Cuando
Virgilio bajó a los infiernos, penetró en las afortunadas campiñas donde los
héroes y los hombres, inspirados por los dioses, pasan una vida deliciosa en
las praderas cubiertas de musgo y tapizadas de flores, cruzadas de mil
arroyuelos. Cuando el pastor Aristeo, que estaba entre ellos, divisó a
Virgilio, fue a su encuentro diciendo:
-¡Grande
es mi alegría, pudiendo ver a tan grande poeta! Vuestros versos se escurren más
dulcemente que el rosicler sobre la hierba tierna y producen una armonía tan
dulce que enternece el corazón y arranca lágrimas de los ojos. Habéis hecho
tanto por mí y por mis abejas, que Homero pudiera sentir celos. Os debo tanto
la gloria de que gozo, como al Sol y a Cirene. No hace aún mucho tiempo,
vuestros versos, tan tiernos y graciosos, eran recitados por mí a Lino, a
Hesíodo y a Homero; y habiéndolos oído, fueron los tres a beber de las aguas
del río Leteo para olvidarlos; tanto les disgustó recordar en su memoria unos
poemas dignos de ellos y que ellos no habían compuesto. Bien sabéis que los
celos reinan entre los poetas. Pero venid ya a tomar sitio entre ellos.
-¡Asiento
poco grato ha de ser -contestó- si están tan celosos! Así opino que lo pasaré
muy mal en su compañía. Sé bien que no tan fácilmente irritarían las abejas el
corazón de estos poetas como mis versos.
-Es
cierto -contestó Aristeo; ellos zumban como las abejas; y como ellas, tienen el
duro aguijón para hundirlo cuando se les irrita.
-Todavía
-dijo Virgilio- existe un hombre de más cuidado; me refiero al divino Orfeo.
¿Cómo podéis vivir juntos?
-Muy
mal -contestó Aristeo. Todavía tiene celos de su esposa, como aquellos tres de
la gloria de vuestros versos; mas, por lo que a vos toca, os recibirá bien,
puesto que habéis tratado con más sabiduría que Olvido, de su lucha con las
mujeres de la Tracia, que lo destrozaron. Pero no perdáis tiempo; penetremos en
este pequeño bosque sagrado, regado por fuentes de aguas más claras que el
cristal. Veréis cómo toda la sagrada muchedumbre se levantará para honraros...
¿No oís, por ventura, la lira de Orfeo? Escuchad a Lino que canta los combates
de los Dioses con los Gigantes. Homero se prepara para cantar a Aquiles, cuando
vengó la muerte de Patrocles con la de Héctor. Hesíodo
es más de temer; porque su mal humor no le dejará mirar bien a quien tuvo la
osadía de cantar con tanta elegancia las cosas rústicas que formaron su porción
elegida.
Hablando
de esta suerte llegaron a la fresca sombra donde un eterno entusiasmo posee a
los hombres divinos. Todos se levantaron y convidaron a Virgilio a tomar
asiento entre ellos y rogáronle que cantara sus versos. Los cantó, primero con
gran modestia y luego transportado. Los más celosos, a pesar de los celos,
sintieron una dulzura que les arrebataba. La lira de Orfeo, que había encantado
las rocas y los bosques, vibró en sus manos, y lágrimas amargas fluyeron de sus
ojos. Homero olvidó por un momento las rápidas magnificencias de la Iliada y la variedad agradable de la Odisea.
Lino creyó que aquellos hermosos versos habían sido
compuestos por su padre Apolo, y permanecía inmóvil, embargado y suspendido
por el dulce canto. Hesíodo, conmovido, no podía resistir a los encantos. Por
fin, acercándose a él pronunció las siguientes palabras, llenas de celos y de
indignación:
-¡Oh,
Virgilio! Has compuesto versos más duraderos que la piedra y el bronce. Mas yo
te auguro que ha de venir un niño que los traducirá a su lengua, compartiendo
contigo la gloria de haber cantado a las abejas.
1.092.5 Fenelon (Salignac de la Mothe-Fenelon, François de) - 041
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