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martes, 2 de septiembre de 2014

El mono

Habiendo muerto cierto mono, su sombra bajó a la penumbra del reino de Plutón y pidió permiso a éste para retornar al reino de los vivos. Plutón, con el fin de castigar su ligereza, vivacidad y malicia, le dio permiso, a condición de que su cuerpo ocupase el de un borrico pesado y estúpido; pero el mono le hizo tantas zalemas divertidas y jocosas que el inflexible rey de los infiernos le concedió escoger el cuerpo dónde debía ir. Entonces el mono solicitó entrar en el cuerpo de un papagayo, diciendo:
-Así al menos conservaré alguna semejanza con los hombres, que tanto tiempo he imitado. Cuando era mono imitaba sus gestos; siendo papagayo tendré con ellos agradables conversaciones.
Apenas el alma del mono entró en el cuerpo del papagayo, cuando una anciana mujer, muy charla­tana, lo adquirió. El mono hizo sus delicias; ella le puso en una hermosa jaula, y él, en buena amistad, mantuvo largas conversaciones con la vieja charla­tana no menos sensata que él. Y con su nuevo ta­lento llegó a aturdir a todo el mundo, haciendo va­ler su antigua profesión; movía ridículamente la cabeza; rechinaba con el pico; agitaba las alas de cien maneras; movía las patas y hacía más gestos que el mismo Fagotin. La vieja llevaba caladas las gafas todo el santo día para admirarlo. Gracias a su sordera no le llegaban a veces las palabras del papagayo, en el cual hallaba más espíritu que en nadie. El papagayo, siendo tan mimado, se hizo todavía más hablador, importuno y loco. Y tanto se atormentó en la jaula y tanto vino bebió con la vieja, que al fin murió. Y helo de nuevo ante Plutón, el cual esta vez le obligó a vivir en el cuerpo de un pez, para obligarle a ser mudo; pero como él hiciera una nueva farsa delante del rey de las sombras y los príncipes no suelen re­sistir a las peticiones de los malvados graciosos que los adulan, Plutón acordó que fuera a parar al cuer­po de un hombre. Y como al dios le dolía enviarle al cuerpo de un hombre sabio y virtuoso, le destinó al cuerpo de un hombre charlatán, pesado, impor­tuno, mentiroso, envanecido y ridículo en los gestos, que hacía burla de todo el mundo, que interrumpía todas las conversaciones, aún las más discretas y se­rias, para soltar las tonterías y necedades más gro­seras. Mercurio le reconoció en este nuevo estado, y, riendo, dijo:
-¡Demonios! ya te reconozco; tú no eres más que un compuesto de mono y de papagayo. Quien observe tus gestos y tus palabras aprendidas de me­moria y sin juicio habrá observado tu verdadero ser. De un alegre mono y de un buen papagayo han hecho un hombre estúpido.
¡Cuántos hombres existen en el mundo que con sus gestos y fanfarronerías y aire presuntuoso de­muestran no tener sentido común!

1.092.5 Fenelon (Salignac de la Mothe-Fenelon, François de) - 041

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