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miércoles, 25 de septiembre de 2013

El oso hormiguero y el raton

Un oso hormiguero se reía de un ratón que paseaba por el bosque.
-¿Por qué te ríes de mí? -dijo el ratón.
-Eres tan pequeño que puedo pisarte. ¡Ja! Poco después el ratón oyó unos gritos. El oso era perseguido por un elefante furioso.
El ratón, que sabía que los elefantes tienen miedo de los ratones, le gritó:
-Te atreves con los animalitos indefensos, ¿eh? ¿Por qué no te metes conmigo, señor elefante? Seguro que no te atreves.
El elefante aterrorizado dio media vuelta y se alejó. El oso hormiguero estaba avergonzado, pues había menospreciado al ratón, y le pidió disculpas. En adelante fueron muy buenos amigos.

«No desprecies a los indefensos, siempre pueden ayudarte.»

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El oso goloso

Osón siempre buscaba pelea y, aunque era en broma, resultaba muy molesto, pues se ponía muy pesado. Además, le volvía loco la miel y no dudaba en comerse la de los demás. Todos estaban hartos de él, especialmente sus amigos Zorrete y Conejín.
-Conejín, vamos a almacenar toda la miel que podamos -dijo un día Zorrete-. Se la pondremos en jarras grandes y las dejaremos a la puerta de su casa. Le gusta tanto que cuando la vea, la cogerá y se meterá en casa a zampársela, así nosotros podremos descansar de él por fin.
Y así fue. Osón, goloso insaciable, prefirió meterse en su casa con la miel. Así descansaron de sus bromas una buena temporada. ¡Hasta que se acabó la miel!

«Ser tan goloso nunca resultará...»

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El oso carazas

El oso Carazas era fuerte y alto. De vez en cuando aterrorizaba a todo el mundo. El Comité se reunió para solucionar este grave problema. Ante él se presentó Borosco, el gorila invencible.
-Yo puedo vencer a Carazas si me ayudáis -dijo a los atemorizados animales.
Estos aceptaron el trato y comenzó el ataque contra Carazas. Varias ardillas se encargaron de llamar la atención del oso, que había salido en busca de comida y diversión. Carazas corrió tras ellas dispuesto a comérselas, sin darse cuenta de que Borosco observaba muy atento. En el momento justo, Borosco cayó sobre él desde lo alto de un árbol.
El terrible oso quedó tullido después del golpe. Ahora anda con muletas y, tras mucho reflexionar, se ha dado cuenta de todos los errores cometidos y con el tiempo se ha vuelto muy amable.

«Con tu fuerza podrás asustar, pero no sabes cómo acabarás.»

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El oso blanco

En el Polo Norte vivía un oso blanco, grande y fuerte. Poseía un gran territorio en el que ningún otro animal podía poner el pie. Por tanto, estaba en completa soledad. Esto hizo que, con el tiempo, se volviera más huraño.
Un día llegó un pingüino vagabundo. Al verlo, el oso se lanzó contra él, amenazante.
El pingüino logró huir. Al cabo de mucho tiempo regresó al mismo lugar de donde había sido expulsado de forma tan violenta, pero esta vez encontró al oso enfermo. Echado sobre el hielo, era incapaz de moverse. El pingüino, olvidando lo pasado, cuidó al oso moribundo, quien, antes de morir, comprendió que en el mundo hay leyes más importantes que la de la propiedad territorial.
El oso blanco murió en lo más duro del invierno ártico, pero no se fue solo, pues se llevaba consigo el amor desinteresado de pingüino.

«Cuando uno recapacita, sabe en realidad lo que necesita.»

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El osito y la miel

A Osín le volvía loco la miel, la comería a todas horas. Por esta razón se pasaba el día entero metiendo las narices en las colmenas a pesar de que su mamá no dejaba de advertirle.
-No te metas donde no te llaman, que un día te vas a ganar un buen picotazo.
Osín no hacía caso y seguía curioseando de colmena en colmena comiendo enormes cantidades de miel. Las abejas estaban hartas de su actitud y decidieron darle un escarmiento. Un día le dieron un fuerte picotazo en las narices... y Osín salió corriendo hacia su casa.
Se pasó dos días en la cama con fortísimos dolores de nariz, a causa del picotazo.
-Ya te lo había advertido -dijo su madre.
Donde las palabras no llegan, siempre lo hace un buen picotazo.

