El saltamontes se sentía muy desgraciado a causa de su
peculiar forma de andar. Lo hacía a grandes saltos y, debido a ello, no podía
pasear con sus amigos por el bosque con la debida normalidad, charlando
tranquilamente. Fácil es de comprender su tristeza y pesar, puesto que el
inconveniente no tenía remedio: había nacido así.
Nuestro saltamontes se pasaba días enteros sin querer
ver a nadie, tal era la congoja que sentía. Apenas comía y evitaba salir al
bosque. Sentía un complejo enorme por sus andares, cosa absurda, ya que la
Naturaleza no hace las cosas a tontas y a locas, pero ¡cualquiera le convencía
de eso!
Los hechos, sin embargo, vinieron a resolver la
situación. El rey de su comunidad declaró la guerra a los habitantes del
territorio vecino y él fue encargado por su soberano de observar los
movimientos del enemigo, para después informarle personalmente sobre los
mismos. Entonces se pusieron de manifiesto las grandes dotes de nuestro
saltamontes. Con sus prodigiosos saltos era capaz de franquear cualquier
obstáculo y de encaramarse al lugar más propicio para observar el panorama que
se extendía mas allá. No tardó en convertirse en el vigía favorito de su reino
y, gracias a sus inestimables servicios, la victoria sonrió a sus amigos.
Desde entonces, el saltamontes dejó de preocuparse por
su «defecto», ya que no era tal. Simplemente, andaba de forma distinta a la de
sus amigos.
«No hay mal que por bien no venga.»
0.999.5 anonimo fabula
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