Pasó el tiempo y Rayo seguía durmiendo. Pasito a
pasito, sin apresurarse, doña Tortuga caminaba sonriente y segura de sus
fuerzas.
Cuando pasó junto al campo de zanahorias, volvió la
cabeza y allí estaba Rayo durmiendo bajo un árbol a pierna suelta. Al cabo de
un rato, un griterío despertó a Rayo. Era la multitud que contemplaba absorta
cómo doña Tortuga estaba a punto de entrar vencedora. La liebre, pálida, se
lanzó a la carrera tratando de alcanzar a doña Tortuga, pero fue imposible. A
doña Tortuga le faltaban sólo unos pasos para llegar. Rayo llegó cuando doña
Tortuga ya había cruzado la línea de meta. ¡Le había ganado!
«La constancia es la virtud más valiosa. Sin ella es difícil aspirar a
nada.»
0.999.5 anonimo fabula
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