«No hagas el oso por ser goloso.»

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El osito fresco

Osito presumía de su inteligencia y nunca se esforzaba por nada. Todo le salía bien.
Un día, descubrió una colmena repleta de miel. Cientos de abejas trabajaban incansablemente para reunir ese manjar. Eso no le preocupaba a Osito, que aprovechaba cualquier descuido de las abejas para darse un gran banquete.
-¡Qué tontas son estas abejas! Mucho trabajar y luego se dejan quitar la miel.
Las pobres abejas, extrañadas por cómo desaparecía la miel, decidieron vigilar la colmena y no tardaron en descubrir a Osito. De repente, todas las abejas se lanzaron furiosas sobre él. Recibió tantos picotazos que, hinchado, salió bramando corre que te corre a través del bosque. El escarmiento dio resultado, pues Osito no volvió a intentar jamás apropiarse de lo ajeno.

«Uno no se debe aprovechar del trabajo de los demás.»

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El nacimiento del principe

Al bosque de Abetolandia han llegado unos heraldos que anuncian llenos de alegría y satisfacción:
-¡Un heredero al trono está a punto de nacer! Dentro de un refugio descansa mamá Cierva a salvo del frío, necesita proteger a su nuevo cachorrito.
En efecto, Ciervito, el nuevo príncipe, trata de ponerse en pie sobre las hojas secas. Mamá Cierva, agotada, ayuda a Ciervito con ilusión.

«Las mamás siempre ayudan a los hijos.»

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El mono cotillon

El mono cotillón, aprovechando la ausencia de los alumnos, revolvía pupitres y carteras para enterarse de todo.
-Yo creo que lo mejor es darle un escarcimiento -dijo uno un día.
-Sí, ¿pero cómo lo hacemos? -respondió otro, que no veía solu-ción.
-Conozco una pintura especial de color blanco que no se quita con nada. Ponemos una cajita llena de dicha pintura en algún pupitre y, cuando meta los morros, se pringará -sugirió Micifuz, un gatito muy inteligente.
El mono cotillón siguió con su costumbre, hasta que un día des-cubrió una misteriosa caja blanca. Picado por la curiosidad, metió los morros en ella para ver qué escondía y se quedó pringado.

«Es de mala educación ser un curiosón.»

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El mochuelo ladron

En el bosque de Pamplinolandia las cosas desaparecían como si se desvaneciesen en el aire. Naturalmente, todos suponían que había un ladrón por medio, pero ¿cómo descubrirle, si no dejaba la menor huella?
Los mejores detectives del bosque se declararon impotentes, tras un largo estudio del caso, para resolver el misterio de Los Robos Invisibles. Era un espectáculo ver a cada vecino del bosque guardar joyas, regalos y otro atractivos objetos en los sitios más raros. Todo inútil. El ladrón debía de tener un olfato infalible, porque nada esca-paba a su avaricia.
El alcalde contrató a Merlín, el canguro detective, que en dos horas le dijo:
-El ladrón es don Mochuelo, señor alcalde -dijo Merlín.
-¿Don Mochuelo? ¡Pero si es muy honrado! -respondió el alcalde. ¿Por qué lo dice?
-Muy fácil. Le he visto robar el televisor de doña Perdiz -repuso Merlín sereno.

«Cuando un problema no puedas solucionar, a la persona ade-cuada has de buscar.»

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El mirlo blanco

Muchos mirlos habían intentado casarse con Mirlita, pero ella decía que solamente se casaría con un mirlo blanco. Como es bien sabido, todos los mirlos son negros.
Uno de sus pretendientes, muy enamorado de ella, intentó cambiar el color de su plumaje enganchándose plumas blancas en el cuerpo. Mirlita, al besarlo, fue haciéndolas caer.
Probó después a untarse con cera. Parecía blanco, pero con el calor la cera se derritió y de nuevo se vio el engaño. Se echó nieve encima y pasó lo mismo.
Cansado, el mirlo se alejó triste, decidido a renunciar a Mirlita, pero ésta, conmovida por el ánimo de su pretendiente, corrió tras él y le ofreció su mano. Después de todo, pensó que se lo había merecido.

