Un tocador de cítara sin talento
cantaba desde la mañana a la noche en una casa con las paredes muy bien
estucadas.
Como las paredes le devolvían el
eco, se imaginó que tenía una voz magnífica, y tanto se lo creyó, que resolvió
presentarse en el teatro; pero una vez en la escena cantó tan mal, que lo
arrojaron a pedradas.
No seamos nosotros jueces de nosotros mismos, no vaya a
ser que nuestra parcialidad nos arruine.
1.023.5 Esopo
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