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martes, 2 de septiembre de 2014

La partida de licon

Tan pronto la Renombrada hubo anunciado, con el son estrepitoso de su trompa, a las rústicas divi­nidades y a los pastores de Cintio, la marcha de Li­cón, el amargo llanto hizo resonar a todos los bos­ques sombríos. Eco repetía tristemente las quejas por los valles vecinos. Ya no se oía el dulce son de la flauta ni el del oboe; hasta los pastores olvidaban sus caramillos. Todo languidecía, comenzando por el tierno verdor de los árboles; los cielos, antes serenos, cargábanse de negras tempestades; y los fieros Aqui­lones sacudían los bosques como en los días inver­nales. Las divinidades campesinas no fueron insensibles a la pérdida; las Dríades salieron de los que­brados troncos de las viejas encinas, llorando la pérdida de Licón. Luego, las divinidades entristeci­das reuniéronse alrededor de un árbol corpulento que elevaba su copa hasta los cielos, cubriendo con su sombra espesa a la tierra madre, desde muchos siglos. En torno de este viejo tronco nudoso y de prodigioso grosor, las Ninfas acudieron para mani­festar su tristeza, como habían acudido antes para ejecutar sus danzas y juegos.
-¡Hecho está! -decían entre sí. Ya no ve­remos más a Licón, porque nos deja; la Fortuna enemiga nos lo quita, para que en adelante sea el ornamento y forme las delicias de otras selvas más dichosas que las nuestras. Ya no podremos escuchar más el encanto de su voz, ni verle disparar con su arco las flechas contra las avecillas fugaces...
Pan, acudiendo, abandonó su caramillo; los Fau­nos y los Sátiros suspendieron sus danzas; los pájaros dejaron de cantar; ya no se oía más que los chistidos de las lechuzas y otros pájaros de mal agüero. Filo­mela y sus compañeras enmudecieron[1]. Entonces Flora y Pomona aparecieron de súbito en medio del bosque, con aire risueño y llevándose de la mano; una iba coronada de flores y las hacía brotar del musgo al paso de sus pies; la otra llevaba consigo el Cuerno de la Abundancia, henchido con todos los frutos que el otoño regala a la Tierra, como premio a las penas sufridas por los mortales durante el invier­no. Luego, dirigiéndose a la asamblea de divinidades conster-nadas, habláronles de la siguiente manera:
-Licón se va, es cierto, pero no abandonará esta montaña consa-grada a Apolo. De nuevo le veréis aquí cultivando los afortunados jardines; su mano plantará los verdes arbustos y cuidará de las hierbas útiles al hombre y hará brotar las flores que son su delicia. ¡Oh, Aquilones! ¡Guardaos de herir con vues­tros soplos tempestuosos estos jardines donde Licón tendrá sus inocentes placeres! Porque preferirá la simplicidad de la naturaleza al fausto y a las diver­siones desordenadas y amará estos lugares, y de buen grado no los abandonará nunca.
A tales palabras la tristeza cambióse en regocijo. Cantáronse elogios a Licón. Díjose que amaría a estos jardines y que mil divinas canciones resonarían en la selva, como cuando Apolo era pastor y con­ducía a los pastos los rebaños de Admeto; y que el nombre de Licón sería conocido desde la antigua floresta hasta las campiñas más apartadas.
El caramillo de los pastores repitió su nombre y hasta los pájaros ocultos entre el ramaje espeso pro­ducían un sonido parecido al nombre de Licón. La Tierra se cubría de flores y enriquecía de frutos. Los jardines, preparando su retorno, solicitaron las gracias de la primavera y los dones muníficos del otoño. Licón miró desde la lejanía y a su mirada fertilizóse la agradable montaña. Luego, después de haber arrancado las plantas salvajes y estériles, podrá re­coger la oliva y el mirto hasta que Marte le otorgue, cuando sea oportuno, los ramos de laurel.

1.092.5 Fenelon (Salignac de la Mothe-Fenelon, François de) - 041



[1] Figuradamente, los ruiseñores. Filomena había sido metamorfoseada en la figura de este pájaro (Ovidio, Las me­tamorfosis, VI).

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