso, quería llevar las esponjas. Al poco rato empezó a llover. El agua disolvió la sal y, en cambio, hizo que aumentara el peso de las esponjas al quedar empapadas de agua.
-Ahora podemos intercambiar las cargas -dijo el que iba cargado de esponjas. Pero esta vez su compañero no quiso.

«Nunca está de más prestar atención a los que sufren.»

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Los cinco guepardos

Mamá Guepardo tenía cinco cachorros. Un día tuvo que visitar a su prima, que estaba enferma.
-Tengo que salir, portaos bien -les avisó.
Tan pronto como ella salió, los cinco lo revolvieron todo. Cuando se les terminó la diversión en casa se fueron de paseo. Apenas habían andado cien metros cuando un águila grandísima se lanzó sobre ellos. Muy asustados, se refugiaron debajo de un paraguas abandonado. El águila se llevó a su guarida el paraguas con los cachorros dentro. Por fortuna, su vuelo se vio interrumpido por los disparos de un cazador. Los guepardos cayeron desde gran altura sobre un charco poco profundo. Atontados por el golpe, salieron del agua y volvieron a casa muertos de miedo.
Cuando los vio, Mamá Guepardo les echó la zarpa encima, y tanto les estiró las orejas que se hicieron el doble de grandes. Además, estuvieron castigados sin salir de casa durante una semana. ¡Se lo tenían bien merecido!

«Si no obedeces, tendrás lo que te mereces.»

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Los cerdos debiles

En una pocilga vivían unos cuantos cerdos; unos eran gordos y lustrosos, otros muy flacos y huesudos. Los primeros se reían de sus compañeros por su gran delgadez.
-iPobrecillos! Da pena veros; no tenéis más que huesos -dijo el más gordo de todos.
Los cerdos débiles estaban muy tristes y se sentían muy avergonzados. Un día, el granjero fue a la pocilga para llevarse unos cerdos para venderlos en la feria. ¿Qué cerdos creéis que cogió? Por supuesto, los más gordos. ¡Con qué envidia miraban los cerdos más gordos a sus raquíticos compañeros!

«Nadie se debe avergonzar, nunca se sabe lo que va a pasar.»

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Los camaradas

Es el primer día de clase. Bufalín y Coyote conversan animadamente en el patio del colegio.
-¿Habrá nuevos alumnos este curso? -pregunta Bufalín con curiosidad, pues le gusta hacer amigos.
-No creo. Esta ciudad es pequeña y apenas hay gente nueva -contesta Coyote.
La clase está completamente llena. Los alumnos, ocupados en saludarse unos a otros, no reparan en Zorrín, que, triste y tímido, se sienta apartado en un rincón, intentando pasar desapercibido.
-Queridos alumnos, os presento a Zorrín, vuestro nuevo compañero -dice la maestra-, espero que pronto seáis todos muy amigos y os llevéis bien.
En el recreo, Bufalín y Coyote juegan con él. Desde ese momento serán amigos inseparables.

«Siempre se debe ayudar a quien no tiene amigos.»

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Los caballos rivales

Había dos caballos de carreras muy buenos, pero existía entre ellos una gran rivalidad. En el establo se miraban con malos ojos y se peleaban continuamente pues cada uno se creía el mejor.
Un día llegó un caballo de carreras nuevo que se llamaba «Veloz». Nada más verlo, se olvidaron de sus problemas. Sabían que el nuevo podría desbanzarlos, pues corría mucho más que ellos.
-No importa quién gane. Lo que importa es correr y disfrutar de lo que uno hace -decía «Veloz» o sus compañeros con una sonrisa.
Y cuando ganaba, nunca se enorgullecía de ello. Sus compañeros terminaron comprendiendo que la rivalidad no tiene ningún sentido.

«No te sientas superior por ganar a tus compañeros, no es bueno rivalizar.»

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Los burros listos

La gente dice que los burros son tontos, pero no es verdad. Un labriego tenía dos burros. Los ató entre sí con una sola cuerda para que no pudieran escaparse. Cuando sintieron hambre cada uno tiraba de la cuerda intentando llegar al pesebre que tenía más cerca. Era inútil, pues la cuerda era corta. Comprendieron que tenían que dialogar.
-Vamos a ver. Somos dos para comer. La cuerda con la que estamos atados es muy corta y no podemos llegar cada uno al pesebre que tenemos más cerca. ¿Por qué no intentamos ir primero juntos al primer pesebre? Comeremos ambos de él y luego iremos también juntos a comer del otro pesebre, hasta que se nos pase el hambre.
-¡Buena idea! -exclamó su compañero. Y los dos burros se dieron el banquete a pesar de estar atados.

