Tienen
algunos un gracioso modo
de
aparentar que se lo saben todo:
pues
cuando oyen o ven cualquiera cosa,
por
más nueva que sea y primorosa,
muy
trivial y muy fácil la suponen,
y
a tener que alabarla no se exponen.
Esta
casta de gente
no
se me ha de escapar, por vida mía,
sin
que lleve su fábula corriente,
aunque
gaste en hacerla todo un día.
A
la pulga la hormiga refería
lo
mucho que se afana,
y
con qué industrias el sustento gana;
de
qué suerte fabrica el hormiguero;
cuál
es la habitación, cuál el granero,
cómo
el grano acarrea,
repartiendo
entre todas la tarea;
con
otras menudencias muy curiosas,
que
pudieran pasar por fabulosas,
si
diarias experiencias
no
las acreditasen de evidencias.
A
todas sus razones
contestaba
la pulga, no diciendo
más
que éstas u otras tales expresiones:
«Pues...
ya... sí... se supone... bien... lo entiendo...
ya
lo decía yo... sin duda... es claro;
ya
ves que en eso no hay nada de raro.»
La
hormiga, que salió de sus casillas
al
oír estas vanas respuestillas,
dijo
a la pulga: «Amiga, pues yo quiero
que
venga usted conmigo al hormiguero,
ya
que con ese tono de maestra
todo
lo facilita y da por hecho,
siquiera
para muestra
ayúdenos
en algo de provecho.»
La
pulga, dando un brinco muy ligera,
respondió
con grandísimo desuello:
«¡Miren
qué friolera!
¿Y
tanto piensas que me costaría?
Todo
es ponerse a ello...
Pero...
Tengo que hacer... Hasta otro día.»
Para
no alabar las obras buenas, algunos las suponen de fácil ejecución.
Iriarte (Tomas de) - 043
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