Zorrín tenía unos padres millonarios que un día le
regalaron un coche deportivo. A Zorrín le gustaba conducir su coche nuevo a
toda velocidad y no respetar las señales de tráfico. Por eso, se saltaba los
stop, adelantaba en las curvas y no hacía caso de los semáforos. La verdad es
que Zorrín era tan imprudente que suponía un serio peligro para los demás
automovilistas.
Sin embargo, Zorrín no quería aprender a conducir bien
ni respetar las señales. Aunque le multaban frecuentemente, le daba lo mismo
pues su padre siempre pagaba las multas y casi nunca le castigaba.
Un día este conductor temerario recibió su merecido.
Mientras conducía se quedó mirando a una zorrita que cruzaba la calle. Era muy
bella y su andar le embelesó tanto que se despistó. Como conducía muy deprisa,
no tuvo tiempo de reaccionar y se estrelló contra un árbol. En el accidente
Zorrín se rompió varios huesos y tuvo que estar escayolado durante mucho
tiempo. Por supuesto, el coche quedó destrozado para el desguace.
-No pienso comprarte otro coche, Zorrín. Ya has
demostrado que no eres responsable conduciendo -le dijo su padre muy enfadado.
Suponemos que Zorrín habrá comprendido que no siempre
puede hacer uno lo que le apetece. Hay que respetar las señales para no
provocar desgracias ajenas ni propias.
«No seas egoísta y piensa en los demás.»
0.999.5 anonimo fabula,
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