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viernes, 26 de septiembre de 2014

La lechuza, los perros y el trapero

Cobardes son, y traidores,
ciertos críticos que esperan,
para impugnar, a que mueran
los infelices autores,
porque vivos, respondieran.
Un breve caso a este intento
contaba una abuela mía.
Diz que un día en un convento
entró una lechuza... Miento,
que no debió ser un día.
Fue, sin duda, estando el sol
va muy lejos del ocaso...
Ella, en fin, se encontró al paso
una lámpara (o farol,
que es lo mismo para el caso).
Y volviendo la trasera,
exclamó de esta manera:
«Lámpara, ¡con qué deleite
te chupara yo el aceite,
si tu luz no me ofendiera!
Mas ya que ahora no puedo,
porque estás bien atizada,
si otra vez te hallo apagada,
sabré, perdiéndote el miedo,
darme una buena panzada.»

Aunque renieguen de mí
los críticos de que trato,
para darles un mal rato,
en otra fábula aquí
tengo de hacer su retrato.
Estando, pites, un trapero
revolviendo un basurero,
ladrábale (como suelen
cuando a tales hombres huelen)
Dos parientes del Cerbero.
Y díjoles un lebrel:
«Dejad a ese perillán,
que sabe quitar la piel
cuando encuentra muerto a un can,
y cuando vivo, huye de él.»

Atreverse a los autores muertos, y no a los vivos, no sólo es cobardía, sino traición.

Iriarte (Tomas de) - 043

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