Sobre la cumbre de una altísima
montaña había una peña; sobre la cima de aquella peña había, una vez, un poco
de nieve.
Mirando en torno, aquella nieve
empezó a fantasear, diciéndose:
-Seguro que dirán que soy
presuntuosa y soberbia, y me lo merezco. ¿Será posible que un montoncito de
nieve, un copo de nieve como yo, esté aquí arriba, en un lugar tan elevado,
soportando, sin ninguna vergüenza, que toda aquella nieve que se puede ver
mirando desde esta montaña esté en cambio más baja? Un copo de nieve no merece
esta sublime altura, y es justo que también yo, para convencerme mejor de mi
pequeñez, reciba del sol el mismo trato que diera ayer a los otros copos, mis
compañeros: los destruyó con una sola mirada. Y todo porque también ellos se
habían puesto más alto de lo que debieran. Pero yo quiero evitar la justicia
del sol, quiero descender a un lugar más conveniente a mi propio tamaño.
Y así diciendo, el copo de nieve,
entumecido de frío, se arrojó de la peña y bajó rodando desde la altísima
cumbre del monte. Pero cuanto más descendía, más aumentaba su tamaño. Aquel
copo de nieve se volvió pronto una gran bola, transformándose, al seguir
rodando, en una avalancha. Su carrera, al fin, terminó sobre una colina, y la
avalancha era tan grande como la colina que la retenía.
Así, durante el verano, aquella
nieve fue la última en derretirse al sol.
Enseñanza de esta fábula: los que se humillan serán ensalzados.
(de Fábulas, Atl. 67 v.b.)
1.082.5 Da vinci (Leonardo) - 012
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