Un
joven mochuelo mirándose en una fuente encontróse muy bello; no diré que se
miraba de día (durante el cual es desagradable), sino durante la noche: y,
encantado de su hermosura pensó:
«Yo
estoy al servicio de las Gracias; cuando nací, Venus me ciñó con su cintura;
los tiernos amores acompañados de la juventud y de la risa danzaban en derredor
de mí y me acariciaban. Ya es tiempo de que el blondo Himeneo me dé hijos
graciosos como yo, que serán el ornamento de los bosques y las delicias de la
noche. ¡Qué desgracia más grande si se perdiera la raza de las más perfectas
avecillas! ¡Feliz la esposa que pase su vida contemplándome!»
Estando
con estos pensamientos envió la corneja al águila, la reina de los aires, para
que le pidiera en su nombre uno de sus aguiluchos hembras. La corneja,
pesarosa de cargar con esta embajada, dijo:
-Seguramente
seré mal recibida, proponiendo un casamiento tan poco conveniente. ¿Cómo es
posible que el águila, que tiene la osadía de mirar fijamente al sol, os quiera
en matrimonio, cuando vos no osáis abrir los ojos durante el día? Porque el uno
saldría de noche y la otra de día.
El
mochuelo, lleno de vanidad y pagado de sí mismo, no quiso escucharle; y la
corneja para contentarle, fuese por fin con la demanda al águila vieja. Ésta
se mofó de ella y contestó:
-Si
el mochuelo quiere ser mi yerno, que venga en cuanto se levante el sol y me
salude en medio del aire.
El
presuntuoso y atrevido mochuelo quiso ir; mas sus ojos quedaron cegados por los
rayos del sol, cayendo desde lo alto sobre una roca. Los pájaros se echaron
sobre él y le arrancaron las plumas. Y fue feliz pudiendo escapar a su agujero
y casarse con la lechuza, digna dama de aquel lugar. El himeneo fue celebrado
de noche y ambos se encontraron muy bellos y agradables
Que
cada cual busque lo suyo y sólo se envanezca de sus propias ventajas.
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