«Ser constante es importante.»

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El matrimonio osón

A don Osón no le gusta llevar muchos paquetes cuando viaja, sin embargo, doña Osa cada vez sale de casa con más bultos.
-¿Para qué quieres llevar cosas que no son necesarias? -le pregunta, intrigado.
-Mujer prevenida vale por dos -responde.
Antes de salir don Osón hace una apuesta.
-Te apuesto un helado a que no necesitamos ninguna de las cosas que te has empeñado en traer -dice él, un poco molesto.
-Acepto, yo nunca he perdido una apuesta -contesta ella.
Durante el viaje, don Osón se acuerda de que no ha metido en su maleta el cepillo de dientes. Muy apenado, comenta a su mujer:
-No he traído el cepillo de dientes. ¿Qué puedo hacer? -pregunta don Osón visiblemente consternado por su olvido.
Sin decir una sola palabra, doña Osa busca entre los bultos hasta dar con el cepillo de dientes. Se lo ofrece con una sonrisa.
-Bueno -dice ella muy satisfecha. Acabo de ganar un delicioso helado.

«Más vale ser precavido.»

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El mapache herido

Un mapache que estaba jugando, se estaba divirtiendo tanto que se distrajo, se cayó del árbol y se hizo una herida. Tuvieron que cortarle parte de la piel y quedó muy feo.
Sus amigos se reían en cuanto lo veían y no querían jugar con él.
Cuando sus heridas se curaron volvió a ser un animal hermoso y lleno de vitalidad.
Sus amigos quisieron volver a jugar con él. Pero él ya se había acostumbrado a la soledad y no le apetecía estar con ellos.

«A los amigos nunca debes despreciarlos.»

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El mal tirador

Cientos de animales disfrutaban de la fiesta. De pronto apareció don Oso y todos se quedaron mirándole pues tenía fama de agua-fiestas. Don Oso se acercó a la caseta de tiro al blanco. El premio del que diera en el blanco era un gran puro. Don Oso cogió una escopeta y todos los que estaban alrededor corrieron a esconderse. Don Oso apuntó a la diana pero, en el momento de disparar, tropezó con su pierna un gato que jugaba persiguiendo a un ratón. El tiro salió desviado y dio en el trasero de don Mapache, que estaba robando un caramelo a doña Pata.
Todos se pusieron muy contentos de que el tiro hubiera servido para coger al ladronzuelo. El dueño de la caseta regaló el puro a don Oso para que siguiera tirando. Desde entonces don Oso ya no tiene mala fama.

«Cuando vayas a las fiestas no seas aguafiestas.»

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El maestro uva

A don Oso, el maestro, todos le llamaban el «maestro Uva» porque todos los días merendaba uvas en un descanso de la clase. Solía guardarlas en un paquete sobre la mesa. La liebre y el castor presumían de ser los más traviesos de la clase. Un día quisieron gastar una broma a don Oso. En una distracción, le quitaron las uvas del paquete y las cambiaron por trocitos de carbón. A la hora acostumbrada, don Oso echó mano del paquete, pero no lo cogió.
-Don Oso, ¿por qué no quiere comerse usted hoy las uvas? Están muy ricas.
-No puedo, tengo que ir al médico dentro de una hora con el estómago vacío. ¿Queréis coméroslas vosotros?
-¡No, no, de verdad! ¡Muchos gracias, no nos gustan las uvas! -respondieron.
De este modo, los dos traviesos alumnos se quedaron con las ganas de reírse a costa del profesor, pues éste no se había enterado de la broma que le habían preparado.

«Las bromas pesadas se pagan.»

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El loro sabio

Don Loro había viajado por medio mundo acompañando al maharajá de Jaipur, donde era muy apreciado porque contaba unos cuentos muy divertidos que hacían reir a toda la corte.
Sin embargo, aunque muy feliz, llegó un día en que aburrido de vivir siempre en palacios, decidió fugarse en busca de nuevas aventuras. Tras mil penalidades, llegó a la selva malaya. Don Loro pensó que tenía que ganarse la vida de alguna forma y, como era muy buen orador, decidió contar sus numerosas aventuras a los habitantes de la selva. Al cabo de unos años fue nombrado Poeta y Cantor del Reino de la Jungla. Desde entonces ha sembrado de sueños v esperanzas los corazones de sus amigos y vecinos.

