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miércoles, 18 de septiembre de 2013

El sauce y la calabaza

Erase una vez un pobre sauce que jamás había tenido la dicha de ver sus ramas enderezarse al cielo. Unas veces porque una parra se apoyaba én su tronco, otras porque cualquier planta demasiado próxima le impedía crecer, y a menudo porque era mutilado y podado.
Juntando todas sus energías, empezó a soñar y a pensar después en la manera de librarse de aquella esclavitud.
Pensando vrepensando decidió considerar una por una todas las plantas dei universo que le rodeaba y las exigencias particulares de cada una, para poder al fin encontrar alguna que no tuviese necesidad de subirse a sus ramas.
Nutriéndose cada día con estas imágenes, finalmente le asaltó una idea que iluminó su pensamiento.
-¡Sí, ésta es! ¡La calabaza!
El sauce sacudió todas sus ramas alegremente. La calabaza era la compañera ideal, porque era más propensa a atar contra sí a los otros que a ser atada. Hecha su elección, el sauce levantó sus ramas hacia el cielo con la esperanza de hacerse ver por algún pájaro amigo. En aquel momento se acercó una urraca y el sauce la llamó en seguida y le dijo:
-Gentil ave, espero que no habrás olvidado la ayuda que te presté hace unos días -era de mañana- cuando un halcón hambriento y cruel te quería devorar y tú te escondiste entre mis ramas. Tampoco habrás olvidado, espero, cuánto descansaste sobre mí cuando tus alas te pedían reposo, y menos las diversiones que te ofrecían mis hojas cuando retozabas con tu compañero, haciendo el amor. Por todo esto, gentil avecilla, yo espero que no me negarás el favor que voy a pedirte. Y es este: yo te ruego que vayas en busca de una calabaza y le pidas algunas de sus semillas. A las semillas les dirás que no tengan miedo de mí; cuando germinen y nazcan, yo las trataré como si fuesen mis hijas. Te recomiendo -continuó el sauce- que busques las palabras justas, convenciendo a la calabaza para que te dé semillas y a las semillas para que vengan contigo de buen grado. Tú eres maestra en hermosos discursos, amiga urraca, y no hay necesidad de enseñarte nada. Si me haces este gran favor, yo me sentiré feliz cobijando tu nido sobre mis ramas nuevas, custo-diándolo, junto a toda tu familia, sin que pagues arriendo.
Entonces, la urraca, después de haber concluido el pacto con el sauce, en base al cual se comprometía a no acoger entre sus ramas serpientes ni garduñas, alzando la cola y bajando la cabeza se tiró en picado de la rama, dando a las alas todo su peso; y así, batiéntolas rápidamente sobre el aire fugitivo y maniobrando el timón de la cola para dirigirse a derecha o a izquierda, llegó por fin sobre la calabaza.
-Te reverencio -dijo la urraca a la calabaza- y te saludo.
Después de añadir otras bellas y gentiles palabras, le pidió las semillas que deseaba el sauce.
Obtenidas las semillas, volvió a su amigo el árbol, quien la acogió con júbilo.
-Ahora debes sembrarlas -dijo el sauce.
La urraca, con un batir de alas, se posó en tierra y, después de haber cavado el terreno alrededor del sauce, tomó uno a uno los granos con su pico y los sembró junto al tronco.
En breve tiempo las semillas se abrieron. Nacieron plantitas de calabaza, que empezaron a crecer, a echar ramas, apresando poco a poco todas las del sauce, e incluso sus grandes hojas ocultaban al árbol la belleza del sol y del cielo.
Como si todo esto no bastase, las calabazas que dieron, con su peso, empezaron a atraer hacia la tierra los tiernos renuevos del sauce, arrancándolos y torturándolos. El sauce se sacudía en vano, tratando inútilmente de quitarse de encima las calabazas, y durante días se agitó con la ilusión de conseguirlo. Estaba tan desesperado que no se daba cuenta de que las calabazas estaban ligadas a él por tantos nudos que ya nadie podía desatarlos.
Viendo pasar el viento, el sauce le gritó su dolor pidiendo ayuda. El viento le oyó y sopló más fuerte.

Entonces el tronco, al cual las calabazas habían robado todo el alimento, se abrió en dos partes hasta las raíces; un pedazo de sauce cayó a un lado, el otro al otro, y llorando su propia desventura el sauce pensó que había nacido bajo una mala estrella.

(de Fábulas, Atl. 67 r. b.)

1.082.5 Da vinci (Leonardo) - 012

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