«Para poder subsistir hay que espabilar.»

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Los buenos amigos

Era invierno y Conejito tenía hambre. Bien abrigado, salió de su refugio y escarbó entre la nieve hasta encontrar unas zanahorias. Comió todo lo que pudo y cuando ya no tuvo hambre comprobó satisfecho que todavía le quedaba una.
«Se la llevaré a Potrín, que le gustan mucho las zanahorias», se dijo muy contento.
Así lo hizo. Potrín no estaba en su casa, así que le dejó la zanahoria delante de la puerta.
Al regresar, Potrín encontró la zanahoria y creyo que se la había dejado doña Cierva, que siempre le regalaba cosas para comer. Fue a ver doña Cierva, como no estaba en casa, le dejó la zanahoria en la puerta. Cuando doña Ciervo regresó y vio la zanahoria pensó en el hombre que estaría pasando Conejito.
De esta forma, la zanahoria pasó por tres amigos que se querían mucho.

«Los buenos amigos ayudan siempre.»

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Los bandidos

Miau, Cuac, Muu y Bee jugaban a los bandidos, y Muú y Beé siempre hacían de víctimas.
-¿No habría que turnarse? Un día de asaltados y otro de asaltantes -decían Muu y Bee. Pero Miau y Cuac se hacían los sordos para no cambiar.
Un día Miau les dijo:
-Si no estáis conformes podéis marcharos. Jugaremos Cuac y yo.
Miau y Cuac siguieron jugando a los bandidos pero ahora Cuac era la víctima.
Cuac propuso a Miau que se turnaran pues él no quería hacer siempre de víctima.
-Si no te gusta, vete -respondió Miau.
Así fue cómo Miau se quedó solo y no pudo jugar a nada. No tardó en comprender que había sido muy egoísta y pidió perdón a sus amigos de juegos.
A partir de entonces jugaron los cuatro turnándose en los papeles.

«Si eres egoísta, te quedarás solo.»

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Los amigos

Un mapache y un turón se hicieron grandes amigos durante un viaje a un lejano rincón del mundo. Durante esos días disfrutaron de todo lo que se les ofrecía.
De vuelta a sus respectivos países, ambos amigos se escribían diariamente contándose sus aventuras e intercambiando bonitos recuerdos de sus añoradas vacaciones. Pasaba el tiempo, pero la amistad entre el mapache y el turón, en vez de debilitarse, se hacía cada vez más fuerte. Tanto fue así que Ardillita, amiga del mapache, empezó a sentir unos celos tremendos.
-¡No aguanto más tanta carta! ¡Se escriben todos los días! -se quejaba Ardillita.
Así que la pequeña ardilla escondía las cartas que el mapache enviaba a su amigo. Éste al no tener noticias de su amigo, decidió averiguar qué le ocurría y en veincuatro horas se presentó en casa del mapache. Ambos se dieron cuenta de lo sucedido y Ardillita avergonzada, tuvo que pedirles perdón humildemente.

«La auténtica amistad es indestructible.»

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Las vacaciones de la familia camello

La familia Camello espera las vacaciones con mucha ilusión: ¡se van al desierto! Comienzan los preparativos para la gran aventura y unos días después la familia Camello se pone en marcha. De repente, don Camello tropieza con el cuerpo de un chimpancé medio enterrado en la arena.
-¡Está desmayado! Debe de haberse perdido. ¡Qué lejos está de su casa! -exclamó el camello muy preocupado por lo que veía.
La familia Camello decide volver enseguida pues el chimpancé está des-hidratado y puede morirse. Ya en casa, la familia Camello se desvive cuidando al chimpancé, quien, tras unos días con fiebre, parece que se recupera. Quedan dos semanas de vacaciones y deciden irse a la playa. El año que viene irán al desierto. Al menos han ayudado al chimpancé.

«Si unas buenas vacaciones quieres pasar, no importa el lugar.»

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Las siete cabritas

Siete cabritas vivían en una casita junto al bosque. Un día que doña Cabra tuvo que ir al pueblo les dijo:
-Hijas mías, cerrad bien puertas y ventanas, no salgáis por ningún motivo y, sobre todo, no abráis la puerta a nadie.
-Descuida, mamá. Vete tranquila -respondió la mayor de las cabritas.
Apenas vio don Lobo que doña Cabra se alejaba, se acercó y llamó a la puerta fingiendo ser un pobre y desfallecido osito perdido. Una de las cabritas miró por un agujero y vio sorprendida que era don Lobo. Sin tardar mucho le tiró un cubo de agua hirviende desde una ventana del piso de arriba. Don Lobo se tuvo que y estuvo en cama un tiempo debido al resfriado que cogió aque día. Cuando su madre llegó, encontró a las siete cabritas sanas y salvas. Y el lobo nunca volvió.

