Una corneja cogió una nuez y la
llevó a la punta de un alto campanario. Sosteniendo la nuez con las patas, el
pájaro la empezó a picotear para abrirla; pero, de pronto, la nuez rodó y desapareció
en una hendidura de la pared.
-¡Pared, buena pared -suplicó
entonces la nuez al verse liberada del pico mortífero de la corneja, en nombre
de Dios, que ha sido tan bueno contigo haciéndote tan sólida y alta, rica en
hermosas campanas que suenan tan bien, socórreme, ten compasión de mí! Yo
estaba destinada a caer bajo las ramas de mi viejo padre -continuó- para
descansar sobre la tierra fértil cubierta de hojas amarillas. ¡No me abandones,
te lo suplico! Cuando estaba en el pico de la feroz corneja hice un voto: si
Dios me concede escaparme de ella, prometo terminar el resto de mis días en
cualquier rincón.
Las campanas, con un leve murmullo,
advirtieron a la pared del campanario que fuera con cuidado, porque la nuez
podía ser peligrosa; pero la pared, movida a compasión, decidió hospedarla,
permitiendo que se quedase donde había caído.
Sin embargo, en poco tiempo, la
nuez comenzó a abrirse y a echar raíces entre las grietas de las piedras;
después las raíces crecieron, alargándose entre las piedras mientras las ramas
asoma-ban fuera del agujero; y crecieron las ramas y se robustecieron y se
alzaron hasta el campanario, y las raíces, gruesas y retorcías, comenzaron a
abatir la pared, derribando las viejas piedras.
La pared se dio cuenta demasiado
tarde de que la humildad de la nuez y su voto de quedarse arrinconada no fueron
sinceros, y se arrepintió de no haber escuchado el sabio consejo de las
campanas.
El nogal continuaba creciendo,
fuerte e indiferente, y la pared, la pobre pared, seguía desplomándose.
No debemos depositar nuestra confianza en quienes no la merecen;
además del disgusto que nos cause ver burlada nuestra buena fe, podemos incluso
hacer tambalear los cimientos de nuestra propia seguridad.
(de Fábulas, Atl. 67 r. a.)
1.082.5 Da vinci (Leonardo) - 012
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