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martes, 2 de septiembre de 2014

Historia de rusimundo y bramindo

Una vez había un joven más hermoso que el día, llamado, Rusimundo, que tenía tanta virtud y bue­nos sentimientos, cuanto su hermano mayor, Bra­mindo, tenía de desagradable, brutal y perverso. Su madre, que no sabía mirar sin dolor a su hijo mayor, sólo tenía consuelo fijando sus ojos en el menor. El mayor, llevado por los celos, inventó una calumnia horrible con el fin de perder a su hermano pequeño, pues dijo a su padre que éste visitaba con frecuencia a un vecino para enterarle de las cosas que pasaban en palacio, buscando la manera de envenenar a su padre. El padre, fuertemente irritado, azotó al hijo menor hasta bañarlo en su propia sangre, dejándole luego en una prisión durante tres días, sin alimento, y por fin lo echó de la casa, amenazándole con la muerte si se atrevía a volver a ella. La madre, llena de espanto, no se atrevía a abrir la boca y no hacía más que gemir. El pequeño marchó llorando, y no sa­biendo dónde acogerse, se internó en un gran bos­que, donde le sorprendió la noche descansando a los pies de una roca, y habién-dose fijado en la entrada de una caverna de donde salía un fresco arroyuelo, lleno de cansancio quedó dormido sobre la hierba. Cuando clareaba el día despertó, viendo a su lado a una joven muy hermosa que montaba un caballo gris con gualdrapas cuajadas de oro, que al parecer iba de caza.
-¿Por ventura habéis visto un ciervo perseguido por los perros? -dijo. Él contestó que no había vis­to nada. Después ella añadió: Paréceme que an­dáis afligido. ¿Qué tenéis? He aquí una sortija que os hará el más feliz y venturoso de los mortales mien­tras no abuséis de ella. Cuando volváis la piedra para dentro quedaréis invisible, y quedaréis de nuevo des­cubierto cuando la volváis para fuera; cuando os la pongáis en el meñique pareceréis el hijo del rey se­guido de una corte, y cuando os la pongáis en el dedo cuarto volveréis a ser normal.
Con esto el joven apreció que era un hada la que le hablaba; pero ella desapareció en el bosque.
En cambio él volvió a la casa de su padre con la impaciencia de ensayar el poder de la sortija. Y vio y entendió cuanto quiso, sin ser visto. Y pensó ven­garse de su hermano sin exponerse, y por esto sólo se mostró a su madre, contándole su singular aventura. Poniendo luego la sortija en el dedo pequeño pareció de golpe un príncipe con cien buenos caballos y lu­cida escolta de caballeros. Su padre, admirado de ver en su casa tan pequeña al hijo del rey con tan lúcida escolta, no sabía cómo ofrecerle sus respetos. Entonces Rusimundo le preguntó cuántos hijos tenía, y contestó el padre:
-Solamente dos.
-Hacedlos venir -dijo el príncipe, porque quiero llevármelos a la corte para que hagan fortuna. El padre, temeroso, contestó:
-He aquí el mayor que os presento. 
-Y ¿dónde está el pequeño?
-No está aquí; le castigué por una falta que co­metió y él aban-donó la casa.
Entonces Rusimundo contestó:
-Hacía falta instruirle, pero no echarlo. Dadme, empero, al mayor para que me siga. Y vos seguid a los dos guardias que os conducirán al lugar que os señalarán.
Después los dos guardias se llevaron al padre, y el hada de que hemos hablado, después de herirlo con una varilla dorada, le hizo entrar en una cueva pro­funda donde quedó hechizado. Antes le había dicho el hada:
-Quedad en esta cueva encantado hasta que vuestro hijo menor venga a libraros.
Entretanto Rusimundo fue a la corte del rey, pre­cisamente cuando el hijo de éste se había embarcado para hacer la guerra en una lejana isla. Pero los vientos le habían llevado por parajes difíciles y había sido hecho cautivo por un pueblo salvaje. Rusi­mundo se presentó a la corte como si fuese el prín­cipe perdido que todo el mundo lloraba, y todos creyeron que era él; él a su vez contó que se salvó gracias a los buenos oficios de unos mercaderes. El rey, transportado de alegría, apenas podía hablar y no dejaba de abrazarlo, pensando que lo habían creído muerto. La reina se enterneció aún más. Pa­sando por el príncipe, llamó a su hermano y le dijo:
-Bramindo: sabes que te he sacado de tu aldea a fin de que hagas fortuna; pero sé que has sido un embustero y que con tus imposturas has causado la ruina de tu hermano Rusimundo; él se halla aquí. Yo quiero que le hables y le pidas perdón. Él te lo otor­gará generosamente. Entretanto, yo te dejaré, a fin de que puedas hablar más libremente con él.
