Tan
pronto la Renombrada hubo anunciado,
con el son estrepitoso de su trompa, a las rústicas divinidades y a los
pastores de Cintio, la marcha de Licón, el amargo llanto hizo resonar a todos
los bosques sombríos. Eco repetía tristemente las quejas por los valles
vecinos. Ya no se oía el dulce son de la flauta ni el del oboe; hasta los
pastores olvidaban sus caramillos. Todo languidecía, comenzando por el tierno
verdor de los árboles; los cielos, antes serenos, cargábanse de negras
tempestades; y los fieros Aquilones sacudían los bosques como en los días
invernales. Las divinidades campesinas no fueron insensibles a la pérdida; las
Dríades salieron de los quebrados troncos de las viejas encinas, llorando la
pérdida de Licón. Luego, las divinidades entristecidas reuniéronse alrededor
de un árbol corpulento que elevaba su copa hasta los cielos, cubriendo con su
sombra espesa a la tierra madre, desde muchos siglos. En torno de este viejo
tronco nudoso y de prodigioso grosor, las Ninfas acudieron para manifestar su
tristeza, como habían acudido antes para ejecutar sus danzas y juegos.
-¡Hecho
está! -decían entre sí. Ya no veremos más a Licón, porque nos deja; la Fortuna
enemiga nos lo quita, para que en adelante sea el ornamento y forme las
delicias de otras selvas más dichosas que las nuestras. Ya no podremos escuchar
más el encanto de su voz, ni verle disparar con su arco las flechas contra las
avecillas fugaces...
Pan,
acudiendo, abandonó su caramillo; los Faunos y los Sátiros suspendieron sus
danzas; los pájaros dejaron de cantar; ya no se oía más que los chistidos de
las lechuzas y otros pájaros de mal agüero. Filomela y sus compañeras enmudecieron[1].
Entonces Flora y Pomona aparecieron de súbito en medio del bosque, con aire
risueño y llevándose de la mano; una iba coronada de flores y las hacía brotar
del musgo al paso de sus pies; la otra llevaba consigo el Cuerno de la
Abundancia, henchido con todos los frutos que el otoño regala a la Tierra, como
premio a las penas sufridas por los mortales durante el invierno. Luego,
dirigiéndose a la asamblea de divinidades conster-nadas, habláronles de la
siguiente manera:
-Licón
se va, es cierto, pero no abandonará esta montaña consa-grada a Apolo. De nuevo
le veréis aquí cultivando los afortunados jardines; su mano plantará los verdes
arbustos y cuidará de las hierbas útiles al hombre y hará brotar las flores que
son su delicia. ¡Oh, Aquilones! ¡Guardaos de herir con vuestros soplos
tempestuosos estos jardines donde Licón tendrá sus inocentes placeres! Porque
preferirá la simplicidad de la naturaleza al fausto y a las diversiones
desordenadas y amará estos lugares, y de buen grado no los abandonará nunca.
A
tales palabras la tristeza cambióse en regocijo. Cantáronse elogios a Licón.
Díjose que amaría a estos jardines y que mil divinas canciones resonarían en la
selva, como cuando Apolo era pastor y conducía a los pastos los rebaños de
Admeto; y que el nombre de Licón sería conocido desde la antigua floresta hasta
las campiñas más apartadas.
El
caramillo de los pastores repitió su nombre y hasta los pájaros ocultos entre
el ramaje espeso producían un sonido parecido al nombre de Licón. La Tierra se
cubría de flores y enriquecía de frutos. Los jardines, preparando su retorno,
solicitaron las gracias de la primavera y los dones muníficos del otoño. Licón
miró desde la lejanía y a su mirada fertilizóse la agradable montaña. Luego,
después de haber arrancado las plantas salvajes y estériles, podrá recoger la
oliva y el mirto hasta que Marte le otorgue, cuando sea oportuno, los ramos de
laurel.
1.092.5 Fenelon (Salignac de la Mothe-Fenelon, François de) - 041
[1] Figuradamente, los ruiseñores. Filomena había sido metamorfoseada en la
figura de este pájaro (Ovidio, Las metamorfosis, VI).
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