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lunes, 16 de septiembre de 2013

Calor de verano

Nadie recuerda un verano tan caluroso como el de aquel año, hace tiempo: ¡cuarenta y cinco grados a la sombra!
-Tengo noticias -dice el alcalde a los vecinos- de que los animales más pequeños se encierran en las neveras y se niegan a salir. Además, la piscina municipal se llena de tal manera que no se ve el agua. Hay que tomar medidas severas -termina con un gesto serio.
-¿Qué sugiere usted, señor alcalde? -pregunta don Vencejo.
-¡Muy sencillo! Colocar un enorme toldo que cubra todo el pueblo y dé sombra -propone don Camello.
-No es mala idea, aunque... ¿quién va a trabajar con semejante calor? -pregunta una pantera.

«Es fácil dar ideas pero difícil realizarlas.»

0.999.5 anonimo fabula, 

Ala veloz y flechilla

Sobre un cable del tendido eléctrico dos golondrinas comentan:
-Se acerca el invierno y ya no podremos vernos -dice Flechilla.
-Otros inviernos hemos pasado y estamos otra vez aquí, vivitas y coleando -le consuela Ala Veloz intentando ser optimista.
-Tú dices eso porque vives bajo el tejado de una casa nueva y siempre estás muy calentita. Yo, en cambio, vivo bajo el alero de una casa vieja -se lamenta Flechilla.
-Todas tenemos inconvenientes. Mi tejado es nuevo, pero debajo viven unos niños que tiran piedras a los pájaros -responde Ala Veloz para que su amiga se calme.
Pasará el invierno y ninguna tragedia justificará los temores de Flechilla.

«El mundo no es de los optimistas ni de los pesimistas, sino del que sabe afrontar la realidad tal como es.»

0.999.5 anonimo fabula, 

Las manchas del sapo

Las aves fueron invitadas a un gran baile que se daba en el cielo. El sapo se enteró de la noticia y no sabía cómo hacer para asistir.
El águila, que era cantora y guitarrera, iría seguramente con su instrumento, y el sapo resolvió esconderse en la caja de la guitarra.
 Todas las aves, muy coquetas y arregladas, llegaron al cielo y comenzaron a sentarse a la mesa del banquete.
Llegó el águila con su guitarra a la espalda, la dejó a un lado y buscó su lugar, al rato salió el sapo y se presentó entre los invitados.
Para todos fue una gran sorpresa ver aparecer aquel caballero. No se explicaban cómo había podido subir hasta esas regiones.
Para colmo de sus males, en medio de la reunión, se dio vuelta y escupió, descuidada-mente, con tan mala suerte, que le tapó un ojo al colcol[1], quien se enojó yprotestó en público por la mala educación del mozo.
La fiesta fue espléndida. Los concurrentes bailaron y se divirtieron muchísimo.
Cuando llegó el momento de regresar, fueron grandes los apuros del sapo para esconderse otra vez en la guitarra.
Todos estaban atentos y lo vigilaban para descubrirlo.
El águila advirtió la maniobra y se propuso castigarlo.
Se puso la guitarra volcada, de modo que, en cuanto comenzó a volar hacia la tierra, cayó el sapo desde muy alto.
Caía sobre un pedregal y el pobre gritaba: ¡Pongan colchones!, ¡pongan colchones que voy a partir las piedras! -pero nadie le hizo caso.
El golpe fue terrible y el cuerpo se le llenó de heridas. Las cicatrices son las manchas que han quedado para siempre en la piel del sapo.
                        
Tomado del libro: Antología Folklórica Argentina para las Escuelas de Adultos - Consejo Nacional de Educación. (1940)

0.015.5 anonimo (argentina), 


[1] Colcol - En la región central, colcón. Un buho - ayrix rufipes. King.

