Caracolín estaba muy triste. Todos los animales con
los que se topaba andaban más deprisa y eran más ágiles que él. Unos brincaban,
otros saltaban, algunos corrían, ¡y él, aguantando el peso de su caparazón!
¡Qué fastidio!
La tortuga, que tenía el mismo problema, le decía con
gran optimismo y buen corazón:
-Caracolín, piensa que alguna ventaja tendrá tener ese
caparazón.
Un día estalló una fortísima tormenta. Llovió
muchísimo y muchos de los animalillos a los que tanto envidiaba murieron
ahogados. Él tuvo mejor suerte. Encerrado en su caparazón, encontró un refugio
seguro y se libró de morir.
«La envidia no tiene sentido.»
0.999.5 anonimo fabula,
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