Señores escritores
Que hacéis alarde de escribir en
jerga,
Aquesta fabulilla
A vosotros dirijo, recogedla.
Érase en cierto tiempo
Un astuto truhán, no sé en qué
tierra,
Que a costa de mil tontos
Tenía un mayorazgo en su linterna.
Llevaba en su campaña
Un mono singular, cuya destreza
En la cuerda tirante,
En los saltos mortales y las vueltas,
Embelesaba a todos,
Sacándoles aplausos y pesetas.
Un día, pues, que el amo
Se fue por devoción a la taberna,
Quiso dar nuestro mono
Un golpe digno de su gran mollera.
Convoca en un instante
A cuantos animales machos y hembras
Halló por todo el pueblo;
Y llegados, les hizo aquesta arenga:
-Señores: hoy de gratis
Os voy a dar una agradable escena,
Nueva, curiosa y grande:
Tomad asiento, y atención, que
empieza.
Cogió un vaso pintado,
Y metiéndole luego en su linterna:
-Ya veis aquí, les dice,
Con todo su esplendor al gran
planeta:
La plateada luna
Tan refulgante como está en su
esfera.
Ahora verán la historia
Del padre Adán y de su esposa
Eva: Miren cuál van pasando
Todos los animales de la tierra,
La creación del mundo,
Y el orden singular de las estrellas.
En vano el gran concurso,
Sin atreverse a pestañear siquiera,
Miraba atentamente,
Pues todos se encontraban en
tinieblas.
-Por Dios, exclama un gato,
Que de las maravillas que nos cuenta
Ni una siquiera he visto.
-Ni yo, responde un perro con
presteza.
Sin embargo, seguía
El mono Cicerón su larga arenga,
Sin que de ver echase
Que inútilmente en persuadir se
esmera
Al curioso auditorio
Que mire lo que no se le presenta,
Mientras no se le ocurra
Que debe poner luz en su linterna.
Libro
I. Fabula X
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