La mula y el tigre

Una noche, en un claro del monte[1], la mula y el tigre discutían sobre cuál de los dos podía manejarse mejor en  la oscuridad.
 Hicieron algunas apuestas.
En una de ésas se sacudió el tigre, y los dos gritaron,¡un pelo!, ¡un pelo!
-Yo lo vi -dijo el tigre.
-Yo le sentí[2] el tropel -explicó la mula.
El ojo del tigre había descubierto el pelo que volaba en la oscuridad, pero el oído de la mula lo había reconocido por la vibración que producía en el aire.
Nadie debe despreciar las cualidades ajenas: pueden ser tan buenas como las propias.
                        
Tomado del libro: Antología Folklórica Argentina para las Escuelas de Adultos - Consejo Nacional de Educación. (1940)

0.015.5 anonimo (argentina), 


[1] Monte, "bosque" - Arcaísmo que se conserva en la Argentina.
[2] Sentir por oír, muy usado en el habla rural

El zorro y la perdiz

El zorro estaba enamorado del silbo de la perdiz.
Trataba de imitarlo en toda forma, pero sólo le salía un soplido ridículo, y en cuanto se descuidaba, se le escapaba su grosero ¡cuac!, ¡cuac!
Resolvió pedirle a ella misma que se lo enseñara. ¿Cómo haría, con el miedo que le tienen las perdices al zorro?
Un día se encontraron en un caminito del campo. La sorpresa de la perdiz, que ya se veía en los dientes del zorro, fue grande cuando oyó que le decía:
-Comadrita, ¡qué bien silba Ud.! ¿Cómo podría hacer yo para aprender su silbido?
-Puede coserse la boca, compadre -le contestó tímidamente.
-Estoy dispuesto a hacer lo que sea necesario. ¿No podría hacerme el favor de cosérmela Ud. misma?
-Trataré de complacerlo, compadre.
La perdiz, aunque llena de desconfianza, se sacó una pluma del ala, y con una raíces muy fuertes le fue cosiendo la boca. El zorro soportaba, feliz, el sacrificio.
Cuando le quedó un agujerito muy pequeño, la perdiz le hizo probar. Le salió un silbo bastante fino que lo puso muy contento.
-Compadre, debe ensayar así muchas veces al día hasta que le salga en forma perfecta, -le aconsejó la perdiz.
-A mí me costó mucho aprenderlo.
El zorro, que no podía hablar, asintió con la cabeza.
Ya se despedían, cuando de pronto, la perdiz, como suele hacerlo, voló con su vuelo pesado y pasó rozando la cabeza del zorro. Este no pudo con su instinto; sin querer hizo su natural movimiento de abrir la boca para atraparla, y se le rasgó de oreja a oreja.
El pobre zorro no sólo perdió su única oportunidad de aprender a silbar, sino que, por mucho tiempo, no pudo comer perdices.
                          
Tomado del libro: Antología Folklórica Argentina para las Escuelas de Adultos -Consejo Nacional de Educación. (1940)

0.015.5 anonimo (argentina), 

El zorro y el quirquincho

Un día hicieron una sociedad el zorro y el quirquincho[1].
El zorro dio su chacra[2] al quirquincho para que la sembrara a medias.
Como el quirquincho tiene fama de ser poco inteligente, pensó el zorro que se aprovecharía de su trabajo, y le dijo:
-Este año, compadre, será para mí todo lo que den las plantas arriba de la tierra y para Ud. lo que den abajo.
 -Bien, compadre -contestó el sembrador.
El quirquincho sembró papas. Tuvo una magnífica cosecha y al zorro le tocó una cantidad de hojas inservibles.
Al año siguiente, el zorro molesto por el mal negocio, dijo a su amigo:
-Este año, compadre, como es justo, será para mí lo que den las plantas bajo tierra y para Ud. lo que den arriba.
-Bien, compadre, será como Ud. dice.
El quirquincho sembró trigo. Llenó su granero de espigas, y al pobre zorro le tocó una cantidad de raíces inútiles.No me dejaré burlar más, pensó para sus adentros, y le dijo al compadre:
-Este año, ya que Ud. ha sido tan afortunado con las cosechas anteriores, será para mí lo que den las plantas arriba y bajo la tierra. Para Ud. será lo que den en el medio.
-Bien, compadre, ya sabe que respeto su opinión.
El quirquincho sembró maíz. Sus graneros se llenaron nuevamente de magníficas espigas y al zorro le correspondieron las flores y las raíces de maizal.
El zorro tuvo que vivir en la última miseria. Ese fue el castigo a su mala fe.

