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lunes, 11 de noviembre de 2013

La inundacion

Alegres y contentos
En una corta y apacible aldea
Vivían sin envidia
Los labradores y vecinos de ella.
Llegó el mes en que Febo,
Cansado de morar en nuestras tierras,
Suele al tostado sirio
Hacer una visita muy completa;
Y, amigo de mi alma,
Vieron mis labradores que la tierra,
Muerta de sed, por agua
Clamaba ya con tanta boca abierta.
Juntóse, como suele,
El gran concejo, y tras de mil arengas
En que, según costumbre,
Se habló mucho, mas nada en la materia,
Cierto padre conscripto
De los que deletrean la gaceta
Les dijo: Compañeros:
Ya sabéis que en la cima de esa sierra
Hay una gran laguna,
Y sangrándola es fácil traer de ella
El agua necesaria,
Volviéndola a cerrar después la vena.
¡Oídos que tal oyen!
Sin atender a más, allá enderezan;
Y con picos y azadas
Por más de veinte partes abren senda
A aquella agua estancada,
Que, sin que nadie baste a contenerla,
En crecidos torrentes
Baja inundando campos y praderas.
Viéndose así perdidos,
Maldicen al consejo, y la mollera
Del padre de la patria,
A quien por poco arañan y repelan;
Pero él, alzando el grito:
-Mi consejo, les dice, sano fuera
Si supierais usarle,
Sacando de ese lago con prudencia
El agua necesaria
Para regar sin riesgo nuestras tierras,
Y no para inundarlas:
Con que para otra vez sírvaos de regla,
Que hasta el bien con exceso
A ser un mal irremediable llega;
Y que así como el fatuo
Lo inunda todo, el sabio sólo riega.

Libro 3 – Fabula XXX


1.089.5 Claris de florian, jean pierre - 032

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