Erase una vez un cedro que sabía
que era muy hermoso.
Plantado en mitad del jardín,
superaba la altura de los otros árboles, y sus ramas, dispuestas con rigurosa
geometría, hacían que pareciese un enorme candelabro.
-¡Quién sabe cómo sería yo si diese
frutos! -pensó. Sería seguramente el árbol más hermoso del mundo.
Se puso a observar a los otros
árboles, tratando de hacer como ellos, y finalmente, en lo alto de su erguida
copa, apuntó un bellísimo fruto.
-Ahora lo tengo que alimentar -se
dijo el cedro. He de hacer que crezca.
Y el fruto comenzó a crecer, a
engordar, hasta que se hizo demasiado grande. Y la copa del cedro, no
pudiéndolo sostener más, empezó a doblarse; y cuando el fruto maduró, la copa,
que era el orgullo y la gloria del árbol, se encontró bamboleándose como una
rama tronchada.
El afán incontrolado de gloria puede hacernos creer capaces de tareas
que en realidad superan nuestras limitaciones; y una labor demasiado pesada
para nuestras fuerzas puede anular todas nuestras aspiraciones futuras.
(de Fábulas, Atl. 76 r. a.)
1.082.5 Da vinci (Leonardo) - 012
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