Los resfriados de don Rinoceronte eran famosos en toda
la ciudad de Rinocelandia. ¡La de pañuelos que agujereaba con su largo cuerno
cuando estornudaba!
Cuando, sentado en la mesa, le venía un estornudo,
daba tales cabezazos contra la madera que clavaba su cuerno donde primero
pillaba o rompía la mesa en pedazos. Quienes estaban con él se desternillaban
de risa.
Pero a don Rinoceronte no le hacía gracia y se
enfurecía terriblemente; menos mal que se le pasaba pronto.
Una vez curado el resfriado, era don Rinoceronte quien
más se reía al recordar lo sucedido, pues tenía buen humor y sabía que a
cualquiera le podía pasar lo mismo que a él.
«No te rías de quien pasa malos ratos. A ti te puede pasar cualquier
día.»
0.999.5 anonimo fabula,
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