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miércoles, 18 de septiembre de 2013

Las llamas y el caldero

En medio de la ceniza tibia había quedado un tizón todavía encendido. Lentamente y con mucha parsimonia iba consumiendo sus últimas energías, nutriéndose con el mínimo indispensable para no morir.
Pero llegó la hora de poner la sopa al fuego, y la hoguera fue avivada con nueva leña. Una cerilla, con su pequeña llama, resucitó al tizón que parecía apagado ya y una lengua de fuego se deslizó entre la leña sobre la que estaba puesto el caldero.
Alegrándose con los troncos bien secos que le habían puesto encima, el fuego comenzó a levantarse, expulsando el aire ador-mecido entre un leño y otro; y jugando con la nueva leña, y divirtiéndose en correr arriba y abajo, como tejedor de sí mismo, se alargaba cada vez más.
Comenzó, entonces, a hacer despuntar sus lenguas fuera de la leña, abriendo en ella muchas ventanas desde las que lanzaba puñados de centelleantes chispas; las tinieblas que invadían la cocina se alejaron, huyendo; mientras, cada vez más alegres, las llamas crecían bromeando con el aire circundante, y empezaron a cantar con un crepitar suave y dulce.
El fuego, viéndose ya tan crecido sobre la leña, empezó a cambiar su ánimo, manso y tranquilo casi siempre, por una engolada y antipática soberbia, haciéndose la ilusión de ser él quien atraía sobre aquellos pocos leños el don de la llama.
Se puso a soplar, a llenar de explosiones y chispas todo el hogar; dirigió sus grandes llamaradas hacia lo alto, decidido a partir en un vuelo sublime... y terminó chocando con la negra base del caldero.

Hay que refrenar hasta un nivel conveniente el ímpetu de nuestras acciones y el techo de nuestras aspiraciones; de otro modo nos exponemos a sumirnos en el negro pozo de la frustación.

(de Fábulas, Atl.116 v. b.)

1.082.5 Da vinci (Leonardo) - 012

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