«Obedece a tu madre, que bien sabe lo que hace.»

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Las pulgas y el perro

Una pulga viajera se quedó a vivir entre los pelos de un perro vagabundo. Allí se encontró con otra pulga y ambas se pasaban el día charlando.
Mientras, el perro se aburría, pero sus oídos eran tan finos que un día oyó unos gritos y susurros que procedían de las pulgas. No tardó en descubrir a las dos amigas, que, muy asustadas, intentaron alejarse del perro. Este, que deseaba compañía, les dijo:
-¡Esperad un momento! ¿Por qué tenéis tanta prisa? Podemos ser buenos amigos. Yo os dejo que viváis sobre mi lomo y vosotras, a cambio, dais esos gritos de vez en cuando. Así me distraigo y vosotras vivís calentitas ¿Queréis? ¿Os parece buena idea?
Como podéis imaginaros, las pulgas aceptaron.

«Los animales y personas, por diferentes que sean, siempre pueden encontrar la forma de ser amigos.»

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Las mariquitas y el saltamontes

Saltamontes avanzaba penosamente sobre la nieve. Hacía mucho frío y necesitaba encontrar un refugio para no morir congelado. Víctima del frío y del agotamiento cayó inconsciente sobre la nieve.
Por fortuna, dos mariquitas pasaban por allí y se lo llevaron a su casa. Con buena comida y té caliente pronto se repuso. Cuando llegó la primavera, les agradeció su hospitalidad y se marchó.
En el invierno siguiente, una hijo de las mariquitas se perdió en lo más profundo del bosque. Saltamontes, que lo conocía palmo a palmo, siguió las huellas de la pequeña y no tardo en encontrarla.

«¡Qué formidable es la cooperación!»

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Las liebres y las ranas

Las liebres estaban cansadas de huir siempre y se lamentaban diciendo:
-¡Qué pesadilla tener que huir siempre de los hombres, perros, águilas y tantos otros enemigos! ¡As¡ no hay quien viva!
Un día que corrían huyendo de un lobo, al llegar a un estanque se lanzaron al agua con gran algarabía, desesperadas.
Unas ranas que estaban en la orilla tomando tranquilamente el sol, al verlas llegar, se zambulleron muy asustadas, pues ante tal algarabía temieron por su vida.
Entonces las liebres comprendieron que en la naturaleza aún había seres más débiles e indefensos que ellas.

«Siempre hay alguien más débil que tú.»

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Las hormigas bondadosas

Numerosas hormigas pasaban el duro y frío invierno en una cálida y acogedora casa y en ella descansaban por la noche junto a la lumbre.
Escucharon unos leves golpes en la puerta, se apresuraron a abrir y descubrieron a Cigarrita desmayada sobre la nieve. Rápidamente la invitaron a entrar.
Con el calor de la lumbre, Cigarrita fue entrando en calor.
-No te preocupes Cigarrita. Estás en mi refugio -la tranquilizó Hormiguita muy sonriente.
Cigarrita, avergonzada de su pasada conducta, prometió cambiar de vida. Entre tanto, ¿qué podía hacer para corresponder a los cuidados de sus anfitrionas?
-Bastará con que te encargues de hacer la comida y de barrer el hormiguero -le dijo Hormiguita, satisfecha y contenta por el cambio observado en su vieja amiga.
Cigarrita, muy emprendedora, fue desde ese momento una estupenda servidora del hormiguero. Ayudaba a sus amigas a recolectar alimentos e incluso las llevaba sobre sus alas si recorrían grandes distancias. ¡Ah! También supo amenizar las veladas ante la lumbre con su alegría y sus canciones.

«Hay que saber recapacitar y agradecer los favores recibidos.»

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Las gafas de don jaguar

Don Jaguar era muy fuerte y robusto, pero miope. Tropezaba en todas las piedras del camino y se caía en todos los hoyos.
-¿Yo, miope? ¡No sabéis lo que decís! -contestaba cada vez que sus amigos le aconsejaban que fuese al oculista.
Don Jaguar era muy aficionado al fútbol y siempre estaba en primera fila. A medida que su miopía aumentaba, él se iba acercando más y más a los jugadores, hasta llegar a sentarse en el centro del campo. Cualquier cosa antes que ponerse gafas.
Cuando al fin no tuvo más remedio que hacerlo, pues ya no veía ni su propia mano delante de sus narices, el oculista le obligó a ponerse unas gafas con unos cristales gordísimos y empezó a ver.
-Si hubiese venido antes podría llevar cristales normales, pero ahora... -le dijo.

