Dos
palomos vivían juntos en un palomar, gozando de una paz profunda. Hendían el
aire con tanta rapidez, que parecían tener inmóviles las alas entendidas en el
aire. Y gozaban volando uno en pos del otro, huyendo y persiguiéndose
mutuamente. Se mantenían del grano que hallaban en el cortijo o en las vecinas
praderas, y gustaban refrescarse en la onda pura de un arroyuelo que
serpenteaba a través de la cerca florida. De allí volvían a su morada, al
palomar blanqueado y lleno de pequeños agujeros, donde pasaban el tiempo en
dulce convivencia con sus fieles compañeros. Sus corazones eran tiernos y su
plumaje lleno de cambiantes, con más matices que los colores del Iris
inconstante. Se oía el dulce arrullo de estos felices palomos y su vida era
deliciosa. Mas uno de ellos, perdiendo el gusto de los goces de la vida
placentera, se dejó seducir por una loca ambición, dejándose llevar por los
proyectos de la
política. Abandonó a su antiguo compañero y cruzó el aire hacia
Levante. Pasó las aguas del Mediterráneo. Con las alas extendidas bogaba por
los aires como el navío de extendidas velas boga sobre el seno de Tetis. Así
llegó pronto a Alejandreta y siguió el camino hasta las tierras de Alepo.
Llegando a este lugar, saludó a las palomas de aquellas tierras, mensajeras
reglamentadas, y les deseó felicidad. Entre aquellas palomas se armó una
algarabía, murmurándose que había llegado un extranjero a su nación después de
hendir espacios inmensos; por este mérito se le otorgó el rango de mensajero y
fue destinado a llevar semanalmente las cartas de un bajá, atadas a la pata
haciendo veintiocho leguas en menos de una jornada. El palomo estaba orgulloso
de llevar consigo los secretos de estado y sentía compasión hacia el pobre
compañero que dejara sin gloria en los agujeros del antiguo palomar. Pero
cierto día, cuando llevaba consigo las cartas del bajá, del cual se sospechaba
su fidelidad al Sultán, quiso éste leer las cartas de aquél, por si tuviese
alguna inteligencia secreta con los oficiales del rey de Persia; y una flecha
lanzada hirió al pobrecito palomo; con una ala atravesada y derramando sangre,
mantúvose todavía un poco en el aire, pero luego cayó y las tinieblas de la
muerte cubrieron para siempre sus sus ojos. Cuando se examinaban las cartas, el
pobre palomo expiró dolorosamente, condenando su vana ambición y recordando la
dulce paz del palomar donde viviera en tanta seguridad con su amigo fiel.
1.092.5 Fenelon (Salignac de la Mothe-Fenelon, François de) - 041
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