«Es bueno escuchar y ser capaz de soñar con las aventuras que los demás pueden contar.»

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El loro parlanchin

En el pueblo de los loros había un loro que envidiaba a los demás. Para fastidiarles, divulgó la historia de que el pueblo iba a ser atacado por unos perros malísimos para robarles todo lo que pudiera.
-iRápido, huyamos a las montañas y no cojamos más que lo indispensable! -exclamó el loro envidioso.
Todos le hicieron caso y se fueron bien lejos. Al verse solo, el loro exclamó satisfecho:
-Ja, ja, ja! ¡Han caído en la trampa! Voy a comerme el helado más grande que encuentre. iHum! Qué rico estará.
Pero un lorito, que había vuelto al pueblo a buscar un juguete que se le había olvidado, escuchó las palabras del envidioso y se fue rápidamente a contárselo a los demás. Los loros regresaron y pillaron al loro envidioso antes de que pudiera tomarse su helado preferido, y lo metieron en el cuarto oscuro de la heladería para que aprendiera.

«Antes se coge al mentiroso que al cojo.»

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El locutor

Ratoncín es el locutor más famoso de Radiolandia. Todos los días despierta a sus oyentes más o menos así:
-¡Señoras y señores, qué día tan magnífico!
También hace llamadas telefónicas. En ellas pregunta la opinión de los oyentes. Hoy ha llamado a don Ciervo, que es uno de los ciudadanos que peor humor tiene. Don Ciervo le ha colgado el teléfono después de insultarle. Pero a Ratoncín no le importa; por cada ciudadano como don Ciervo hay muchos más que le quieren y oyen su programa todas las mañanas.

«Es de agradecer el que alguien te alegre la vida con su buen humor.»

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El lobo y la luna

El lobo estaba muy hambriento y no encontraba nada que comer cerca.
Cuando vio al zorro, se dirigió hacia él con intención de comérselo. El zorro entonces, bastante asustado, gritó bien fuerte:
-¡Perdóneme la vida, señor lobo! ¡Ya ve lo flaco que estoy! Si me perdona, le diré dónde hay un pozo lleno de quesos.
El lobo accedió. Ya de noche, el zorro le condujo al pozo. El lobo se asomó y vio la luna reflejada en el agua, y, creyendo que era un queso, dijo al zorro:
-Baja a traerme ese queso -y el otro se metió en un cubo y bajó al fondo del pozo
-¡Este queso es muy pesado! ¡Yo solo no puedo con él! ¡Baje y ayúdeme, por favor -dijo el zorro lastimero.
El lobo accedió. Se metió en otro cubo y, como pesaba más que el zorro, bajó muy rápido mientras que el cubo del zorro subía. Ya fuera, éste se burló del lobo y le dejó allí.

«Con astucia es fácil engañar.»

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El lobo y el cabrito

Había una vez un cabrito muy revoltoso. Un día abandonó el rebaño pues deseaba viajar y además le molestaban mucho los continuos ladridos de los perros del pastor.
-¡Ah, por fin libre! No pienso volver nunca más al rebaño -se dijo satisfecho.
No había dado más que unos pocos pasos cuando le salió al encuentro un lobo enorme con las fauces abiertas y los ojos muy brillantes. Se lo quería comer.
-¿Me concedes un último deseo, noble lobo? -preguntó el cabrito.
-Naturalmente -contestó el lobo- tengo hambre, pero no soy un malvado. Dime en qué deseo piensas.
En ese momento, el cabrito supo que estaba salvado, pues comenzó a tocar una flauta que llevaba consigo. La música llegó a oídos de los perros que guardaban el rebaño y acudieron a toda prisa y el lobo tuvo que huir. De esta forma el cabrito pudo salvar su vida.

«Ser astuto ante el peligro es una buena cualidad.»