«Ya veis a lo que conduce la tozudez.»

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Las dos ranas

Era un verano muy seco y dos ranas amigas iban de un lado a otro en busca de agua. Si no aparecía pronto un charco morirían sin remedio.
Por suerte, encontraron un pozo muy profundo donde poder buscar agua.
-Zambullámonos -dijo una de ellas.
-Espera -dijo su compañera. Este pozo no tardará en secarse y entonces ¿cómo saldremos de él?
Su amiga hizo caso, pues pensó que podrían morir, y finalmente no se metieron en el pozo. Por fortuna, poco después llovió y se formaron muchos charcos.

«Antes de hacer algo, hay que pensar los pros y los contras.»

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Las dos mariquitas

Había dos hermosas mariquitas que eran amigas. Una tenía tres puntos negros en sus alas y la otra tenía siete. Se pasaban el tiempo discutiendo sobre quién era la más hermosa, olvidándose de otras cosas importantes, como vigilar si había algún peligro.
-Yo tengo las alas más bonitas, mis puntos son más negros y redondos -decía una de ellas muy orgullosa de su belleza.
Las dos mariquitas estaban tan distraídas discutiendo quién de las dos era más hermosa que no se dieron cuenta de lo que pasaba a su alrededor. Un enorme abejorro se acercó dispuesto a zamparse a las dos. Al verlo, las dos mariquitas se precipitaron tras unos matorrales y así lograron salvarse de tan feroz enemigo. Sin embargo, sus alas resultaron desgarradas y desde entonces ya no pudieron discutir más sobre cuál de las dos era la más hermosa.

«La belleza física no es duradera, no hay que darle excesivo valor.»

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Las dos cebras

Un día se acercó a la manada de cebras un macho solitario. Como hasta entonces los días habían sido muy monótonos y aburridos, todas estaban encantadas con el nuevo visitante.
La más bella enseguida quiso llamar su atención y él se sintió muy complacido, pues era realmente hermosa y destacaba por ello entre las demás.
Pero un atardecer el forastero salió a pasear y vio a una cebra cerca del lago, contemplando la puesta de sol. Se dio cuenta de que no era especial-mente hermosa, pero era muy simpática y agradable. Rieron y hablaron de muchas cosas y al anochecer el forastero le declaró su amor.
La cebra coqueta se sintió ofendida, pues el forastero había preferido la simpatía e inteligencia de su amiga a la gran belleza que ella tenía.

«El éxito no se obtiene por ser guapo. Hay valores más importantes.»

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Las dos arañas

Dos arañas llegaron a un jardín al mismo tiempo. Empezaron a discutir sobre cuál de ellas tenía derecho a quedarse allí. Un pajarillo, que había estado atento a la disputa, intervino y les aconsejó:
-Lo mejor es que hagáis cada una vuestra propia tela de araña. La que consiga atrapar más bichos se quedará en el jardín.
Y las arañas se pusieron manos a la obra.
La primera de ellas hacía su tela a toda prisa pero sin fijarse en los detalles y de mala manera. Su compañera trabajaba con calma y hacía una red más pequeña, pero muy densa y resistente. Mientras que la primera terminó enseguida y se burlaba de su rival, ésta no hacía caso y seguía concentrada en su trabajo.
Cuando acabaron sus telas dejaron pasar un tiempo y fueron a ver cuántos bichos habían atrapado. En la primera tela sólo habían caído dos animalitos muy pequeños. En la segunda, catorce. La araña paciente y tranquila había triunfado y podía quedarse en el jardín. La otra, cansada y triste, se alejó de su rival. Comprendía que tenía que haber trabajado con más cuidado y calma. Al menos había aprendido la lección.

«Por tu interés, trabaja siempre bien.»

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Las cerillas

Chusco y Tití son dos cachorros de león muy revoltosos y traviesos. Su madre, doña Leona, les tiene prohibido jugar con cerillas.
Un día, hacen prisionero a un gatito y lo atan a un palo para jugar a los indios. A escondidas, para que nadie pueda verlos, hacen una fogata en el jardín.
Han atado al pobre gatito, que maúlla muy asustado mientras ellos dan saltos y aúllan como si estuvieran haciendo un ritual indio.
Distraídos con su juego, no se dan cuenta de que el viento mete el humo en la casa del vecino y todos tienen que salir fuera para no asfixiarse. Doña Leona adivina rápidamente quiénes han hecho la hoguera y está dispuesta a darles un buen escarmiento. Le parece muy mal que la hayan desobedecido, pero es peor aún el susto que le han dado al pequeño gatito. Les castiga sin salir de casa dos meses, excepto para ir al colegio.

