A
tratar de un gravísimo negocio
se
juntaron los zánganos un día.
Cada
cual varios medios discurría
para
disimular su inútil ocio;
y
por librarse de tan fea nota
a
vista de los otros animales,
aun
el más perezoso y más idiota
quería,
bien o mal, hacer panales.
Mas
como el trabajar les era duro,
y
el enjambre inexperto
no
estaba muy seguro
de
rematar la empresa con acierto,
intentaron
salir de aquel apuro
con
acudir a una colmena vieja
y
sacar el cadáver de una abeja
muy
hábil en su tiempo y laboriosa:
hacerla
con la pompa más honrosa
unas
grandes exequias funerales,
y
susurrar elogios inmortales
de
lo ingeniosa que era
en
labrar dulce miel y blanca cera.
Con
esto se alababan tan ufanos,
que
una abeja les dijo por despique:
«¿No
trabajáis más que eso? Pues
hermanos,
jamás
equivaldrá vuestro zumbido
a
una gota de miel que yo fabrique.»
¡Cuántos
pasar por sabios han
querido,
con
citar a los muertos que lo han
sido!
¡Y
qué pomposamente que los citan!
Mas
pregunto yo ahora: ¿los imitan?
Fácilmente
se luce con citar y elogiar a los hombres grandes de la antigüedad:
el mérito está en imitarlos.
Iriarte (Tomas de) - 043
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