Tomado del libro: Antología Folklórica Argentina para las Escuelas de Adultos -Consejo Nacional de Educación. (1940)

0.015.5 anonimo (argentina), 



[1] Quirquincho -Dasypus sexcintud -Llámase también peludo y piche. Quirquincho es el nombre quichua, con el que se lo conoce en la región central y norteña.
[2] En la región central la voz quichua chacra, significa "lugar cerrado para sembrar".

El zorro juez

Un día se le apretó al tigre una mano entre unas peñas, en tal forma, que por sus propios medios no podía sacarla.
Pasó por allí cerca un caballo, y el tigre lo llamó y le pidió con toda humildad que lo ayudara.
-No, -le dijo el caballo, yo te conozco, tú eres capaz de comerme después que te haga el favor de libertarte.
-Te juro, hermano, que no lo haré; no me niegues tu apoyo en este trance; son muy grandes mi humillación y mi dolor.
-Así lo haré, pero no olvides tu juramento.
Diciendo estas palabras, el caballo levantó la peña con gran esfuerzo y el tigre quedó libre.
Siguieron juntos por un sendero del campo. Conversaban amistosamente, cuando el tigre se le plantó delante al caballo y le dijo:
-Hace tres días que estoy sin comer y mi estómago no da más; por fuerza tengo que comerte.
-¿Y ése es el modo de agradecerme y de cumplir tu palabra?
-No tengo más remedio que comerte.
-Esto no puede ser así, recurriremos a un juez.
En ese momento apareció un zorro, y el caballo le gritó:
-Oiga, señor, ¿usted no es juez?
-Sí, señor, lo soy desde hace mucho tiempo.
-Entonces, nos tendrá que resolver esta cuestión.
Le expusieron con detalles el caso y cada uno presentó sus razones.
-No entiendo cabalmente el suceso -dijo el zorro después de reflexionar un rato. 
-Para dar mi fallo, necesito ir al lugar del hecho y ver cómo estaba este señor.
Fueron allí, el tigre puso su mano en el sitio en que la tenía y el caballo le colocó encima la piedra que la apretaba.
-Muy bien -dijo el zorro, dirigiéndose al tigre.
-Mi fallo es que te corresponde quedar ahí y morir preso, por no saber cumplir la palabra empeñada ni agradecer los favores recibidos.
Pronunciada la sentencia, se marcharon el zorro y el caballo. Dejaron al tigre con la mano apretada, dando tremendos rugidos de dolor y de vergüenza.