Bramindo obedeció, entrando en el gabinete Entretanto Rusi-mundo volvió la sortija y entró en el gabinete, después de recobrar su figura natural. Bra­nindo quedó sobrecogido en viéndole. Le pidió perdón y prometió reparar los males causados. Ru­simundo le abrazó con las lágrimas en los ojos, di­ciéndole:
-Yo gozo de la confianza del príncipe; si yo quiero, se decretará tu muerte o se te pondrá en prisión para toda la vida; pero quiero ser tan bueno contigo como fuiste malo para mí.
Bramindo, confuso y temeroso, le contestó con sumisión, sin osar levantar los ojos del suelo. En­tonces Rusimundo pretextó tener que hacer un lar­go viaje en secreto, con el fin de desposarse con una princesa de un país vecino; pero con tal pretexto fue a visitar a su madre, a la cual contó cuanto le había sucedido en la corte y le dio cierta cantidad de di­nero, porque el rey le dejaba tomar cuanto quería, si bien él nunca abusó de esta confianza. Entretanto se declaró una guerra horrible entre el rey y otro rey vecino, lleno de mala fe e injusto. Como se aprove­chó Rusimundo de su capacidad, penetró los secre­tos del contrario y logró desbaratar sus huestes; di­rigió las tropas y lo derrotó en una gran batalla que se coronó con una paz gloriosa y equitativa. En­tonces la única preocupación del rey fue desposarlo con una princesa de un reino vecino, más hermosa que las Gracias. Pero estando Rusimundo de caza en cierto bosque, se le apareció de nuevo el hada, di­ciéndole:
-Guárdate bien de contraer matrimonio como si fueses el príncipe verda-dero; porque es justo que el verdadero príncipe suceda a su padre en el trono. Ve a buscarle en la isla a que dirigiré tu navío valién­dome del soplo de los vientos. Y goza rindiendo al rey esta prueba de afecto; aplaca las tentaciones am­biciosas y retorna luego a tu condición natural. Si no lo hicieras así serías injusto y desgraciado y, por mi parte, yo te abandonaría a tus pasados infortunios.
Rusimundo aprovechó con valentía estos sabios consejos. Con el pretexto de una negociación secreta con un reino vecino, se embarcó en un navío que los vientos llevaron a una isla, aquélla en la cual, como le había dicho el hada, hallábase el príncipe cauti­vado por un pueblo salvaje y condenado a guiar los rebaños. Rusimundo, haciéndose invisible con él, cubriéndose ambos con el manto misterioso, le li­bró de las manos de sus enemigos, y se embarcaron. Otros vientos, obedientes al mandato del hada, les llevaron al reino y penetraron, después de desem­barcar, en la cámara del rey. Rusimundo, adelan­tándose, le dijo:
-Habéis creído, señor, que yo era vuestro propio hijo; pero no lo soy y hoy os lo puedo devolver.
El rey, admirado, contestó, dirigiéndose a su verdadero hijo:
-¿Por ventura no eras tú, hijo mío, quien venció a mis enemigos, logrando una paz gloriosa? ¿Es verdad que has sufrido un naufragio, que has sido hecho cautivo y que Rusimundo te libró?
-Así es, padre mío -contestó el príncipe. Él es quien ha llegado al país donde me hallaba y me ha librado del cautiverio, y es a él y no a mí, a quien se deben vuestras victorias.