«Si has desobedecido, acepta el castigo.»

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Las atracciones

En Fuenteanimal, capital de Tubolandia, el Ayuntamiento estaba reunido para ocuparse de la falta de juegos y diversiones para los pequeños de la localidad.
-Nuestros hijos no tienen lugares donde jugar -decía don Canguro.
-Hace falta un parque de atracciones, pero el Ayuntamiento no tiene dinero para construir uno -se justificaba el alcalde.
-Creo que nosotros, los padres, podemos convertirnos en atracciones para nuestros hijos en las horas libres -sugirió don Camaleón, dispuesto a hacer lo posible porque sus hijos y los demás niños pudieran divertirse sin problemas.
Así lo hicieron. Don Elefante y don Canguro paseaban a los niños. Con el cuerno de don Rinoceronte los pequeños practicaban el juego de las anillas, etc. Cuando el rey de Tubolandia lo supo, les regaló un parque de atracciones para que siempre lo tuvieran.

«En la vida se resuelven muchas cosas con imaginación.»

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Las astas del ciervo

Dandi era un ciervo que tenía las astas vueltas hacia abajo, al revés que todos los demás ciervos, y eso le daba un aspecto cómico y siniestro. Sus vecinos, al cruzarse con él, se burlaban y se reían de su defecto.
Dandi, que al principio era un ciudadano bondadoso, se volvió huraño, pues le entristecía que se burlaran siempre de él.
«En vez de comprender mi desgracia, esos cretinos me insultan para hacerme sufrir y divertirse a mi costa», pensaba Dandi, furioso y abatido. Un día, Dandi contó su historia a un pajarito que revoloteaba y piaba sobre su cabeza.
-Yo era bueno al principio, pero ellos hicieron que me volviera malo -confesó al final, reconociendo su actitud.
Impresionado, el pajarito les relató a todos lo que le había dicho Dandi. Reconocieron que habían sido los causantes del mal carácter de Dandi. Desde entonces, arrepentidos, procuran no reírse de los defectos y las desgracias ajenas.

«Si alguien tiene un defecto, nadie se debe burlar.»

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Las ardillitas y las muñecas

El almacén de Ardillita estaba lleno de nueces. Tenía más de las que se comería ese invierno y decidió hacer muñecas con ellas para alegrar el bosque. Cuando llegó la Nochebuena había hecho muchísimas muñecas. Las puso delante de su casa para que todos fueran cogiendo cuando vinieran a felicitarle las pascuas. Sin embargo, cuando fue a cenar, no le quedaba ninguna nuez que llevarse a la boca. Pero no le importó porque al final todo el mundo la había invitado a cenar y no tenía hambre.

«Si eres generoso, tus amigos te lo agradecerán.»

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Las apariencias

La señora Liebre tenía invitados y quería cocinar un sabroso plato de setas.               
-Liebrecita, bonita, anda acércate al bosque y trae este cesto lleno de setas.
Liebrecita, siempre obediente, fue al bosque y, al cabo de un rato, regresó muy contenta. Traía unas setas grandes y hermosas. Su mamá miró las setas y dijo:
-Liebrecita, estas setas tan hermosas y grandes no valen para comerlas. Necesito que traigas unas setas feas y arrugadas. Esas sí valdrán. Ya ves que las apariencias engañan y en todas las cosas hay que buscar el interior, hija. Anda al bosque y recuerda lo que te he dicho.
Liebrecita pensó un buen rato en lo que su madre había dicho. Aunque tardó más tiempo en encontrar las setas comestibles, al final llenó la cesta. Volvió a casa y su madre le preparó una comida riquísima.

«Las apariencias engañan.»

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Las abejas y la miel

Un grupo de abejas salió a buscar flores, pero no encontraron ninguna. Estaban desesperadas porque sin flores no podrían hacer miel.
Un día, una abeja descubrió una cueva lleno de flores recién cortadas. Cuando estaban todas contemplando las flores, apareció el oso de la cueva e intentó echarlas.
-¡No tienes derecho a llevarte todas las flores! Muchos animalitos vivimos gracias a ellas -exclamó una de las abejas.
En vez de enfurecerse, el oso se puso a llorar mientras les decía:
-Estoy muy triste porque me siento solo y para consolarme necesito tener muchas flores. Ellas me hacen compañía.
Las abejas se compadecieron de él y le prometieron que irían todos los días a verle. Además, le regalaron un gran tarro de miel. Así el oso pudo ser feliz al tener amigos con quien jugar, y no se sintió más solo.