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El lobo solitario

Don Lobo vivía solo en su castillo porque no le gustaba juntarse con los habitantes del pueblo de Borregueras, llamado así porque todos sus habitantes eran borregos. Don Lobo decía que eran unos borregos incultos e ignorantes.
La vida de don Lobo era tranquila, hasta que un día se desencadenó una gran tormenta. Todos los vecinos del pueblo se reunieron en el ayuntamiento para animarse mutuamente. Don Lobo, en cambio, estaba solo en su castillo sin nadie que le diera ánimos.
La tormenta duró tres días espantosos en los que hubo multitud de rayos y truenos.
Cuando pasó, el alcalde y varios vecinos fueron a ver cómo estaba don Lobo. Este les agradeció mucho la visita y desde entonces se ha vuelto más sociable con sus vecinos.

«No esperes a tener la ayuda de tus compañeros para ser sociable.»

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El lobo fanfarron

Un lobo asustaba a todos los animales del bosque con su terrible aspecto. Siempre estaba al acecho de cualquier víctima indefensa.
Al pasar delante de un castaño hueco, Ratoncín y Ardillita tuvieron una brillante idea para librarse de él definitivamente.
-Pondremos un espejo en el hueco del tronco -dijo Ardillita, ilusionada. Lo demás corre de cuenta de este lobo fanfarrón.
Ambos dijeron a todo el mundo que un lobo muy feroz se había instalado en el tronco hueco y desafiaba a todos los demás lobos de la región.
Enterado el lobo fanfarrón de que alguien osaba desafiarle, colérico y echando chispas por los ojos, se dirigió al castaño hueco con su más terrible aspecto.
¡Cuál no sería su sorpresa al descubrir ante él un lobo tan horrible y fiero! Sintió tanto pavor que echó a correr. Dicen que todavía sigue huyendo.

«Si eres fanfarrón nunca debes hacerte el remolón.»

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El lobo conductor

Nunca estamos contentos con lo que tenemos. Ved, si no, el ejemplo de don Lobo, un conductor de autobuses a quien no le gustaba su oficio ni pizca. ¿Resultado? Don Lobo se pasaba buena parte del trayecto chillando y protestando por cosas sin importancia. Hacía pagar a los usuarios su malhumor.
-¡Venga, a ver si suben ustedes de una vez! ¿Es que están dor-midos o qué? ¡Ay, señor, menudo oficio el mío!
Naturalmente, los pasajeros se desconcertaban ante la conducta de don Lobo, quien, al final del trayecto, tenía por costumbre tomar-se un descanso más largo de lo habitual. A veces llegaba a pasarse media hora recostado sobre un árbol que estaba junto a la parada, lo que representaba una gran pérdida de tiempo para centenares de animales que iban a trabajar con la hora pegada al lomo y acababan llegando tarde.
Numerosas protestas contra don Lobo se recibieron en la empresa propietaria de la línea de autobuses. El irritable conductor fue amonestado en varias ocasiones, pero, como no hacía el menor caso, finalmente fue relevado de su puesto.
El Ayuntamiento, a cuya plantilla pertenecía don Lobo, dedicó a éste a las tareas de barrendero.
Don Lobo notó el cambio. Por vez primera comprendía que hay oficios más desagradecidos que el de conducir autobuses.
-¡Oh, qué pesadilla! ¡He perdido mi antiguo empleo! ¡Si pudiera volver a sentarme en ese cómodo sillón del autobús y seguir conduciendo...! -se lamentaba don Lobo.
Era demasiado tarde para arrepentirse. Por fortuna, don Lobo pudo obtener otro empleo conduciendo un autobús y ya nunca más volvió a protestar contra su oficio de conductor. ¿Qué hace ahora? Bueno, me han dicho el otro día que conduce microbuses. ¡Si vieseis con qué alegría lo traba ja!

«Agradece lo que tienes.»

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El lobo bonachon

Lobete ha sido expulsado de la manada por no querer participar en las cacerías.
-¿Qué voy a hacer ahora? -se pregunta Lobete, abandonado en el bosque.
-No te preocupes -le dice Castor saliendo de su escondite. Mis amigos y yo cuidaremos de ti. ¡Se me ocurre una idea! Podrías encargarte de protegernos, ya que tu sola presencia sembrará el pánico entre nuestros feroces enemigos. ¿Quieres?
-¡Oh, sí, claro que sí! -contesta Lobete alborozado por el elogio de su buen amigo el castor.
Los indefensos animalitos del bosque se han puesto muy contentos de tener a alguien que los defienda. ¡Qué útil se siente ahora Lobete!

