Un viejo castaño vio un día a un
hombre subido en una higuera. El hombre atraía hacia él las ramas, arrancaba
los frutos y uno detrás de otro se los ponía en la boca, deshaciéndolos con sus
duros dientes.
El castaño, con un largo murmullo
de hojarasca, dijo:
-¡Oh, higuera, cuánto menos debes
que yo a la madre naturaleza! ¿Ves cómo me ha hecho? ¡Qué bien ha protegido y
ordenado mis dulces hijos, al vestirlos primero con una camisa sutil, sobre la
cual ha puesto una chaqueta de piel dura y forrada! Y no contenta con haberme
hecho tanto bien, ha construido para ellos una cubierta sólida y encima ha
plantado muchas aguzadas espinas para defenderlos de las manos del hombre.
Un higo, al oír esto, se echó a
reír y después de haber reído mucho dijo:
-¿Pero tú conoces al hombre? Tiene
tal ingenio que de todos modos se llevará todos tus frutos. Armado de pértigas,
de palos, de piedras, sacudirá tus ramas, hará caer tus frutos y cuando estén
caídos los pisoteará o los aplastará con las piedras para sacarlos de la
cáscara tan erizada de espinas, y tus hijitos saldrán de ella maltrechos, rotos
y estropeados. En cambio, yo soy tratado con delicadeza, ya que únicamente me
tocan con las manos.
Suele obtener mejores resultados el que en lugar de oponerse ciega y
tercamente a los embates del infortunio, cede a sus ataques o los sortea,
esperando con la mente despierta la mejor oportunidad de cambiar su suerte.
(de Fábulas, Atl. 67 r. a.)
1.082.5 Da vinci (Leonardo),
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