A
una mona
muy
taimada
dijo
un día
cierta
urraca:
«Si
vinieras,
a
mi casa
¡cuántas
cosas
te
enseñara!
Tú
bien sabes
con
qué maña
robo
y guardo
mil
alhajas.
Ven;
si quieres,
y
veraslas
escondidas
tras
de un arca.»
La
otra dijo:
«Vaya
en gracia.»
Y
al paraje
le
acompaña.
Fue
sacando
doña
Urraca
una
liga
colorada,
un
tontillo
de
casaca,
una
hebilla,
dos
medallas,
la
contera
de
una espada,
medio
peine,
y
una vaina
de
tijeras;
una
gasa,
un
mal cabo
de
navaja,
tres
clavijas
de
guitarra,
y
otras muchas
zarandajas.
«¿Qué
tal? dijo.
Vaya,
hermana;
¿No
me envidia?
¿No
se pasma?
A
fe que otra
de
mi casta
en
riqueza
no
me iguala.»
Nuestra
mona
la
miraba
con
un gesto
de
bellaca:
y
al fin dijo:
«¡Patarata!
Has
juntado
lindas
maulas.
Aquí
tienes
quien
te gana,
porque
es útil
lo
que guarda.
Si
no, mira
mis
quijadas.
Bajo
de ellas,
camarada,
hay
dos buches
o
papadas,
que
se encogen
y
se ensanchan.
Como
aquello
que
me basta,
y
el sobrante
guardo
en ambas
para
cuando
me
haga falta,
tú
amontonas,
mentecata,
trapos
viejos
y
morralla;
mas
yo, nueces,
avellanas,
dulces,
carne,
y
otras cuantas
provisiones
necesarias.
Y
esta mona
redomada,
¿habló
sólo
con
la urraca?
Me
parece
que
más habla
con
algunos
que
hacen gala
de
confusas
misceláneas,
y
fárrago
sin
sustancia.
El
verdadero caudal de erudición no consiste en hacinar muchas
noticias, sino en recoger con elección las útiles y necesarias.
Iriarte (Tomas de) - 043
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