«Uno puede ser feliz y hacer feliz a los demás.»

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La zorra y la rana lista

Doña Zorra presumía de ser muy rápida. Harta, doña Rana le dijo un día:
-¡Bah! Yo soy más rápida que usted y la desafió a una carrera cuando quiera.
La zorra, sonriendo con desprecio, aceptó.
Comenzó la carrera y, sin que doña Zorra la advirtiese, doña Rana saltó sobre su lomo. Así iban avanzando. De vez en cuando, doña Zorra volvía la cabeza. Al no ver a la rana, suponía que la había dejado muy atrás.
Poco antes de llegar a la meta, doña Rana dio un tremendo salto y cayó justo delante de la línea de meta, unos metros por delante de doña Zorra, que no podía creer lo que veía.
Doña Rana le gritó desde la meta:
-¡Amiga Zorra! Hace rato que la espero.
Doña Zorra se fue con el rabo entre las piernas.

«No se puede presumir antes de que llegue el fin.»

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La zorra y la liebre

Doña Liebre hablaba continuamente de lo mucho que sabía y de los títulos universitarios que tenía. Doña Zorra, humilde, escuchaba.
-He estudiado Ingeniería, Farmacia, Arquitectura, Jardinería y Biología -dijo doña Liebre con gesto presuntuoso.
-¿Y sabes mucho de cada una? -le preguntó doña Zorra con verdadera curiosidad.
-¡Oh!, pues..., ¡naturalmente que sí! Las domino totalmente -res-pondió doña Liebre vacilando.
-Me parece que no -le contestó doña Zorra. El que mucho abarca poco aprieta. Yo sólo he estudiado Medicina y estoy segura de que ahora te estás mareando por las mentiras que has dicho. Doña Zorra había dado en el clavo.

«Nunca hagáis caso de un presumido.»

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La zorra y la cigüeña

Una zorra se hizo amiga de una cigüeña y decidió invitarla una tarde a comer a su casa. Era muy bromista y quiso tomar el pelo a la pobre cigüeña.
Preparó una exquisita sopa y la sirvió en los platos llanos. La cigüeña, con su largo pico, no pudo sorber la sopa. Tras una hora de esfuerzos, desistió y se tuvo que ir sin comer. Antes de marcharse invitó a la zorra a comer en su casa y ésta, por supuesto, aceptó.
La cigüeña sirvió un exquisito guiso en dos jarros de cuello largo y estrecho. Mientras ella introducía su pico sin dificultad hasta donde estaba la comida, la zorra trataba en vano de meter su hocico en el jarro. Claro está que se quedó sin probar bocado y volvió a su casa hambrienta.

«Donde las dan, las toman.»

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La zapatilla

Zof y Zuf eran dos moscas hermanas que se querían mucho, pero también reñían a menudo por cualquier tontería.
Zuf estaba siempre fuera de casa trabajando. Cuando llegaba al hogar se encontraba con que Zof le había preparado una broma.
-¿Dónde has puesto mi comida? -preguntaba Zuf, con un hambre voraz.
-No lo sé. Te la dejé preparada sobre la mesa -contestaba Zof muy divertida.
Estas bromas desesperaban a Zuf. Un día que llegó de peor humor que de costumbre, se encontró con que Zof le había escondido las zapatillas y no podía dar con ellas.
-O me das las zapatillas ahora mismo o te estropeo las alas -amenazó Zuf.
Como su hermana estalló en carcajadas, Zuf cumplió su amenaza. Desde ese día, Zof ya no gasta más bromas a su hermana.

«El buen alumno aprende a tiempo.»

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La vivienda del gusanillo

A ver si encuentro un peral a mi gusto, porque antes vivía en un melo-cotonero infernal. ¡Qué ruido había a todas horas! -decía un gusano.
-Yo también tengo que mudarme a otro sitio más tranquilo. Vivo en un cuchitril lleno de jaleo -se quejó otro gusano que estaba a su lado.
Tan distraídos estaban con la conversación que no repararon en que se acercaban a un grupo de gallinas hambrientas que, muy contentas, abrieron el pico dispuestas a darse un banquete a costa de los dos caminantes.
En ese mismo momento el viento hizo caer una piedra sobre las gallinas, que retrocedieron muy asustadas. El ruido de la piedra alertó a los gusanillos que corrieron rápidos a esconderse.

