Había una vez, en una barbería, una
bella navaja de afeitar. Un día en que no había nadie pensó echar una mirada a
su alrededor y, sacando la hoja del mango en donde reposaba como en una vaina,
se dedicó a gozar del hermoso día de primavera.
Al ver el sol reflejarse en su
cuerpo, la navaja quedó sorprendida y maravillada: la hoja de acero lanzaba
tales resplandores que de pronto, en un rapto de orgullo, se dijo:
-¿Y he de volver yo a aquella
barbería de la que acabo de salir? De ninguna manera. Los dioses no quieren que
una belleza como la mía se envilezca de ese modo. Sería una locura permanecer
allí afeitando la barba enjabonada de tantos rústicos villanos, repitiendo
hasta el infinito la misma mecánica operación. ¿Mi hermoso cuerpo está acaso
conforme con semejante ejercicio? ¡No, por cierto! Conque corro a esconderme en
cualquier lugar secreto, para poder gozar tranquila el resto de mis días.
Y así diciendo, la navaja buscó un
escondite, y se ocultó.
Pasaron los meses. Un día, deseando
tomar el aire, dejó su refugio y, saliendo cautelosamente de su vaina, se
contempló.
-¡Ay de mí! ¿Qué me ha sucedido?
La hoja se había oxidado y ya no
reflejaba los fulgores del sol.
La navaja, amargada y arrepentida,
se lamentó diciendo:
-¡Oh, cuánto mejor era emplear mi
bella hoja afilada afeitando las barbas enjabonadas! Mi superficie habría
permanecido resplandeciente, y mi filo siempre cortante, sutil. ¡En cambio,
heme aquí corroída y picada por la más fea herrumbre! ¡Y sin remedio!
El mismo horrible final de la
navaja está reservado a las personas de ingenio que en vez de ejercitarse en la
virtud prefieren entregarse al ocio. Y al igual que la navaja de afeitar,
pierden la finura y la luz de la inteligencia y pronto las corroe el moho de la
ignorancia.
(de Fábulas, Atl.175 v. a.)
1.082.5 Da vinci (Leonardo) - 012
No hay comentarios:
Publicar un comentario