La pobre zarza no podía más. Ahora
que sus ramas estaban nuevamente cargadas de negras bayas, los mirlos
importunos e impertinentes hurgaban con el pico y con las patas todas sus
ramitas.
-¡Por favor -suplicó la zarza
dirigiéndose a la mirla más fastidiosa, déjame al menos las hojas! Mis
zarzamoras, lo sé, te gustan mucho, son tus frutos preferidos; pero no me
prives de la sombra de las hojas, que me defienden de los rayos abrasadores del
sol, y no me descorteces con tus uñas, no me despojes de mi tierna corteza.
La mirla, ofendida por estas
palabras, respondió:
-¡Calla, salvaje zarza! ¿No sabes
que la naturaleza te ha hecho criar estos frutos solamente para mi alimento?
¿No ves que has nacido solamente para darme de comer? ¿No sabes, villana de las
malezas, que el próximo invierno servirás sólo para alimentar el fuego?
La zarza, al oír estas palabras,
comenzó a llorar en silencio.
Poco tiempo después, la mirla
insolente cayó en la red tendida por el hombre. Para encerrar al pájaro en una
jaula, el hombre cortó muchas ramitas del seto y tocó hasta a la misma zarza
dar las suyas.
-¡Oh, mirla -dijo entonces la zarza,
yo estoy todavía aquí, y mis ramitas te quitan la libertad con la que tú me
atormentabas! Yo aún no estoy consumida por el fuego, como tú me decías, y
antes de que tú me veas quemada, yo te veré al fin en prisión
(de Fábulas, Atl. 67 r. a.)
1.082.5 Da vinci (Leonardo) - 012
No hay comentarios:
Publicar un comentario