«Mirad siempre por dónde andáis, no vaya a ser que os ocurra lo que a estos gusanillos y no tengáis la suerte que tuvieron ellos.»

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La vanidad burlada

La jirafa era muy orgullosa y, por ser alta y esbelta, se creía el animal más importante de la creación.
Una tarde, todos los animales oyeron un ruido a lo lejos. No sabían a qué era debido, por lo que preguntaron a la vanidosa jirafa si ella podía ver algo.
-Nada veo, vecinos pesados. A lo lejos está todo tranquilo -les contestó.
Una ardilla, poco satisfecha con la explicación, decidió comprobarlo por sí misma. Trepó hasta la rama más alta de un árbol y desde allí pudo ver que un gran incendio se acercaba al bosque amenazando con quemarlo. La situación era muy peligrosa.
Gracias a la modesta ardilla, los animales pudieron ponerse a salvo. Desde entonces nadie ha vuelta a hacer caso a la estúpida jirafa.

«Es mejor la modestia que la vanidad.»

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La vaca y el perro

Aprovechando que su amo se había dormido, una vaca comenzó a aden-trarse en el bosque acompañada por el perro guardián.
Al cabo de un rato de estar caminando, el perro sintió un hambre enorme. Recordó que en la cesta que llevaba la vaca sobre su cabeza había un trozo de pan. Pidió a la vaca que se agachase para cogerlo. La vaca respondió algo altanera:
-No me molestes. Estoy ocupada buscando hierba fresca -dijo la vaca sin hacerle caso.
El perro se quedó sin comer y continuaron su camino. Al poco rato, un lobo salió de la espesura, con las fauces abiertas y se abalanzó sobre la vaca, que rogó al perro que la defendiese; pero él se alejó de allí dejándola sola y el lobo se la comió.

«El egoísta no encuentra ayuda.»

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La urraca protestona

Cinco urracas vivían en la copa de un árbol. Se habían repartido las tareas domésticas y disfrutaban de todas las cosas en común. Sólo una, la menor, protestaba. Dejaba ver en muchas ocasiones su mal carácter y se enfurecía sin razón.
-Urripita me ha manchado la rama -se quejaba a Urraca, la mayor del grupo.
-¿Por qué no se lo dices a ella? Eres la única que se queja por tonterías. Si no estás contenta aquí, búscate otro árbol.
Urri, la protestona, reflexionó sobre el comentario de su compañera. Por un momento se imaginó fuera de la copa del árbol, alejada de sus compañeras, y tembló ante la idea de tener que buscarse otro árbol y otra comunidad. Entonces se dio cuenta de que su amiga tenía razón, nunca sería todo perfecto, vivir las tres juntas tenía sus ventajas y sus inconvenientes y quizá ella sólo se había fijado en lo que le disgustaba, olvidando las cosas buenas. Así, se dio cuenta de que se sentía muy a gusto con sus cuatro compañeras.

«Si estás feliz y contento valóralo y no protestes sin ton ni son.»

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La urraca ladrona

Doña Urraca tiene la feo costumbre de robar. Todos conocen su vicio y, al ver cómo doña Urraca se dispone a robar a don Perro Dogo un maletín lleno de joyas, deciden darle un escarmiento.
Con un fino cordel atan el maletín a la pata de su propietario que duerme tranquila y plácidamente. Cuando doña Urraca tira con suavidad del maletín, despierta a don Perro Dogo que, furioso, da a la ladrona una monumental paliza.
Podéis estar seguros de que doña Urraca nunca volverá a gastar una pequeña broma a nadie más, pues ha aprendido de verdad la dura lección.

«Robar no es una broma y lo paga la ladrona.»

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La urraca

La paloma vivía en la rama más alta de un árbol con sus hijos. Un día llegó una zorra hambrienta y le dijo:
-O me das uno de tus hijos o te comeré de un mordisco.
La paloma, asustada, le dio al más pequeño. La urraca, que lo había visto, dijo a la paloma:
-No vuelvas a darle otro pichón a esa zorra desalmada. Tú vives en una rama muy alta y nunca podrá alcanzarte.
La zorra no tardó en volver pidiendo otro pichón a la paloma. Esta se negó y le contestó lo que su vecina le había dicho. La zorra, irritada, fue a ver a la urraca, dispuesta a comérsela.
-Baja de la rama y explícame cómo duermes -le dijo, pensando en comérsela cuando se distrajera.
La urraca subió a la rama más alta del árbol y desde allí gritó a la zorra:
-Sube aquí si quieres ver cómo duermo.
La zorra volvió a su casa con el rabo entre las piernas.

«Siempre hay unos más listos que otros.»

