Ello
es que hay animales muy científicos
en
curarse con varios específicos,
y
en conservar su construcción orgánica,
como
hábiles que son en la botánica;
pues
conocen las hierbas diuréticas,
catárticas,
narcóticas, eméticas,
febrífugas,
estípticas, prolíficas,
cefálicas
también y sudoríficas.
En
esto era gran práctico y teórico
un
gato, pedantísimo retórico,
que
hablaba en un estilo tan enfático
como
el más estirado catedrático.
Yendo
a caza de plantas salutíferas,
dijo
a un lagarto: «¡Qué ansias tan mortíferas!
Quiero,
por mis turgencias semihidrópicas,
chupar
el zumo de hojas heliotrópicas...»
Atónito
el lagarto con lo exótico,
de
todo aquel preámbulo estrambótico,
no
entendió más la frase macarrónica
que
si le hablasen lengua babilónica.
Pero
notó que el charlatán ridículo,
de
hojas de girasol llenó el ventrículo;
y
le dijo: «Ya, en fin, señor hidrópico,
he
entendido lo que es zumo heliotrópico...»
¡Y
no es bueno que un grillo, oyendo el diálogo,
aunque
se fue en ayunas del catálogo
de
términos tan raros y magníficos,
hizo
del gato elogios honoríficos!
Sí;
que hay quien tiene la hinchazón por mérito,
y
el hablar liso y llano por demérito.
Mas
ya que esos amantes de hiperbólicas
cláusulas,
y metáforas diabólicas,
de
retumbantes voces el depósito
apuran,
aunque salga un despropósito,
caiga
sobre su estilo problemático
este
apólogo esdrújulo-enigmático.
Por
más ridículo que sea el estilo retumbante, siempre habrá necios
que le aplaudan, sólo por la razón de que se quedan sin entenderle.
Iriarte (Tomas de) - 043
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