Erase una vez un pobre sauce que
jamás había tenido la dicha de ver sus ramas enderezarse al cielo. Unas veces
porque una parra se apoyaba én su tronco, otras porque cualquier planta
demasiado próxima le impedía crecer, y a menudo porque era mutilado y podado.
Juntando todas sus energías, empezó
a soñar y a pensar después en la manera de librarse de aquella esclavitud.
Pensando vrepensando decidió
considerar una por una todas las plantas dei universo que le rodeaba y las
exigencias particulares de cada una, para poder al fin encontrar alguna que no
tuviese necesidad de subirse a sus ramas.
Nutriéndose cada día con estas
imágenes, finalmente le asaltó una idea que iluminó su pensamiento.
-¡Sí, ésta es! ¡La calabaza!
El sauce sacudió todas sus ramas
alegremente. La calabaza era la compañera ideal, porque era más propensa a atar
contra sí a los otros que a ser atada. Hecha su elección, el sauce levantó sus
ramas hacia el cielo con la esperanza de hacerse ver por algún pájaro amigo. En
aquel momento se acercó una urraca y el sauce la llamó en seguida y le dijo:
-Gentil ave, espero que no habrás
olvidado la ayuda que te presté hace unos días -era de mañana- cuando un halcón
hambriento y cruel te quería devorar y tú te escondiste entre mis ramas.
Tampoco habrás olvidado, espero, cuánto descansaste sobre mí cuando tus alas te
pedían reposo, y menos las diversiones que te ofrecían mis hojas cuando
retozabas con tu compañero, haciendo el amor. Por todo esto, gentil avecilla,
yo espero que no me negarás el favor que voy a pedirte. Y es este: yo te ruego
que vayas en busca de una calabaza y le pidas algunas de sus semillas. A las
semillas les dirás que no tengan miedo de mí; cuando germinen y nazcan, yo las
trataré como si fuesen mis hijas. Te recomiendo -continuó el sauce- que busques
las palabras justas, convenciendo a la calabaza para que te dé semillas y a las
semillas para que vengan contigo de buen grado. Tú eres maestra en hermosos
discursos, amiga urraca, y no hay necesidad de enseñarte nada. Si me haces este
gran favor, yo me sentiré feliz cobijando tu nido sobre mis ramas nuevas, custo-diándolo,
junto a toda tu familia, sin que pagues arriendo.
Entonces, la urraca, después de
haber concluido el pacto con el sauce, en base al cual se comprometía a no
acoger entre sus ramas serpientes ni garduñas, alzando la cola y bajando la
cabeza se tiró en picado de la rama, dando a las alas todo su peso; y así,
batiéntolas rápidamente sobre el aire fugitivo y maniobrando el timón de la
cola para dirigirse a derecha o a izquierda, llegó por fin sobre la calabaza.
-Te reverencio -dijo la urraca a la
calabaza- y te saludo.
Después de añadir otras bellas y
gentiles palabras, le pidió las semillas que deseaba el sauce.
Obtenidas las semillas, volvió a su
amigo el árbol, quien la acogió con júbilo.
-Ahora debes sembrarlas -dijo el
sauce.
La urraca, con un batir de alas, se
posó en tierra y, después de haber cavado el terreno alrededor del sauce, tomó
uno a uno los granos con su pico y los sembró junto al tronco.
En breve tiempo las semillas se
abrieron. Nacieron plantitas de calabaza, que empezaron a crecer, a echar
ramas, apresando poco a poco todas las del sauce, e incluso sus grandes hojas
ocultaban al árbol la belleza del sol y del cielo.
Como si todo esto no bastase, las
calabazas que dieron, con su peso, empezaron a atraer hacia la tierra los tiernos
renuevos del sauce, arrancándolos y torturándolos. El sauce se sacudía en vano,
tratando inútilmente de quitarse de encima las calabazas, y durante días se
agitó con la ilusión de conseguirlo. Estaba tan desesperado que no se daba
cuenta de que las calabazas estaban ligadas a él por tantos nudos que ya nadie
podía desatarlos.
Viendo pasar el viento, el sauce le
gritó su dolor pidiendo ayuda. El viento le oyó y sopló más fuerte.
Entonces el tronco, al cual las
calabazas habían robado todo el alimento, se abrió en dos partes hasta las
raíces; un pedazo de sauce cayó a un lado, el otro al otro, y llorando su
propia desventura el sauce pensó que había nacido bajo una mala estrella.
(de Fábulas, Atl. 67 r. b.)
1.082.5 Da vinci (Leonardo) - 012
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