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jueves, 7 de noviembre de 2013

La ratita presumida

Era una ratita muy linda a la que le gustaba cuidar de su casa. Todos los días barría, limpiaba y fregaba. Era una maravilla en cualquier cosa que hiciese. Sus vecinos la admiraban y siempre había una cola de pretendientes a la puerta de su casa. Aún no había resuelto casarse, de modo que repartía calabazas a diestro y siniestro.
Un día se encontró una moneda, pero no sabía qué hacer con ella.
«Podría comprar tantas cosas... Es difícil decidirse por alguna. ¿Y si me comprase un lazo? Podría ponérmelo en el rabo. Me quedaría precioso», pensaba la ratita muy indecisa.
En efecto, se compró el lazo y su predicción se cumplió. Estaba más encan-tadora y más guapa que nunca. Sus pretendientes aumentaron a la puerta de su casa como la espuma.
Desfilaron ante ella perros, cerdos, patos... La ratita, algo más condes-cendiente, sólo ponía una condición para casarse.
-Quien tenga una hermosa y dulce voz obtendrá mi mano -les dijo ella con una sonrisa en el rostro.
Así, hacía cantar a todos los pretendientes, pero ninguna voz parecía agradarle. Por fin, un día se presentó un apuesto gato quien, con voz muy dulce y melodiosa, logró conquistar el corazón de la ratita presumida.
La boda se celebró por todo lo alto y acudieron numerosos invitados. La ratita, muy satisfecha y feliz, se sentía el centro del mundo. Estaba radiante y además al fin había logrado encontrar a un pretendiente digno de su belleza.
Una vez solos, el esposo mostró sus verdaderas intenciones. De un salto se lanzó sobre la ratita y, visto y no visto, se la zampó en un santiamén.

«No podemos ni debemos renunciar a lo que somos.»

0.999.5 anonimo fabula 

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