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martes, 2 de septiembre de 2014

El palomo castigado por su inquietud

Dos palomos vivían juntos en un palomar, go­zando de una paz profunda. Hendían el aire con tanta rapidez, que parecían tener inmóviles las alas entendidas en el aire. Y gozaban volando uno en pos del otro, huyendo y persiguiéndose mutuamente. Se mantenían del grano que hallaban en el cortijo o en las vecinas praderas, y gustaban refrescarse en la onda pura de un arroyuelo que serpenteaba a través de la cerca florida. De allí volvían a su morada, al palomar blanqueado y lleno de pequeños agujeros, donde pasaban el tiempo en dulce convivencia con sus fieles compañeros. Sus corazones eran tiernos y su plumaje lleno de cambiantes, con más matices que los colores del Iris inconstante. Se oía el dulce arrullo de estos felices palomos y su vida era deli­ciosa. Mas uno de ellos, perdiendo el gusto de los goces de la vida placentera, se dejó seducir por una loca ambición, dejándose llevar por los proyectos de la política. Abandonó a su antiguo compañero y cruzó el aire hacia Levante. Pasó las aguas del Me­diterráneo. Con las alas extendidas bogaba por los aires como el navío de extendidas velas boga sobre el seno de Tetis. Así llegó pronto a Alejandreta y si­guió el camino hasta las tierras de Alepo. Llegando a este lugar, saludó a las palomas de aquellas tierras, mensajeras reglamentadas, y les deseó felicidad. En­tre aquellas palomas se armó una algarabía, murmu­rándose que había llegado un extranjero a su nación después de hendir espacios inmensos; por este mé­rito se le otorgó el rango de mensajero y fue desti­nado a llevar semanalmente las cartas de un bajá, atadas a la pata haciendo veintiocho leguas en menos de una jornada. El palomo estaba orgulloso de llevar consigo los secretos de estado y sentía compasión hacia el pobre compañero que dejara sin gloria en los agujeros del antiguo palomar. Pero cierto día, cuando llevaba consigo las cartas del bajá, del cual se sospechaba su fidelidad al Sultán, quiso éste leer las cartas de aquél, por si tuviese alguna inteligencia secreta con los oficiales del rey de Persia; y una flecha lanzada hirió al pobrecito palomo; con una ala atravesada y derramando sangre, mantúvose todavía un poco en el aire, pero luego cayó y las tinieblas de la muerte cubrieron para siempre sus sus ojos. Cuan­do se examinaban las cartas, el pobre palomo expiró dolorosamente, condenando su vana ambición y recordando la dulce paz del palomar donde viviera en tanta seguridad con su amigo fiel.

1.092.5 Fenelon (Salignac de la Mothe-Fenelon, François de) - 041

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