Tenía en su jardín un jardinero
Un gran peral, que en fuerza de sus
años
A ser estéril vino:
Tratando, pues, un día de cortarlo,
Alzó el hacha terrible
Y descargó sobre él un fuerte
hachazo.
Sentido con el golpe
El infeliz peral: ¿Qué haces ingrato?
Le dice: cuando joven,
¿No te colmé de frutos sazonados?
Pues ¿por qué, en recompensa,
No me respetas hoy que soy anciano,
Y aguardas a que llegue
Mi triste fin, que ves tan inmediato?
-Harto el cortarte siento,
Le respondió con aire sosegado
El jardinero: pero me hace falta
Tu leña, y no hay remedio.
-Perdonadlo,
Gritan mil ruiseñores
Que a la razón estaban en el árbol,
Pues él es nuestro asilo;
Y si vuestra consorte viene acaso
A sentarse a su sombra,
Con nuestra melodía la alegramos.
Pero el buen jardinero
Les espantó enfadado,
Y en el peral descarga nuevo golpe
Sale entonces asad desaforado
Un enjambre de abejas,
Diciéndole: -Detente ya, inhumano,
Y escucha nuestra oferta y nuestro
ruego.
«Si nos dejas tranquilas, y en
descanso,
En este anciano asilo,
Te daremos panales delicados
Con que tú te enriquezcas.»
-No más, responde el jardinero avaro,
Que ya de vuestro ruego enternecido
Perdono a ese cuitado,
Pues tan bien me sirvió cuando era
mozo:
Baste que algunos ratos
Haga sombra a mi esposa,
Y que la alegren con su dulce canto
Aquesos ruiseñores.
Y vosotras, amigas, sosegaos,
Y en este viejo tronco
Vivid desde este día con descanso,
Que yo me voy corriendo
A sembrar este espacio
De delicadas flores,
Con que podáis sin pena regalaros.
Esto dijo: marchóse;
Y en su sola promesa asegurados,
Dejó en paz por entonces
Al enjambre, a los pájaros y al
árbol.
Si el interés incita,
¡Oh, qué de agradecidos encontramos!
Libro
4 – Fabula LII
1.089.5 Claris de florian, jean pierre - 032
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