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martes, 2 de septiembre de 2014

Historia de la reina gisela y del hada corisante

Había una reina llamada Gisela que tenía mucho talento y un gran reino. Tenía un palacio todo de jas­pe, con los techos de plata y muebles labrados de cobre y de hierro, adornados de diamantes. Esta reina era hada; y le bastaba desear cualquier cosa para obtenerla en seguida; solamente una cosa no dependía de su poder, y era que, teniendo cien años cumplidos, no podía recobrar la juventud. Había sido bella como el día; pero ahora era ya tan vieja y horrible, que los mismos que le hacían la corte no buscaban sino pretextos para volver la cabeza, tanto les costaba mirarla. Estaba encorvada, temblorosa, coja y arrugada; era tacaña, tosía y escupía todo el día, con una angustia que hería el corazón. Estaba amojamada y casi ciega; alrededor de los ojos tenía una aureola de escarlata y un poco de barba gris en el mentón. En tal estado no podía mirarse a sí mis­ma y había mandado quitar todos los espejos de pa­lacio; ni se hacía servir más que por gentes de mala apariencia, jibosos, cojos y lisiados.
Cierto día se presentó a la reina una jovencita de unos quince años, maravillosamente bella, llamada Corisante. En cuanto la vio, exclamó la reina:
-¡Quítenla de mis ojos!
Pero la madre de la jovencita objetó:
-Señora; mi hija es hada y puede concederos en un momento vuestra juventud y vuestra belleza.
La reina entonces, abriendo sus ojos, contestó:
-Está bien; y ¿qué recompensa quiere por ello?
-Vuestros tesoros y vuestra misma corona -con­testó la madre.
A lo cual contestó a gritos la reina:
-¡Yo no me despojaré tan fácilmente! ¡Prefiero morir!
Habiendo desechado los ofrecimientos de la jo­ven, la reina tuvo una enfermedad tan repugnante, que sus doncellas no podían acercarse a ella para servirla, y los médicos juzgaron que moriría dentro de pocos días. En tales circunstancias ordenó que se llamara a la jovencita, rogándole que tomara todas las riquezas y su corona a cambio de la juventud y la belleza. Pero la jovencita contestó:
-Si yo tomase vuestros tesoros y vuestra corona, en seguida envejecería y quedaría tan deforme como vos. Vos no os atrevisteis al cambio y habré de pen­sar si me conviene o no.
La reina le rogó mucho; y como la jovencita no tenía experiencia y era muy ambiciosa se dejó vencer por el placer de ser reina. El cambio fue acordado; al momento Gisela se irguió, retornando a la talla ma­jestuosa; su cutis tomó los más lindos colores; los ojos revivieron y la flor de la juventud floreció en su rostro, produciendo el encanto de toda la asamblea. Pero fue preciso partir para la aldea y vivir en una cabaña cubierta de andrajos. Corisante, al contrario, perdió todas sus bellezas, volviéndose viejecita, y vivió en el palacio y mandó como una reina. Con­templándose una vez en un espejo comenzó a suspi­rar; luego ordenó que en adelante nadie se presentase ante sus ojos. Quiso consolarse con los tesoros; pero el oro y las pedrerías no le evitaban los achaques de la ancianidad. Quería danzar como tenía por cos­tumbre en la aldea con sus compañeras, sobre los prados floridos y a la sombra de los boscajes; pero no se podía sostener sino ayudada de un bastón. Quiso dar festines; pero estaba tan mal y tan sin gusto, que los manjares más deliciosos le causaban náuseas. Había perdido todos los dientes y sólo podía tomar sopa. Quiso oír conciertos musicales; pero su sordera se lo impedía. Entonces echó de menos la juventud y la belleza que tan neciamente había cambiado por una corona y unos tesoros que no le servían para na­da. Además, habiendo sido pastora y estando acos­tumbrada a pasar el día cantando detrás de su reba­ño. Le importunaban los más difíciles negocios de estado, que al cabo y al fin no sabía cómo resolver. Por otra parte, Gisela, acostumbrada a reinar y a las riquezas, habiéndose olvidado de los achaques de la vejez pasada, estaba inconsolable, viéndose tan miserable.
-Pobre de mí -decía. ¿Siempre me he de ver cubierta de andrajos? ¿De qué me sirve mi belleza con un vestido tan mugriento y andrajoso? ¿De qué me sirve ser bella, si no me pueden contemplar más que las gentes groseras de la aldea? Me desprecian y estoy obligada a servir y conducir animales. ¡Ay de mí! ¡Yo era una reina! ¡Qué desventurada soy después de perder mis tesoros y mi corona! ¡oh, si los pudiera tener de nuevo! Es cierto que hubiera muerto pron­to; mas ¿por ventura no mueren también las otras reinas? ¿No es mejor tener el valor de sufrir y de morir, antes que cometer la bajeza que hice para recobrar la juventud?
Corisante oyó que Gisela echaba de menos su primitivo estado y le dijo que, en cualidad de hada, podía deshacer el contrato. Y así cada cual recobró su estado primitivo. Gisela tornó a ser reina vieja y horrible y Corisante recobró su juventud y la po­breza de la aldea. Gisela, consumida por los acha­ques, pronto se arrepintió de su ceguera. Pero Co­risante, invitada a un nuevo cambio, contestó:
-Ahora he probado los dos estados; prefiero ser joven y comer pan negro y cantar todos los días de­trás de los corderillos, que ser reina como vos, entre tantas penas y dolores.

1.092.5 Fenelon (Salignac de la Mothe-Fenelon, François de) - 041

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