«Unos no sirven para unas cosas y son útiles para otras.»

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El lobito guardian

Lobito era el guarda del bosque y hacía su trabajo lo mejor posible. Creía que el bosque estaba para ser contemplado y disparaba contra cualquier animal que pretendiera comerse los frutos de los árboles.
Conejos y ardillas se reunieron para ver qué podían hacer y decidieron quitar la escopeta al guardabosques Lobito.
Un día, mientras Lobito dormía la siesta bajo un árbol, se apoderaron del arma. Desde ese momento, todos los animales volvieron a comerse los frutos del bosque. Lobito reflexionó y comprendió que los frutos no estaban de adorno, crecían para que pudieran comer los habitantes del bosque.
A partir de entonces, Lobito fue un guardián tolerante y comprensivo que sólo intervenía cuando surgía alguna disputa.

«Con poca inteligencia no se está capacitado para mandar.»

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El lobito desordenado

Lobito tenía un defecto: era muy desordenado, su habitación era un caos.
-Lobito, ¿por qué no te fijas dónde pones las cosas? -le decía su padre.
-Yo pongo todo en su sitio, pero ¿qué quieres que le haga si se me olvida dónde lo he puesto? -se justificaba Lobito con mucha sinceridad.
-Este balón es el último que te compre. Si lo pierdes, no tendrás otro nunca más ¿Entendido? -le dijo Papá Lobo un día.
Como siempre, Lobito volvió a perder el balón. Su padre cumplió su promesa y Lobito se convenció de que sólo pueden comprarse cosas que van a ser bien tratadas y cuidadas.

«Ser ordenado tienes su recompensa.»

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martes, 24 de septiembre de 2013

El lince ciego

Romualdo era un lince y el mejor vigía de Picolandia, el país de las cumbres más altas de la Tierra. Se pasaba la mayor parte del día en su puesto de observación del Pico de las Estrellas, a miles de metros sobre el nivel del mar.
Una mañana, Romualdo se despertó completamente ciego. Una misteriosa enfermedad era la causante de su desgracia. Desesperado, Romualdo se retiró a lo más profundo del bosque, pero el rey, agradecido por el trabajo que había hecho tantos años, le mandó llamar para que viviera con él en el palacio real el resto de su vida.

«Es una gran desgracia haber perdido la vista, pero los buenos amigos te ayudarán.»

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El leopardo pelotilla

Un leopardo «pelotilla» se pasaba las horas alabando al profesor Gorila. Leopardo caía mal a sus compañeros y a los profesores del colegio. Su «pelotilleo» era tan insoportable que sus compañeros se pusieron de acuerdo con el profesor Gorila para darle un escarmiento. Una mañana, Leopardo, como era habitual, llegó a clase el primero. Cuando apareció el profesor Gorila sus compañeros no estaban. ¡Qué ocasión! Leopardo: fue hacia el profesor y le contó:
-Querido profesor, he visto a media clase jugando al fútbol. ¡Me han dicho que estaban haciendo novillos!
-No consiento que ningún alumno mienta en mi clase. Te castigo toda la semana por acusica y mentiroso. Están jugando al fútbol con mi permiso -dijo el profesor Gorila.
Desde aquel día, Leopardo cambió. No volvió a comportarse como un «pelotilla».

«El pelotilla y acusica no tiene amigos de verdad.»

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El leopardo burlado

El leopardo no había cazado nada ese día, así que estaba cansado, de mal humor y hambriento. De vuelta a casa, vio a lo lejos una paloma que se miraba en un charco. Sin dudarlo, se lanzó sobre ella.
La paloma, al verse en las garras del leopardo, con gran tranquilidad le dijo:
-Reconozco que estoy en tus garras y vas a comerme, pero antes quisiera que me con cedieses un deseo. Me entusiasma oír tu rugido, ¡es tan poderoso...! ¡Sé bueno y compláceme
Será mi último deseo.
El leopardo dudó unos instantes. La paloma estaba bien asegura-da en sus fauces. ¿Por qué iba a negarse? Era su último deseo.
Dio un rugido largo y profundo, pero para hacerlo tuvo que abrir la boca, momento que aprovechó la paloma para huir volando.
De esta manera, el leopardo vio su vanidad burlada, pues la paloma fue más liste.