El rey no podía creer tantas maravillas; pero Ru­simundo, dando vuelta a su sortija, se mostró al rey en la figura del príncipe, y entonces el rey, lleno de espanto, vio a su hijo en dos hombres distintos. Luego ofreció a Rusimundo, por sus muchos servi­cios, sumas inmensas; mas él las rechazó, rogando únicamente al rey que conservase a su hermano Bra­mindo en el cargo que le había concedido en la cor­te. Pero él, bien sabedor de la inconstancia de la fortuna, de la envidia de los hombres y de su propia fragilidad, no quiso sino partir para su aldea, con el fin de vivir con su madre y cultivar la tierra. Estan­do en el bosque, encontró de nuevo al hada, la cual le enseñó la caverna donde se hallaba su padre, en­señándole las palabras que había que decir para desencantarlo; él las pronunció con gran alegría y éste perdió el hechizamiento; y con lo que le dio Rusimundo, tuvo bastante para pasar una vejez tranquila. Y así fue Rusimundo el bienhechor de toda su familia y tuvo el placer de hacer bien a todos aquellos de los cuales había recibido daño. Para colmo de su sabiduría quiso retornar el anillo al hada y así marchó al bosque y a la caverna con la espe­ranza de hallarla. Diariamente acudía a la caverna con la esperanza de ver al hada. Por fin la encontró, y entregándole el anillo encantado, le dijo:
-Os devuelvo el don de tanto precio, tan peli­groso y que se presta tanto al abuso. Yo no me creo seguro hasta que me halle en la soledad, lejos de los medios donde pueden exaltarse mis pasiones.
Mientras Rusimundo entregaba el anillo, Bra­mindo, cuyo mal natural no había sido corregido, se abandonaba a todas las pasiones; quería engañar al príncipe, que ya ocupaba el trono, y tratar indigna­mente a Rusimundo. El hada dijo a éste:
-Vuestro hermano, siempre impostor, os ha hecho sospechoso al rey y quiere perderos. Yo le entregaré vuestro anillo.
Rusimundo lloró la desventura de su hermano y dijo al hada:
-¿Cómo pretendéis castigarle, haciéndole un presente tan mara-villoso? Sin duda abusará de él, persiguiendo a la gente de. bien para obtener un poder sin límites.
-Unas mismas cosas -contestó el Hada- son remedio para unos y daño mortal para otros. La prosperidad es la fuente de todos los males para los malos. Cuando se quiere castigar a un malvado, no hay como concederle la prosperidad que lo pierda.
Enseguida el hada fue a palacio y, presentándose a Bramindo bajo la forma de una vieja cubierta de harapos, le dijo:
-Yo he quitado de las manos de vuestro her­mano el anillo por el cual ha conseguido tanta glo­ria; recibidlo y pensad bien en el uso que conviene hagáis de él.
Bramindo, riéndose, contestó:
-No seré tan necio como mi hermano, que tuvo la insensatez de ir a buscar al príncipe en vez de reinar por él en su lugar.
Bramindo, con el anillo, se dedicó a penetrar el secreto de las familias, a cometer traiciones e infa­mias, a violar los consejos del rey y a enriquecerse a costa de los particulares. Sus crímenes invisibles sorprendieron a todo el mundo. Viendo el rey tantos secretos descu-biertos, no sabía a qué atribuirlo; mas como la prosperidad sin límites y la insolencia de Bramindo le hicieron sospechar que tuviese en su poder el anillo encantado de su hermano, con el fin de descubrirlo se valió de un extranjero de una na­ción enemiga, al que prometió una gruesa suma de dinero. Este hombre, viniendo de noche, ofreció a Bramindo, de parte del rey enemigo, grandes bienes y honores si consentía un espionaje con el fin de sorprender los secretos del rey. Bramindo le prome­tió todo, y se le dio allí mismo una gran suma, a cuenta de la recompensa. Él se vanaglorió entonces de poseer el anillo que le hacía invisible. A la ma­ñana siguiente el rey mandó buscarle y le hizo prender. Se le quitó el anillo y se le hallaron muchos papeles que comprobaban sus crímenes. Entonces Rusimundo fue a la corte para pedir gracia para su hermano; pero le fue negada. Se dio muerte a Bra­mindo; el anillo le fue tan funesto como había sido útil a su hermano.
El rey, para consolar a Rusimundo, le entregó el anillo como una joya de incalculable precio; pero Rusimundo fue en busca del hada del bosque y le dijo:
-¡Tomad vuestro anillo! La experiencia de mi hermano me ha hecho comprender lo que no supe cuando me lo disteis. Guardad esta joya fatal que perdió a mi hermano. Sin ella, todavía viviría y quizás endulzaría la vejez de mis padres, y tal vez hubiera llegado a ser sabio y dichoso, pero no pudo dominar sus deseos. Tomad vuestro anillo; desgra­ciado será aquel a quien lo entreguéis. La única gracia que os pido es la de que no lo deis a ninguna de las personas a quienes amo.

1.092.5 Fenelon (Salignac de la Mothe-Fenelon, François de) - 041

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