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viernes, 26 de septiembre de 2014

La urraca y la mona

A una mona
muy taimada
dijo un día
cierta urraca:
«Si vinieras,
a mi casa
¡cuántas cosas
te enseñara!
Tú bien sabes
con qué maña
robo y guardo
mil alhajas.
Ven; si quieres,
y veraslas
escondidas
tras de un arca.»
La otra dijo:
«Vaya en gracia.»
Y al paraje
le acompaña.
Fue sacando
doña Urraca
una liga
colorada,
un tontillo
de casaca,
una hebilla,
dos medallas,
la contera
de una espada,
medio peine,
y una vaina
de tijeras;
una gasa,
un mal cabo
de navaja,
tres clavijas
de guitarra,
y otras muchas
zarandajas.
«¿Qué tal? dijo.
Vaya, hermana;
¿No me envidia?
¿No se pasma?
A fe que otra
de mi casta
en riqueza
no me iguala.»
Nuestra mona
la miraba
con un gesto
de bellaca:
y al fin dijo:
«¡Patarata!
Has juntado
lindas maulas.
Aquí tienes
quien te gana,
porque es útil
lo que guarda.
Si no, mira
mis quijadas.
Bajo de ellas,
camarada,
hay dos buches
o papadas,
que se encogen
y se ensanchan.
Como aquello
que me basta,
y el sobrante
guardo en ambas
para cuando
me haga falta,
tú amontonas,
mentecata,
trapos viejos
y morralla;
mas yo, nueces,
avellanas,
dulces, carne,
y otras cuantas
provisiones
necesarias.
Y esta mona
redomada,
¿habló sólo
con la urraca?
Me parece
que más habla
con algunos
que hacen gala
de confusas
misceláneas,
y fárrago
sin sustancia.

El verdadero caudal de erudición no consiste en hacinar muchas noticias, sino en recoger con elección las útiles y necesarias.

Iriarte (Tomas de) - 043

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