0.015.5 anonimo (argentina), 

El tigre y el zorro

El zorro se presentó un día en la casa de una pareja de tigres y se hizo pasar por un sobrino que venía desde lejos a visitarlos. Fue recibido y hospedado como pariente.
Los tíos lo trataban muy bien, pero eran tan avaros, que si el pobre zorro pasaba hambre cuando vagaba por los campos, no lo sufría menos en familia.
Un día el tío y el sobrino fueron a buscar una buena res a la orilla del arroyo. El zorro trepó a un árbol para anunciar las presas posibles, y el tigre se escondió para cazar cómodamente.
-Allá viene una majada de cabras con unos cabritos gordos -dijo el zorro, pensando que uno de estos últimos le podía tocar a él.
-No me gusta la carne con pelos largos -dijo el tigre.
Las dejaron pasar.
  -Allá viene una majada de ovejas con unos corderitos que están como para chuparse los dedos.
 -No me gusta la carne con lana.
Pasaron también.
-Allá viene una tropilla de potros.
-No me gusta la carne hedionda. a tropilla siguió sin ser moles-tada.
-Allá viene una tropa de vacas.
-Esa carne me gusta, -dijo por fin el tigre y, en cuanto llegaron, saltó sobre una vaquillona gorda y la mató.
Mientras el tigre la carneaba, el sobrino le ayudaba en lo que podía.
  Sentía tanta hambre el zorro, que comenzó a pedir algo para comer, pero el tigre se lo negaba.
-¿Tío tigre, por qué no me da un pedazo de matambre para asar?
-No, ésa es la achura[1] de su tía tigra[2].
-¿Me da los ojos, entonces?
-No, los ojos son para cuentas del collar de tu tía tigra.
-Déme la panza, que es puerquita[3].
-No, la panza es para mate de tu tía tigra.
-Déme las tripas.
-No, las tripas son para bombilla de tu tía tigra.
-Me podría dar el guano, siquiera.
-No, el guano es para yerba del mate de tu tía tigra.
 -Pero, tío tigre, Ud. nunca me da nada, déme por lo menos la vejiga.
-Te la daré, pero la vejiga era para tabaquera de su tía tigra.
El zorro lavó la vejiga en el arroyo y comenzó a soplarla a modo de globo, como suelen hacerlo los niños campesinos.
Luego el tigre cargó al sobrino con un espléndido costillar, y le dijo:
-Llévalo a tu tía tigra. Dile que lo ase al asador y que me espere a comer. En cuanto termine de carnear, iré.
El zorro llegó a la casa y le dijo a la tigre:
-Tía, manda decir mi tío que ase este costillar y me lo sirva en cuanto esté.
La tigre lo hizo así, y el zorro se comió todo el asado.
Como sabía lo que le esperaba, huyó al campo.
Cuando llegó el tigre cansado, y se encontró sin su almuerzo, se enojó tanto que salió a buscar al zorro para matarlo.
Se escondió en la bajada del arroyo, por donde forzosamente debía arrimarse a beber.
 Llegó el zorro, y como sospechara que podía esperarlo allí su tío, desde lejos, dijo:
-Agüita, ¿te dejas beber?
-Sí, puedes beberme -contestó el tigre desfigurando la voz.
-Agüita que habla no bebo yo, -dijo el zorro y echó a correr.
Al día siguiente, el tigre se escondió allí mismo dispuesto a no hablar. Como había aguardado mucho, le dio sueño, y se acostó a dormir en medio del camino.
El zorro, que se aproximaba en punta de uñas, lo vio y, como no podía pasar, resolvió darle una broma. Llenó con piedrecillas la vejiga de la vaquillona, que ya estaba medio seca, y se la ató a la cola del tigre. Se escondió entre unos juncos y desde allí observó.
Al rato, el tigre movió la cola, y se asustó tanto del ruido que las piedras producían dentro del pellejo, que huyó desesperado, creyendo que se trataba de algún cazador que con sus perros lo perseguía.
El zorro bajó al arroyo y bebió.
El tigre iba ya muy lejos, cuando una rama rompió la vejiga, y comprendió entonces, que se trataba de una broma del zorro. Furioso, se volvió jurando no dejarlo con vida.
Al otro día se escondió nuevamente en la bajada del arroyo.
Llegó el zorro y preguntó:
-Agüita, ¿te dejas beber? y como nadie contestaba bajó al agua.
El tigre le saltó encima, pero el zorro alcanzó a meterse en una cueva que había en la barranca. El tigre metió la mano y consiguió asirlo de la cola.
El susto tremendo no le hizo perder el tino al zorro que comenzó a gritar:
-¡Tire, tío tigre, que es una mata de paja! ¡Tire, tío tigre, que es una mata de paja!
La abundante cola peluda del zorro le pareció al tigre que era una mata de paja y la soltó.
El zorro se deslizó cueva adentro y desde allá, riéndose a carcajadas, le decía:
-¡Bah, que había sido tonto mi tío! Era mi cola la que tiraba. ¡Que la inocencia le valga!
El tigre, cada vez más furioso, le aseguró que no saldría de allí con vida, y se echó en la puerta de la cueva. Estuvo así casi todo el día. Cansado, llamó a un carancho (4), lo dejó de centinela y se fue a comer.
El zorro trató repetidas veces de entrar en amistad con su cuidador, pero el carancho había tomado tan en serio su papel que no lo atendía. Tanto insistió el zorro y tanto se aburrió el carancho, que comenzaron a conversar. Cuando tomaron cierta confianza, el zorro le propuso que jugaran a quién permanecía más tiempo con los ojos muy abiertos y fijos. Jugaron un rato, y una de las veces en que le tocó al carancho abrir los ojos, el zorro se los tapó con un puñado de tierra y huyó.
El zorro, con su ingenio, burló el poder del tigre y castigó su avaricia.
                   