«Si eres vanidoso verás que muchas cosas perderás.»

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El leopardo borrachin

Papá Leopardo se pasaba el día bebiendo, no agua ¡sino vino! Bebía tanto que todos se daban cuenta. Los animales nocturnos lo veían pasar con luna o sin ella, dando traspiés, camino de su casa, borracho como una cuba. ¡Triste vicio el suyo!
Su esposa se enfadaba con él a causa de su conducta cuando llegaba a altas horas de la noche.
Las disputas eran continuas y los hijos se avergonzaban de su padre, pues nunca estaba sereno.
Aparte de este defecto, don Leopardo era muy simpático, de modo que tenía muchos amigos. Entre todos se esforzaron por apartarlo del vicio.
No lo han conseguido del todo, pero don Leopardo se ha hecho el firme propósito de dejar la bebida.

«Todos los vicios son malos y el de beber es muy amargo.»

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El leon y la ardillita

Un león descansaba bajo un árbol. De pronto, una ardillita muy imprudente pasó junto al rey de la selva. Este sintió ganas de jugar con la ardillita y la persiguió; el pobre animalito pensó que el león quería comérsela.
-Si me dejas ir, te ayudaré a luchar contra tus enemigos -dijo la ardillita llena de miedo para intentar salir viva.
-¡Ja, ja! ¿Ayudarme tú, insignificante bichejo? ¡Ando, vete y no me impacientes! -respondió despectivo el león.
Un día, el orgulloso león cayó en una trampa; intentó escapar de la red, pero no lo consiguió. Entonces apareció la ardillita que, pacientemente, empezó a cortar la red con sus afilados dientecillos. De esta manera, el león se libró. Arrepentido, dijo:
-Perdóname, ardillita. No volveré a reírme de ti. Me has dado una lección.

«Sabio es el que reconoce sus errores.»

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El leon y el mosquito

Un orgulloso león fue atacado por un mosquito. En vano trataba el león de defenderse. El mosquito caía una y otra vez sobre él clavándole su aguijon. El león se revolcaba y saltaba tratando de matar al mosquito, pero sus esfuerzos eran inútiles.
Lleno de picaduras e hinchado, el león se tumbó en el suelo derrotado y molesto. El mosquito se alejó henchido de alegría y muy ufano, pero al poco tiempo cayó en la terrible red de una araña. Esta, al ver su presa, comentó con desprecio:
-¡Bah! Creí que había capturado un animal más importante. ¡Qué decepción!, y se lo comió.

«Aunque puedas atacar, otros te pueden ganar.»

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El lenguaje del patito

Había una vez un patito muy gordito que quería conocer mundo. Sin embargo, su mamá nunca lo llevaba de viaje, pues era peligroso, hasta que un día se decidió y se marchó de casa a vagabundear por ahí.
Andando, se encontró con un gatito que lo saludó con un leve maullido.
-Miau, miau -repetía una y otra vez. El patito quería imitarle, pero no podía.
Más adelante encontró a otros animalitos; primero un pajarito; después una vaca. Ambos le saludaron con su particular lenguaje, que el patito quiso imitar; pero no lo consiguió. No lograba que le entendieran.
Entretanto, doña Pata había salido en busca del patito y cuando lo encontró, tranquila al ver que estaba a salvo, lleno de alegría lo saludó con su peculiar «cua, cua».
-Cua, cua -repitió el patito mientras regresaba a casa acompañado de su madre.

«Cada uno debe conformarse con lo que puede hacer.»

