Era una ratita muy linda a la que le gustaba cuidar de
su casa. Todos los días barría, limpiaba y fregaba. Era una maravilla en
cualquier cosa que hiciese. Sus vecinos la admiraban y siempre había una cola
de pretendientes a la puerta de su casa. Aún no había resuelto casarse, de modo
que repartía calabazas a diestro y siniestro.
Un día se encontró una moneda, pero no sabía qué hacer
con ella.
«Podría comprar tantas cosas... Es difícil decidirse
por alguna. ¿Y si me comprase un lazo? Podría ponérmelo en el rabo. Me quedaría
precioso», pensaba la ratita muy indecisa.
En efecto, se compró el lazo y su predicción se
cumplió. Estaba más encan-tadora y más guapa que nunca. Sus pretendientes aumentaron
a la puerta de su casa como la espuma.
Desfilaron ante ella perros, cerdos, patos... La
ratita, algo más condes-cendiente, sólo ponía una condición para casarse.
-Quien tenga una hermosa y dulce voz obtendrá mi mano
-les dijo ella con una sonrisa en el rostro.
Así, hacía cantar a todos los pretendientes, pero
ninguna voz parecía agradarle. Por fin, un día se presentó un apuesto gato
quien, con voz muy dulce y melodiosa, logró conquistar el corazón de la ratita
presumida.
La boda se celebró por todo lo alto y acudieron
numerosos invitados. La ratita, muy satisfecha y feliz, se sentía el centro del
mundo. Estaba radiante y además al fin había logrado encontrar a un
pretendiente digno de su belleza.
Una vez solos, el esposo mostró sus verdaderas intenciones.
De un salto se lanzó sobre la ratita y, visto y no visto, se la zampó en un
santiamén.
«No podemos ni debemos renunciar a lo que somos.»
0.999.5 anonimo fabula
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