Una
vez había un joven más hermoso que el día, llamado, Rusimundo, que tenía tanta
virtud y buenos sentimientos, cuanto su hermano mayor, Bramindo, tenía de
desagradable, brutal y perverso. Su madre, que no sabía mirar sin dolor a su
hijo mayor, sólo tenía consuelo fijando sus ojos en el menor. El mayor, llevado
por los celos, inventó una calumnia horrible con el fin de perder a su hermano
pequeño, pues dijo a su padre que éste visitaba con frecuencia a un vecino para
enterarle de las cosas que pasaban en palacio, buscando la manera de envenenar
a su padre. El padre, fuertemente irritado, azotó al hijo menor hasta bañarlo
en su propia sangre, dejándole luego en una prisión durante tres días, sin
alimento, y por fin lo echó de la casa, amenazándole con la muerte si se
atrevía a volver a ella. La madre, llena de espanto, no se atrevía a abrir la
boca y no hacía más que gemir. El pequeño marchó llorando, y no sabiendo dónde
acogerse, se internó en un gran bosque, donde le sorprendió la noche
descansando a los pies de una roca, y habién-dose fijado en la entrada de una
caverna de donde salía un fresco arroyuelo, lleno de cansancio quedó dormido
sobre la hierba. Cuando
clareaba el día despertó, viendo a su lado a una joven muy hermosa que montaba
un caballo gris con gualdrapas cuajadas de oro, que al parecer iba de caza.
-¿Por
ventura habéis visto un ciervo perseguido por los perros? -dijo. Él contestó
que no había visto nada. Después ella añadió: Paréceme que andáis afligido.
¿Qué tenéis? He aquí una sortija que os hará el más feliz y venturoso de los
mortales mientras no abuséis de ella. Cuando volváis la piedra para dentro
quedaréis invisible, y quedaréis de nuevo descubierto cuando la volváis para
fuera; cuando os la pongáis en el meñique pareceréis el hijo del rey seguido
de una corte, y cuando os la pongáis en el dedo cuarto volveréis a ser normal.
Con
esto el joven apreció que era un hada la que le hablaba; pero ella desapareció
en el bosque.
En
cambio él volvió a la casa de su padre con la impaciencia de ensayar el poder
de la sortija. Y
vio y entendió cuanto quiso, sin ser visto. Y pensó vengarse de su hermano sin
exponerse, y por esto sólo se mostró a su madre, contándole su singular
aventura. Poniendo luego la sortija en el dedo pequeño pareció de golpe un
príncipe con cien buenos caballos y lucida escolta de caballeros. Su padre,
admirado de ver en su casa tan pequeña al hijo del rey con tan lúcida escolta,
no sabía cómo ofrecerle sus respetos. Entonces Rusimundo le preguntó cuántos
hijos tenía, y contestó el padre:
-Solamente
dos.
-Hacedlos
venir -dijo el príncipe, porque quiero llevármelos a la corte para que hagan
fortuna. El padre, temeroso, contestó:
-He
aquí el mayor que os presento.
-Y ¿dónde está el pequeño?
-No
está aquí; le castigué por una falta que cometió y él aban-donó la casa.
Entonces
Rusimundo contestó:
-Hacía
falta instruirle, pero no echarlo. Dadme, empero, al mayor para que me siga. Y
vos seguid a los dos guardias que os conducirán al lugar que os señalarán.
Después
los dos guardias se llevaron al padre, y el hada de que hemos hablado, después
de herirlo con una varilla dorada, le hizo entrar en una cueva profunda donde
quedó hechizado. Antes le había dicho el hada:
-Quedad
en esta cueva encantado hasta que vuestro hijo menor venga a libraros.
Entretanto
Rusimundo fue a la corte del rey, precisamente cuando el hijo de éste se había
embarcado para hacer la guerra en una lejana isla. Pero los vientos le habían
llevado por parajes difíciles y había sido hecho cautivo por un pueblo salvaje.
Rusimundo se presentó a la corte como si fuese el príncipe perdido que todo
el mundo lloraba, y todos creyeron que era él; él a su vez contó que se salvó
gracias a los buenos oficios de unos mercaderes. El rey, transportado de
alegría, apenas podía hablar y no dejaba de abrazarlo, pensando que lo habían
creído muerto. La reina se enterneció aún más. Pasando por el príncipe, llamó
a su hermano y le dijo:
-Bramindo:
sabes que te he sacado de tu aldea a fin de que hagas fortuna; pero sé que has
sido un embustero y que con tus imposturas has causado la ruina de tu hermano
Rusimundo; él se halla aquí. Yo quiero que le hables y le pidas perdón. Él te
lo otorgará generosamente. Entretanto, yo te dejaré, a fin de que puedas
hablar más libremente con él.
