Escondido
en el tronco de un árbol
estaba
un mochuelo,
y
pasando no lejos un sapo,
le
vio medio cuerpo.
«¡Ah
de arriba, señor solitario!
Dijo
el tal escuerzo:
saque
usted la cabeza, veamos
sí
es bonito o feo.»
«No
presumo de mozo gallardo;
respondió
el de adentro:
y
aun por eso a salir a lo claro
apenas
me atrevo;
«Pero
usted, que de día su garbo
nos
viene luciendo,
¿no
estuviera mejor agachado
en
otro agujero?»
¡Oh
qué pocos autores tomamos
este
buen consejo!
Siempre
damos a luz, aunque malo
cuanto
componemos,
y
tal vez fuera bien sepultarlo;
pero
¡ay, compañeros!
Más
queremos ser públicos sapos
que
ocultos mochuelos.
Hay
pocos que den sus obras a luz con aquella desconfianza y temor que
debe todo escritor que no esté poseído de vanidad.
Iriarte (Tomas de) - 043
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