Quiso Hermes saber hasta dónde le
estimaban los hombres, y, tomando la figura de un mortal, se presentó en el
taller de un escultor.
Viendo una estatua de Zeus,
preguntó cuánto valía.
-Un dracma -le respondieron.
Sonrió y volvió a preguntar:
¿Y la estatua de Hera cuánto?
-Vale más -le dijeron.
Viendo luego una estatua que le
representaba a él mismo, pensó que, siendo al propio tiempo el mensajero de
Zeus y el dios de las ganancias, estaría muy considerado entre los hombres; por
lo que preguntó su precio.
El escultor contestó:
-No te costará nada. Si compras las
otras dos, te regalaré ésta.
Nuestra propia vanidad siempre nos lleva a pasar por
terribles desilusiones.
1.023.5 Esopo
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