Tomado del libro: Antología Folklórica Argentina para las Escuelas de Adultos -Consejo Nacional de Educación.(1940)

 0.015.5 anonimo (argentina), 


[1] Aparte de la significación que trae el Diccionario de la Academia, tiene el de "parte de la res que cada persona prefiere".
[2] Arcaísmo que aun persiste en le habla rural argentina.
[3] "Sucia".

El sembrador, el tigre y el zorro

Un viejo sembrador estaba arando, cuando se le apareció el tigre y le dijo:
 -¿A que te como con bueyes y todo?
 -No, señor tigre, cómo me va a comer, mi familia es pobre y necesita de mi y de mis bueyes.
-Te voy a comer lo mismo.
-No, señor, cómo me va a comer.
Estaban en que te como y que no me coma, cuando pasa por allí cerca un zorro, oye la discusión y se propone salvar al hombre. Se esconde detrás de unos poleos[1] espesos, y con voz muy gruesa y firma, le grita:
-Amigo, ¿no ha visto pasar por aquí al tigre? Lo ando buscando con doscientos perros para matarlo.
-Dile que no me has visto; si no, te como, - le dijo por lo bajo el tigre al hombre, creyendo que se trataba de un cazador de fieras. Dicho esto, se estiró largo a largo, y se quedó inmóvil.
-No, señor, no he visto al tigre desde hace mucho tiempo.
-¿Cómo que no lo ha visto, amigo, y qué es ese bulto que está cerca de Ud.?
-Dile que son porotos.
-Son porotos overos, señor, que tengo para sembrar.
-Si son porotos, póngalos dentro de esa bolsa que tiene ahí.
-Ponme en la bolsa.
El hombre embolsó al tigre lo más pronto que pudo, y le contestó:
-Ya está, señor.
-Átele, amigo, la boca a la bolsa con un lazo para que no se le vuelquen los porotos.
-Has que me atas, pero deja abierta la bolsa, -le dijo el tigre al sembrador.
El hombre ató la boca de la bolsa lo mejor que pudo.
-Está muy esponjada esa bolsa, amigo, aplástela un poco con el ojo del hacha.
-Has que me pegas, pero cuida de no tocarme.
El hombre tomó el hacha y le pegó al tigre en la
cabeza hasta dejarlo muerto.
Así, la astucia del zorro salvó al hombre y venció la crueldad del tigre.
                          
 Tomado del libro: Antología Folklórica Argentina para las Escuelas de Adultos - Consejo Nacional de Educación.(1940)

0.015.5 anonimo (argentina), 


[1] Poleo - Lippia turbinata, Griseb - Crece esta planta medicinal en las lomas y serranías de Córdoba, San Luis, Salta, Catamarca, Tucumán y Mendoza. Tiene un uso equivalente al del té.

El cordero y el lobo

Albino era un cordero muy blanco que destacaba en el rebaño por su bondad. Un día se acercó a la orilla de un río a beber. Unos metros agua arriba un enorme lobo hacía lo mismo. El feroz animal, al ver a su vecino, le dijo airado:
-¡Eh, tú!, ¿no ves que me estás ensuciando el agua?
-¿No serás tú quien me la ensucia a mí? -le contestó Albino muy enfadado. Al fin y al cabo ten encuenta que la corriente viene hacia mí desde donde tú bebes.
-¿Cómo te atreves a llevarme la contraria? Te voy a devorar en señal de castigo -amenazó el lobo arrojándose sobre él.
Albino, rápido de reflejos, esquivó la embestida del lobo, que cayó al agua y se ahogó.

«La fuerza bruta jamás puede competir con la razón.»

0.008.5 anonimo (eslavo),