Una higuera, cargada de frutos aún
verdes, alzó sus ojos hacia el árbol que le hacía sombra y se dio cuenta de que
aquella planta no tenía frutos.
-¿Quién eres, que te atreves a
quitar el sol a mis higos pequeños?
-Soy un olmo -respondió el árbol.
-¡Y no tienes ni siquiera un fruto!
-continuó la higuera. ¿No te da vergüenza ponerte frente a mí? Pero, espera a
que estos hijitos míos crezcan y verás. Cada uno se convertirá en un árbol,
juntos formaremos una selva y te rodearemos.
Los higos, claro es, maduraron.
Pero cuando estuvieron maduros pasó por allí un pelotón de soldados que se
encaramaron a la higuera para cogerlos, rompiendo las ramas y desprendiendo las
hojas. No quedó ni un fruto, y la pobre higuera acabó herida, sin ramas y
quebrantada.
El olmo, movido a compasión, le
dijo:
-¡Oh, higuera, cuánto mejor hubiera
sido para ti no tener hijos! Te hubieras hecho menos ilusiones. Ahora, por su
culpa, te ves en este estado.
La riqueza es arma de doble filo: por uno de ellos procura
satisfacciones de otro modo inalcanzables; por el otro alimenta la envidia de
los demás, hasta el punto de llevar aparejada la desgracia.
(de Fábulas, Atl. 67 r. a.)
1.082.5 Da vinci (Leonardo) - 012
No hay comentarios:
Publicar un comentario