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lunes, 11 de noviembre de 2013

La educacion del leon

Ya por fin el león, según la historia,
Vino a tener un hijo,
Sucesor inmediato
De toda la extensión de sus dominios.
Acabadas las fiestas
Que son de esencia en tales natalicios,
Trató su cuerdo padre
De dar al principito,
En vez de ama de cría,
Un preceptor de tal encargo digno.
Júntase el gran consejo,
Y expuesto el punto, el tigre el primerito
Habló de esta manera:
-Señor: la guerra en todo tiempo ha sido
La que del trono el esplendor sostuvo;
Y así, será preciso
Que para sostener mañana el suyo,
Venga a ser nuestro príncipe aguerrido;
Y así se hará temible
A todos los monarcas sus vecinos.
El oso formidable
Fue de igual parecer, y así le dijo:
Conviene que a su alteza
Se busque un preceptor, de cuyo brío,
Cual vos a ser aprenda
Invencible; pues éste es en mi juicio
El talento mayor. -Ese es un yerro,
Replica el zorro entonces, pues se ha visto
Que puede más la astucia
Que el valor; por lo cual, señor, opino
Que su maestro sea
El más sagaz de todo este dominio.
En fin, cada vocal de la asamblea
Tiraba, por lo visto,
A su solo provecho,
Según es de costumbre; e indeciso
El león no sabía
Cuál sería el partido
Que debía tomar; cuando un perrazo
De grande madurez así le dijo:
-Ni el valor, ni la astucia
Vienen a ser los artes que en mi juicio
Aseguran de un rey los vastos pueblos:
Hágase amar, y los tendrá sumisos;
Será feliz su estado,
Y temblará a su nombre el enemigo.
Enmudeció el consejo,
Y el rey, ya convencido:
Tú solamente veo
Que de educar al príncipe eres digno:
Y así, desde este instante
A tu celo y prudencia le confío.
Con efecto: mi perro
Llévasele consigo,
Encubriéndole siempre su linaje.
Van a reinos distintos,
Y en ellos le hace ver las consecuencias
Del rigor excesivo:
Las liebres y conejos devorados
Por los zorros impíos:
Por los hambrientos lobos
Los mansos corderillos;
Y en todas partes, sin razón, el débil,
Por el fuerte oprimido:
El manso buey, sin lucro trabajando,
Y bien premiado el vagamundo mico.
Al ver aquel desorden,
Temblaba el coraje el leoncillo,
Y solía decir: -¿Pues qué, el monarca
Ignora estos delitos?
-¿No ves, el cuerdo perro le responde,
Que los tristes que mueren afligidos
No pueden ya quejarse?
Y con tan suave arbitrio
Se iba formando el príncipe en los dones
De prudencia y virtud: pues hemos visto
Que más corrige la experiencia sola
Que los discursos duros y prolijos.
Ya sólo le faltaba
Saber que era león: y de improviso
Se les presenta un tigre:
El da un fiero rugido;
Bate el hijar con la erizada cola,
Y lanzándose luego a su enemigo,
La fuerte garra esgrime;
El pecho le abre; déjale tendido,
Y vuelve a su maestro
Lleno de regocijo
Diciendo: -Al fin, salvé tu amable vida:
Pero ¿de qué me admiro,
Si la fina amistad en este instante
Me dio el esfuerzo de un león altivo?
-Y lo sois realmente,
Le respondió mi perro enternecido:
Sí: mi príncipe sois; y hoy a la corte
Seréis restituido,
Pues consiguió mi celo,
Mi constancia y cariño,
Inspiraros de un perro las virtudes,
Sin que perdieseis de león los bríos.

Libro 4 – Fabula LI


1.089.5 Claris de florian, jean pierre - 032

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