Habiendo
muerto cierto mono, su sombra bajó a la penumbra del reino de Plutón y pidió
permiso a éste para retornar al reino de los vivos. Plutón, con el fin de
castigar su ligereza, vivacidad y malicia, le dio permiso, a condición de que su
cuerpo ocupase el de un borrico pesado y estúpido; pero el mono le hizo tantas
zalemas divertidas y jocosas que el inflexible rey de los infiernos le concedió
escoger el cuerpo dónde debía ir. Entonces el mono solicitó entrar en el cuerpo
de un papagayo, diciendo:
-Así
al menos conservaré alguna semejanza con los hombres, que tanto tiempo he
imitado. Cuando era mono imitaba sus gestos; siendo papagayo tendré con ellos
agradables conversaciones.
Apenas
el alma del mono entró en el cuerpo del papagayo, cuando una anciana mujer, muy
charlatana, lo adquirió. El mono hizo sus delicias; ella le puso en una
hermosa jaula, y él, en buena amistad, mantuvo largas conversaciones con la
vieja charlatana no menos sensata que él. Y con su nuevo talento llegó a
aturdir a todo el mundo, haciendo valer su antigua profesión; movía
ridículamente la cabeza; rechinaba con el pico; agitaba las alas de cien
maneras; movía las patas y hacía más gestos que el mismo Fagotin. La vieja
llevaba caladas las gafas todo el santo día para admirarlo. Gracias a su
sordera no le llegaban a veces las palabras del papagayo, en el cual hallaba
más espíritu que en nadie. El papagayo, siendo tan mimado, se hizo todavía más
hablador, importuno y loco. Y tanto se atormentó en la jaula y tanto vino bebió
con la vieja, que al fin murió. Y helo de nuevo ante Plutón, el cual esta vez
le obligó a vivir en el cuerpo de un pez, para obligarle a ser mudo; pero como
él hiciera una nueva farsa delante del rey de las sombras y los príncipes no
suelen resistir a las peticiones de los malvados graciosos que los adulan,
Plutón acordó que fuera a parar al cuerpo de un hombre. Y como al dios le
dolía enviarle al cuerpo de un hombre sabio y virtuoso, le destinó al cuerpo de
un hombre charlatán, pesado, importuno, mentiroso, envanecido y ridículo en
los gestos, que hacía burla de todo el mundo, que interrumpía todas las
conversaciones, aún las más discretas y serias, para soltar las tonterías y
necedades más groseras. Mercurio le reconoció en este nuevo estado, y, riendo,
dijo:
-¡Demonios!
ya te reconozco; tú no eres más que un compuesto de mono y de papagayo. Quien
observe tus gestos y tus palabras aprendidas de memoria y sin juicio habrá
observado tu verdadero ser. De un alegre mono y de un buen papagayo han hecho
un hombre estúpido.
¡Cuántos
hombres existen en el mundo que con sus gestos y fanfarronerías y aire
presuntuoso demuestran no tener sentido común!
1.092.5 Fenelon (Salignac de la Mothe-Fenelon, François de) - 041
No hay comentarios:
Publicar un comentario