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El koala y su tractor

Koala vive feliz trabajando sus tierras con la ayuda de un viejo tractor. Saca suficiente para vivir y puede disfrutar de lo que más le gusta: el sol y el campo.
Hasta que un día el pequeño tractor se estropea y deja de funcionar. Entonces Koala se queda muy preocupado, pues no sabe cómo solucionar su problema.
«¿Qué voy a hacer ahora?», se dice Koala. «Necesito seguir trabajando la tierra y yo solo no puedo. ¡Ya está! Pondré un anuncio pidiendo un ayudante.»
Al día siguiente, un toro robusto y con ganas de trabajar se presenta en la finca de Koala. Pronto se ponen de acuerdo. Koala tiene un ayudante, además de un amigo.

«Los problemas tienen solución. Todo es cuestión de paciencia y serenidad.»

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El koala sucio

Lavarse era algo superior a las fuerzas de aquel pequeño koala. Todos lo rechazaban con un gesto de asco por el olor tan desagradable que despedía El pequeño Koala se subía a los árboles más altos deseoso de encontrar un lugar tranquilo. ¡Ni por esas! De vez en cuando se encontraba con algún pájaro muy aseado que, horrorizado, solía arrojarlo de sus dominios a picotazos. Así que, finalmente, tuvo que enfrentarse con su problema.
«¿No es mejor pasar un mal rato por las mañanas y poder disfrutar después de una vida normal el resto del día, a seguir así?», se dijo.
Armándóse de valor, se metió en un barreño lleno de agua y jabón. Limpio y perfumado, Koala asombró a sus amigos, que lo recibieron con los brazos abiertos.
Al poco tiempo, a Koala empezó a gustarle lavarse tcdos los días.

«Si estás limpio y aseado serás bien tratado.»

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El juego del escondite

Juguemos al escondite -dice la mariposa al moscardón, con ganas de divertirse.
-¿Al escondite? Ja, ja, ja! -se ríe el moscardón. ¡Con las alas tan grandes que tienes te encontraré en seguida!
Comienzan a jugar, primero le toca esconderse al moscardón y lo hace detrás de un matorral. Es tan fuerte su zumbido que la mariposa lo encuentra fácilmente. Ahora le toca esconderse a la mariposa.
Esta se oculta entre los coloridos pétalos de una hermosa flor que es amarilla como ella. El moscardón la busca durante mucho rato. Al fin, se da por vencido y grita:
-¡Me rindo! ¡Puedes salir de tu escondite!
El moscardón comprendió que las apariencias engañan y que los colores sirven para ocultarse tanto como para ser delatado.

«No te fíes de las apariencias, a veces engañan.»

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El leon, el tigre y el caminante

Entre sus fieras garras oprimía
Un Tigre a un Caminante.
A los tristes quejidos al instante
Un León acudió: con bizarría
Lucha, vence a la fiera, y lleva al hombre
A su regia caverna. «Toma aliento,
Le decía el León; nada te asombre;
Soy tu libertador; estáme atento.
¿Habrá bestia sañuda y enemiga
Que se atreva a mi fuerza incomparable?
Tú puedes responder, o que lo diga
Esa pintada fiera despreciable.
Yo, yo solo, monarca poderoso;
Domino en todo el bosque dilatado.
¡Cuántas veces la onza y aun el oso
Con su sangre el tributo me han pagado!
Los despojos de pieles y cabezas,
Los huesos que blanquean este piso
Dan el más claro aviso
De mi valor sin par y mis proezas.»
«Es verdad, dijo el hombre, soy testigo:
Los triunfos miro de tu fuerza airada,
Contemplo a tu nación amedrentada;
Al librarme venciste a mi enemigo.
En todo esto, señor, con tu licencia,
Sólo es digna del trono tu clemencia.
Sé benéfico, amable,
En lugar de despótico tirano;
Porque, señor, es llano
Que el monarca será más venturoso
Cuanto hiciere a su pueblo más dichoso.»
«Con razón has hablado;
Y ya me causa pena
El haber yo buscado
Mi propia gloria en la desdicha ajena.
En mis jóvenes años
El orgullo produjo mil errores,
Que me los ha encubierto con engaños
Una corte servil de aduladores.
Ellos me aseguraban de concierto
Que por el mundo todo
No reinan los humanos de otro modo,
Tú lo sabrás mejor; dime, ¿y es cierto?»

1.045.5 Samaniego (Felix Maria)