Bramindo
obedeció, entrando en el gabinete Entretanto Rusi-mundo volvió la sortija y
entró en el gabinete, después de recobrar su figura natural. Branindo quedó
sobrecogido en viéndole. Le pidió perdón y prometió reparar los males causados.
Rusimundo le abrazó con las lágrimas en los ojos, diciéndole:
-Yo
gozo de la confianza del príncipe; si yo quiero, se decretará tu muerte o se te
pondrá en prisión para toda la vida; pero quiero ser tan bueno contigo como fuiste
malo para mí.
Bramindo,
confuso y temeroso, le contestó con sumisión, sin osar levantar los ojos del
suelo. Entonces Rusimundo pretextó tener que hacer un largo viaje en secreto,
con el fin de desposarse con una princesa de un país vecino; pero con tal
pretexto fue a visitar a su madre, a la cual contó cuanto le había sucedido en
la corte y le dio cierta cantidad de dinero, porque el rey le dejaba tomar
cuanto quería, si bien él nunca abusó de esta confianza. Entretanto se declaró
una guerra horrible entre el rey y otro rey vecino, lleno de mala fe e injusto.
Como se aprovechó Rusimundo de su capacidad, penetró los secretos del
contrario y logró desbaratar sus huestes; dirigió las tropas y lo derrotó en
una gran batalla que se coronó con una paz gloriosa y equitativa. Entonces la
única preocupación del rey fue desposarlo con una princesa de un reino vecino,
más hermosa que las Gracias. Pero estando Rusimundo de caza en cierto bosque,
se le apareció de nuevo el hada, diciéndole:
-Guárdate
bien de contraer matrimonio como si fueses el príncipe verda-dero; porque es
justo que el verdadero príncipe suceda a su padre en el trono. Ve a buscarle en
la isla a que dirigiré tu navío valiéndome del soplo de los vientos. Y goza
rindiendo al rey esta prueba de afecto; aplaca las tentaciones ambiciosas y
retorna luego a tu condición natural. Si no lo hicieras así serías injusto y
desgraciado y, por mi parte, yo te abandonaría a tus pasados infortunios.
Rusimundo
aprovechó con valentía estos sabios consejos. Con el pretexto de una
negociación secreta con un reino vecino, se embarcó en un navío que los vientos
llevaron a una isla, aquélla en la cual, como le había dicho el hada, hallábase
el príncipe cautivado por un pueblo salvaje y condenado a guiar los rebaños.
Rusimundo, haciéndose invisible con él, cubriéndose ambos con el manto misterioso,
le libró de las manos de sus enemigos, y se embarcaron. Otros vientos,
obedientes al mandato del hada, les llevaron al reino y penetraron, después de
desembarcar, en la cámara del rey. Rusimundo, adelantándose, le dijo:
-Habéis
creído, señor, que yo era vuestro propio hijo; pero no lo soy y hoy os lo puedo
devolver.
El
rey, admirado, contestó, dirigiéndose a su verdadero hijo:
-¿Por
ventura no eras tú, hijo mío, quien venció a mis enemigos, logrando una paz
gloriosa? ¿Es verdad que has sufrido un naufragio, que has sido hecho cautivo y
que Rusimundo te libró?
-Así
es, padre mío -contestó el príncipe. Él es quien ha llegado al país donde me
hallaba y me ha librado del cautiverio, y es a él y no a mí, a quien se deben
vuestras victorias.
