Un
ratón, cansado de vivir entre peligros y alarmas por causa de Mitis y de
Rodilardo[1],
que solían hacer gran carnicería en la nación ratonil, llamó a la comadre que
vivía en un agujero de la vecindad.
-He
tenido -le dijo- una buena idea. Por ciertos libros que he roído estos pasados
días supe que existe un hermoso país llamado las Indias, donde nuestro pueblo
es mejor tratado y goza de más seguridad que aquí. En aquellos países lejanos
creen los sabios que el alma del ratón fue en otro tiempo el alma de un gran
capitán, de un rey o de un fakir maravilloso, pudiendo, después de la muerte
del ratón, entrar en el cuerpo de una bella dama o de un gran sabio. Si no
recuerdo mal llamaban a esto metempsicosis. Como tienen esta creencia, tratan a
los animales con un cariño fraternal, habiendo levantado hospitales de
ratones, donde viven en pensión, mantenidos como personas de mérito. Vámonos,
pues, hermana mía, y hágase por fin justicia a nuestros méritos
La
comadre contestó:
-Pero
¿es que en ese hospital no entran los gatos? Porque si entran realizarán muy a
prisa la metempsicosis y con un golpe de sus garras o de sus dientes harán un
faquir o un rey, y en este caso no creo lo pasemos tan bien como supones.
-No
temáis esto -contestó el ratón; en aquel país el orden es perfecto y los gatos
tiene sus casas, como los nuestros las suyas, y tiene también aparte sus
hospitales para sus inválidos.
Después
de esta conversación partieron juntos, embarcándose en una navío de gran
escala, escurriéndose por las cuerdas de las amarras, la víspera de su salida.
Los dos ratones ansiaban verse ya en alta mar, lejos de aquellas tierras
malditas donde los gatos ejercen una tiranía cruel. Por fin parte el buque. La
navegación fue muy feliz; pronto llegaron a Sucrates, no para amasar riquezas
como los mercaderes, sino para hacerse tratar bien por los indios. En cuanto
entraron en una casa de ratones quisieron ocupar los primeros puestos. El uno
pretendía haber sido en otro tiempo un brahmán famoso en las costas de Malabar,
y la otra, una bella dama del mismo país, de largas y hermosas orejas...
Tan
insolentes se hicieron, que los demás ratones no podían sufrirlos, lo que causó
una verdadera guerra civil, no concediéndose tregua a los dos europeos que pretendían
hacer leyes para los demás, y en lugar de ser estrangulados por los gatos,
fueron muertos por sus propios hermanos.
Bien
está huir lejos del peligro: pero si no se es modesto y sensato, aun lejos,
hállase la desgracia; porque cada cual puede hallarla consigo mismo.
1.092.5 Fenelon (Salignac de la Mothe-Fenelon, François de) - 041
[1] Héroes gatunos de Rabelais.
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