Había
una reina llamada Gisela que tenía mucho talento y un gran reino. Tenía un
palacio todo de jaspe, con los techos de plata y muebles labrados de cobre y
de hierro, adornados de diamantes. Esta reina era hada; y le bastaba desear
cualquier cosa para obtenerla en seguida; solamente una cosa no dependía de su
poder, y era que, teniendo cien años cumplidos, no podía recobrar la juventud. Había
sido bella como el día; pero ahora era ya tan vieja y horrible, que los mismos
que le hacían la corte no buscaban sino pretextos para volver la cabeza, tanto
les costaba mirarla. Estaba encorvada, temblorosa, coja y arrugada; era tacaña,
tosía y escupía todo el día, con una angustia que hería el corazón. Estaba
amojamada y casi ciega; alrededor de los ojos tenía una aureola de escarlata y
un poco de barba gris en el mentón. En tal estado no podía mirarse a sí misma
y había mandado quitar todos los espejos de palacio; ni se hacía servir más
que por gentes de mala apariencia, jibosos, cojos y lisiados.
Cierto
día se presentó a la reina una jovencita de unos quince años, maravillosamente
bella, llamada Corisante. En cuanto la vio, exclamó la reina:
-¡Quítenla
de mis ojos!
Pero
la madre de la jovencita objetó:
-Señora;
mi hija es hada y puede concederos en un momento vuestra juventud y vuestra
belleza.
La
reina entonces, abriendo sus ojos, contestó:
-Está
bien; y ¿qué recompensa quiere por ello?
-Vuestros
tesoros y vuestra misma corona -contestó la madre.
A
lo cual contestó a gritos la reina:
-¡Yo
no me despojaré tan fácilmente! ¡Prefiero morir!
Habiendo
desechado los ofrecimientos de la joven, la reina tuvo una enfermedad tan
repugnante, que sus doncellas no podían acercarse a ella para servirla, y los
médicos juzgaron que moriría dentro de pocos días. En tales circunstancias
ordenó que se llamara a la jovencita, rogándole que tomara todas las riquezas y
su corona a cambio de la juventud y la belleza. Pero la jovencita contestó:
-Si
yo tomase vuestros tesoros y vuestra corona, en seguida envejecería y quedaría
tan deforme como vos. Vos no os atrevisteis al cambio y habré de pensar si me
conviene o no.
La
reina le rogó mucho; y como la jovencita no tenía experiencia y era muy
ambiciosa se dejó vencer por el placer de ser reina. El cambio fue acordado; al
momento Gisela se irguió, retornando a la talla majestuosa; su cutis tomó los
más lindos colores; los ojos revivieron y la flor de la juventud floreció en su
rostro, produciendo el encanto de toda la asamblea. Pero fue
preciso partir para la aldea y vivir en una cabaña cubierta de andrajos.
Corisante, al contrario, perdió todas sus bellezas, volviéndose viejecita, y
vivió en el palacio y mandó como una reina. Contemplándose una vez en un
espejo comenzó a suspirar; luego ordenó que en adelante nadie se presentase
ante sus ojos. Quiso consolarse con los tesoros; pero el oro y las pedrerías no
le evitaban los achaques de la ancianidad. Quería danzar como tenía por costumbre
en la aldea con sus compañeras, sobre los prados floridos y a la sombra de los
boscajes; pero no se podía sostener sino ayudada de un bastón. Quiso dar
festines; pero estaba tan mal y tan sin gusto, que los manjares más deliciosos
le causaban náuseas. Había perdido todos los dientes y sólo podía tomar sopa.
Quiso oír conciertos musicales; pero su sordera se lo impedía. Entonces echó de
menos la juventud y la belleza que tan neciamente había cambiado por una corona
y unos tesoros que no le servían para nada. Además, habiendo sido pastora y
estando acostumbrada a pasar el día cantando detrás de su rebaño. Le
importunaban los más difíciles negocios de estado, que al cabo y al fin no
sabía cómo resolver. Por otra parte, Gisela, acostumbrada a reinar y a las
riquezas, habiéndose olvidado de los achaques de la vejez pasada, estaba
inconsolable, viéndose tan miserable.
-Pobre
de mí -decía. ¿Siempre me he de ver cubierta de andrajos? ¿De qué me sirve mi
belleza con un vestido tan mugriento y andrajoso? ¿De qué me sirve ser bella,
si no me pueden contemplar más que las gentes groseras de la aldea? Me
desprecian y estoy obligada a servir y conducir animales. ¡Ay de mí! ¡Yo era
una reina! ¡Qué desventurada soy después de perder mis tesoros y mi corona!
¡oh, si los pudiera tener de nuevo! Es cierto que hubiera muerto pronto; mas
¿por ventura no mueren también las otras reinas? ¿No es mejor tener el valor de
sufrir y de morir, antes que cometer la bajeza que hice para recobrar la
juventud?
Corisante
oyó que Gisela echaba de menos su primitivo estado y le dijo que, en cualidad
de hada, podía deshacer el contrato. Y así cada cual recobró su estado
primitivo. Gisela tornó a ser reina vieja y horrible y Corisante recobró su
juventud y la pobreza de la
aldea. Gisela , consumida por los achaques, pronto se
arrepintió de su ceguera. Pero Corisante, invitada a un nuevo cambio,
contestó:
-Ahora
he probado los dos estados; prefiero ser joven y comer pan negro y cantar todos
los días detrás de los corderillos, que ser reina como vos, entre tantas penas
y dolores.
1.092.5 Fenelon (Salignac de la Mothe-Fenelon, François de) - 041
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