El
rey no podía creer tantas maravillas; pero Rusimundo, dando vuelta a su
sortija, se mostró al rey en la figura del príncipe, y entonces el rey, lleno
de espanto, vio a su hijo en dos hombres distintos. Luego ofreció a Rusimundo,
por sus muchos servicios, sumas inmensas; mas él las rechazó, rogando
únicamente al rey que conservase a su hermano Bramindo en el cargo que le
había concedido en la corte. Pero él, bien sabedor de la inconstancia de la fortuna,
de la envidia de los hombres y de su propia fragilidad, no quiso sino partir
para su aldea, con el fin de vivir con su madre y cultivar la tierra. Estan do en
el bosque, encontró de nuevo al hada, la cual le enseñó la caverna donde se hallaba
su padre, enseñándole las palabras que había que decir para desencantarlo; él
las pronunció con gran alegría y éste perdió el hechizamiento; y con lo que le
dio Rusimundo, tuvo bastante para pasar una vejez tranquila. Y así fue
Rusimundo el bienhechor de toda su familia y tuvo el placer de hacer bien a
todos aquellos de los cuales había recibido daño. Para colmo de su sabiduría
quiso retornar el anillo al hada y así marchó al bosque y a la caverna con la
esperanza de hallarla. Diariamente acudía a la caverna con la esperanza de ver
al hada. Por fin la encontró, y entregándole el anillo encantado, le dijo:
-Os
devuelvo el don de tanto precio, tan peligroso y que se presta tanto al abuso.
Yo no me creo seguro hasta que me halle en la soledad, lejos de los medios
donde pueden exaltarse mis pasiones.
Mientras
Rusimundo entregaba el anillo, Bramindo, cuyo mal natural no había sido
corregido, se abandonaba a todas las pasiones; quería engañar al príncipe, que
ya ocupaba el trono, y tratar indignamente a Rusimundo. El hada dijo a éste:
-Vuestro
hermano, siempre impostor, os ha hecho sospechoso al rey y quiere perderos. Yo
le entregaré vuestro anillo.
Rusimundo
lloró la desventura de su hermano y dijo al hada:
-¿Cómo
pretendéis castigarle, haciéndole un presente tan mara-villoso? Sin duda
abusará de él, persiguiendo a la gente de. bien para obtener un poder sin
límites.
-Unas
mismas cosas -contestó el Hada- son remedio para unos y daño mortal para otros.
La prosperidad es la fuente de todos los males para los malos. Cuando se quiere
castigar a un malvado, no hay como concederle la prosperidad que lo pierda.
Enseguida
el hada fue a palacio y, presentándose a Bramindo bajo la forma de una vieja
cubierta de harapos, le dijo:
-Yo
he quitado de las manos de vuestro hermano el anillo por el cual ha conseguido
tanta gloria; recibidlo y pensad bien en el uso que conviene hagáis de él.
Bramindo,
riéndose, contestó:
-No
seré tan necio como mi hermano, que tuvo la insensatez de ir a buscar al
príncipe en vez de reinar por él en su lugar.
Bramindo,
con el anillo, se dedicó a penetrar el secreto de las familias, a cometer
traiciones e infamias, a violar los consejos del rey y a enriquecerse a costa
de los particulares. Sus crímenes invisibles sorprendieron a todo el mundo.
Viendo el rey tantos secretos descu-biertos, no sabía a qué atribuirlo; mas
como la prosperidad sin límites y la insolencia de Bramindo le hicieron
sospechar que tuviese en su poder el anillo encantado de su hermano, con el fin
de descubrirlo se valió de un extranjero de una nación enemiga, al que
prometió una gruesa suma de dinero. Este hombre, viniendo de noche, ofreció a
Bramindo, de parte del rey enemigo, grandes bienes y honores si consentía un
espionaje con el fin de sorprender los secretos del rey. Bramindo le prometió
todo, y se le dio allí mismo una gran suma, a cuenta de la recompensa. Él se
vanaglorió entonces de poseer el anillo que le hacía invisible. A la mañana
siguiente el rey mandó buscarle y le hizo prender. Se le quitó el anillo y se
le hallaron muchos papeles que comprobaban sus crímenes. Entonces Rusimundo fue
a la corte para pedir gracia para su hermano; pero le fue negada. Se dio muerte
a Bramindo; el anillo le fue tan funesto como había sido útil a su hermano.
El
rey, para consolar a Rusimundo, le entregó el anillo como una joya de
incalculable precio; pero Rusimundo fue en busca del hada del bosque y le dijo:
-¡Tomad
vuestro anillo! La experiencia de mi hermano me ha hecho comprender lo que no
supe cuando me lo disteis. Guardad esta joya fatal que perdió a mi hermano. Sin
ella, todavía viviría y quizás endulzaría la vejez de mis padres, y tal vez
hubiera llegado a ser sabio y dichoso, pero no pudo dominar sus deseos. Tomad
vuestro anillo; desgraciado será aquel a quien lo entreguéis. La única gracia
que os pido es la de que no lo deis a ninguna de las personas a quienes amo.
1.092.5 Fenelon (Salignac de la Mothe-Fenelon, François de) - 041
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