Yendo de viaje, Diógenes el cínico
llegó a la orilla de un río torrencial y se detuvo perplejo. Un hombre acostumbrado
a hacer pasar a la gente el río, viéndole indeciso, se acercó a Diógenes, lo
subió sobre sus hombros y lo pasó complaciente a la otra orilla.
Quedó allí Diógenes, reprochándose
su pobreza que le impedía pagar a su bienhechor. Y estando pensando en ello
advirtió que el hombre, viendo a otro viajero que tampoco podía pasar el río,
fue a buscarlo y lo transportó igualmente. Entonces Diógenes se acercó al hombre
y le dijo:
-No tengo que agradecerte ya tu
servicio, pues veo que no lo haces por razonamiento, sino por manía.
Cuando servimos por igual a personas de buen
agradecimiento, así como a personas desagradecidas, sin duda que nos
calificarán, no como buena gente, sino como ingenuos o tontos. Pero no debemos
desanimarnos por ello, tarde o temprano, el bien paga siempre con creces.
1.023.5 Esopo
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