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lunes, 11 de noviembre de 2013

El castillo de naipes

En pacífico albergue
Vivía muy tranquilo
Un cierto matrimonio,
Acompañado sólo de dos hijos.
Sus campos cultivaba
Con un afán sencillo,
Y en copiosas cosechas
Les pagaba la tierra el beneficio.
Bajo sus verdes parras
Cenaba en el estío;
Pasando del invierno
A una gran lumbre los penosos fríos.
Ya dando documentos
De virtud a sus niños,
Ya con cuentos morales
Teniéndoles acaso entretenidos.
El mayor, una noche
Sentado en un banquillo
Al lado de una mesa,
Leía en el Rolin muy embebido,
En tanto que el pequeño,
Con maña y artificio,
De una porción de naipes
Aspiraba a formar un gran castillo
En esto, una gran duda
Ocurre al lector mío,
Y dícile a su padre
Con gran curiosidad, cerrando el libro:
-¿Por qué ciertos guerreros
Se llaman, como he visto,
Conquistadores, y otros
Fundadores? pues qué, ¿no son lo mismo?
Discurría su padre
Qué responder al hijo:
Cuando hete aquí que el otro,
Loco de ver formado su designio:
-Papá, ya acabé, exclama
Lleno de regocijo.
El mayor, enojado,
De un manotón deshácele el castillo;
Y el cuerdo padre entonces:
-Tu hermano, dice, el fundador ha sido,
Y tú en este momento
Eres conquistador. ¡Oh, qué bien dijo!

Libro 3 – Fabula XXXVI

1.089.5 Claris de florian, jean pierre - 032

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