Harta
de paja y cebada
una
mula de alquiler
salía
de la posada;
y
tanto empezó a correr,
que
apenas el caminante
la
podía detener.
No
dudo que en un instante
su
media jornada haría;
pero
algo más adelante
la
falsa caballería
ya
iba retardando el paso.
«¿Si
lo hará de picardía?...
¡Arre!...
¿Te paras? Acaso
metiendo
la espuela... Nada,
mucho
me temo un fracaso...
Esta
vara, que es delgada...
Menos...
Pues este aguijón...
Mas
¿si estará ya cansada?
¡Coces
tira... y mordiscón!
¡Se
vuelve contra el jinete!...
¡Oh
qué corcovo, qué envión!
Aunque
las piernas apriete...
Ni
por esas... ¡Voto a quién!
Barrabás
que la sujete...
Por
fin dio en tierra... ¡Muy bien!
¿Y
eres tú la que corrías?...
¡Mal
muermo te mate, amén!
No
me fiaré en mis días
de
mula que empiece haciendo
semejantes
valentías.»
Después
de este lance, en viendo
que
un autor ha principiado
con
altisonante estruendo,
al
punto digo: «¡Cuidado!
Tente,
hombre, que te has de ver
en
el vergonzoso estado
de
la mula de alquiler!»
Los
que empiezan elevando el estilo, se ven tal vez precisados a
humillarle después demasiado.
Iriarte (Tomas de) - 043
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