Cargado
de conejos
y
muerto de calor,
una
tarde de lejos
a
su casa volvía un cazador.
Encontró
en el camino,
muy
cerca del lugar,
a
un amigo y vecino,
y
su fortuna le empezó a contar.
«Me
afané todo el día
le
dijo; pero qué,
si
mejor cacería
no
la he logrado ni la lograré.
«Desde
por la mañana
es
cierto que sufrí
una
buena solana;
mas
mira qué gazapos traigo aquí.
«Te
digo y te repito,
fuera
de vanidad,
que
en todo este distrito
no
hay cazador de más habilidad.»
Con
el oído atento
escuchaba
un hurón
este
razonamiento
desde
el corcho en que tiene su mansión.
Y
el puntiagudo hocico
sacando
por la red,
dijo
a su amo: «Suplico
dos
palabritas, con perdón de usted.
Vaya,
¿cuál de nosotros
fue
el que más trabajó?
Esos
gazapos y otros,
¿quién
se los ha cazado sitio yo?
«Patrón,
¿tan poco valgo
que
me tratan así?
Me
parece que en algo
bien
se pudiera hacer mención de mí.»
Cualquiera
pensaría
que
este aviso moral
seguramente
liaría
al
cazador gran fuerza; pues no hay tal.
Se
quedó tan sereno
como
ingrato escritor
que
del auxilio ajeno
se
aprovecha, y no cita al bienhechor.
A
los que se aprovechan de las noticias de otros, y tienen la
ingratitud de no citarlos.
Iriarte (Tomas de) - 043
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