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La trucha traviesa

-¡Ah, qué aburrimiento! ¿Por qué no cambiaremos de río alguna vez? -se lamentaba la trucha.
Un día nadó río abajo. Al cabo de mucho rato, sintió que la corriente le arrastraba hacia el mar. Entonces se acordó de su familia y quiso regresar a casa, pero no podía y se alejaba cada vez más. En la inmensidad del océano se sintió perdida, y vio que se acercaba un caballito de mar.
-¿Qué te pasa, truchita? -le preguntó al verla triste.
La trucha le explicó lo sucedido. Entonces, el caballito se echó a la trucha a sus espaldas y la llevó hasta donde empezaba el río. Desde allí podría regresar a su casa.
-¡Gracias, buen caballito de mar! ¡A ti te debo que nada me haya ocurrido! -exclamó la trucha, agradecida.
El gentil caballito se alejó, muy contento, y la trucha pudo regresar a casa y prometió que jamás volvería a irse.

«Más vale lo malo conocido, que lo bueno por conocer.»

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La trompa del elefante

Hace muchos años los elefantes no tenían trompa sino una nariz algo pronunciada. El origen de la trompa se debe a un elefantito muy curioso que no paraba de hacer preguntas.
-¿Por qué anda usted siempre bajo tierra? -le preguntaba al señor Topo.
-¿Qué comes? -decía a su vecino el conejo.
-¿Por qué duermes boca abajo, Murciélago?
Estaban hartos de que hiciera tantas preguntas. Un día le preguntó al cocodrilo.
-¿Por qué estás en el agua?
-Ven, que te lo digo al oído -le contestó.
El ingenuo elefantito se acercó, y de una dentellada el cocodrilo apresó con sus mandíbulas su nariz. Este tiró con todas sus fuerzas tratando de liberarse desesperadamente. Tanto duró la pelea que poco a poco, la nariz del elefantito se alargó cada vez más, hasta que, de un gran tirón, logró soltarse. Para entonces la nariz se había convertido en una trompa enorme y flexible.

«No es malo ser ingenuo cuando el resultado es bueno.»

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La tortuga y el mono

Tortuga y Chimpancito son muy buenos amigos. Pasan juntos la mayor parte del día en la playa, pues el mar es el hogar natural de la primera y al segundo le apasiona el oleaje. Tienen largas conversaciones. Tortuga vive sola con su madre y cuando entra en casa la encuentra en la cama, con aspecto de estar gravemente enferma. Una vecina atiende a la enferma y dice a la pequeña.
-Tu madre está muy mal. Solo puede salvarse con un extracto de corazón de mono. Debes traérmelo cuanto antes para que lo prepare debidamente.
El problema es muy serio.
¿Extracto de corazón de mono? Eso no lo venden en parte alguna. ¿Cómo obtenerlo? De repente, Tortuga se acuerda de su amigo Chimpancito. Su corazón podrá servir...
Tortuga lucha consigo misma durante mucho tiempo pero, al fin, se decide. Cita a su amigo a horas intempestivas de la noche, en la playa que suelen frecuentar y allí acecha su llegada, armada con un gran cuchillo. Cuando tiene a Chimpancito lo bastante cerca, se ábalanza sobre él e intenta matarle. Este, muy hábil y rápido, esquiva la cuchillada y reduce finalmente a su amiga.
-¿Cómo has podido hacerme esto, Tortuga? -dice él, estupefacto. Te creía amiga... y has querido matarme...
-Necesito tu corazón para salvar a mi madre, Chimpancito. Está muy enferma y es la única solución -contesta ella desesperada.
Por supuesto, Chimpancito no se presta a donar su corazón y Tortuga no puede evitar perder al mismo tiempo a su madre y a su amigo.

«No hagas a los demás lo que no quieras que te hagan a ti.»

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La tortuga y el caracol

Ya sabéis que tanto la tortuga como el caracol lleven la casa a cuestas, es decir, tienen un caparazón en el que se meten cuando llueve o hace frío. Es una gran ventaja, pero también un grave inconveniente debido al peso que han de soportar y la consiguiente lentitud de sus movimientos.
Sin embargo, en este bosque viven una tortuga y un caracol con gran olfato comercial. Deseosos de ganarse la vida sin gran esfuerzo, decidieron un día alquilar sus respectivos caparazones a todo animalito que quisiera res-guardarse del mal tiempo y no pudiera regresar a su casa con la necesaria rapidez.
Tuvieron un gran éxito. Por unas pocas monedas, otros bichitos tienen dónde protegerse de un aguacero.

«Hay que tener sentido práctico.»

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