Una araña, después de haber
explorado toda la casa, por dentro y por fuera, pensó meterse en el ojo de la
cerradura.
¡Qué refugio ideal! ¿Quién podría
descubrirla jamás, allí dentro? Ella, en cambio, asomándose al borde de la
cerradura, podría mirar a todas partes sin riesgo alguno.
-Allí -decía para sí, observando el
umbral de piedra- tenderé una red para las moscas; más allá -añadía, mirando el
escalón- tenderé otra para los gusanos; aquí cerca, en el marco de la puerta,
armaré una trampa pequeña para los mosquitos.
La araña se regocijaba. El ojo de
la cerradura le daba una seguridad nueva, extraordinaria; tan oscuro, estrecho,
como un estuche de hierro, le parecía más inaccesible que una fortaleza, más
seguro que cualquier armadura.
Mientras se deleitaba con estos
pensamientos, le llegó al oído un rumor de pasos; prudente, se retiró entonces
al fondo del refugio.
Alguien estaba a punto de entrar en
casa. Una llave tintineó, enfiló el ojo de la cerradura, y la aplastó.
La fábula nos hace reflexionar en las cortas luces de quienes aceptan
las cosas por lo que superficialmente representan, sin indagar más
profunda-mente su esencia y significado.
(de Fábulas, Atl. 299 v. b.)
1.082.5 Da vinci (Leonardo) - 012
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