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martes, 2 de septiembre de 2014

El sol favorece al hijo de las musas

En cuanto el astro rey hubo dejado en paz la amplia bóveda del cielo, al llegar al fin de su carrera hundió sus fogosos caballos en las ondas de la Hes­peria[1]. Todavía la púrpura enrojecía los límites del horizonte que habían inflamado los ardientes rayos en su carrera. El ardor de la Canícula había resecado la tierra; languidecían las plantas; las tiernas flores pendían de los tallos, incapaces de soste-nerlas; los mismos Céfiros retenían su aliento, y el aire que aspiraban los animales sabía a agua tibia.
Entonces la Noche, con sus sombras, fue espar­ciendo un dulce frescor; pero no el suficiente para templar el calor agostador que el día había produ­cido. Pues no pudo la Noche verter sobre los hom­bres abatidos y desfallecidos el rocío, como cuando el Véspero[2] brilla a la cola de los demás luceros, ni la cosecha abundante de adormideras que ofrecen el sueño a la naturaleza fatigada.
Tan sólo el Sol gozaba del profundo reposo en el seno de Tetis[3]; mas no tardó en ser obligado nueva­mente a subir al Carro preparado por las Horas, y avanzar precedido de la Aurora, que siembra de ro­sas su camino; desde la altura oteó el Olimpo cu­bierto por las nubes y contempló las señales de una tempestad que había herido a los mortales durante la noche. Todavía las nubes rezumaban el olor de los vapores sulfurosos que iluminaban los relámpagos, haciendo retumbar amenazantes truenos. Los vien­tos sediciosos habían roto sus cadenas y lanzado profundos bramidos, rugiendo en las vastas exten­siones del cielo, mientras los torrentes caían desde las montañas a los valles.
Aquel cuyos ojos llenos de rayos animan a la na­turaleza toda[4], contemplaba por todas partes los efectos de la más cruel de las borrascas. Y lo que más le conmovía era el hijo pequeño de las Musas, que tan querido le era, a quien la tempestad había arran­cado el Sueño, cuando comenzaba a extender las alas sombrías sobre sus párpados cansados. Entonces hubiera querido poder volver atrás sus caballos con el fin de retardar el día y devolver el reposo a quien lo había perdido.
Por fin dijo:
-Quiero que duerma; el Sueño refrescará su san­gre, calmará su bilis y le devolverá la salud y le dará la fuerza necesaria para imitar las hazañas de Hércu­les. El Sueño le inspirará la tierna dulzura que echaría de menos; con tal que duerma, que ría, que endulce su temperamento, que ame los juegos viriles, que tome placer que-riendo a los hombres y haciéndose amar de ellos, vendrán sobre él, para adornarle, todas las Gracias del espíritu y del cuerpo.

1.092.5 Fenelon (Salignac de la Mothe-Fenelon, François de) - 041



[1] Se daba este nombre a Italia y España; en este contexto se refiere a España, la parte más occidental de Europa, don­de se pone el sol (Eneida, 1, 3).
[2] El planeta Venus, como lucero de la tarde.
[3] Tetis: diosa del mar, y, por extensión poética, el mis­mo mar.
[4] Júpiter (Zeus).

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