En
cuanto el astro rey hubo dejado en paz la amplia bóveda del cielo, al llegar al
fin de su carrera hundió sus fogosos caballos en las ondas de la Hesperia[1].
Todavía la púrpura enrojecía los límites del horizonte que habían inflamado los
ardientes rayos en su carrera. El ardor de la Canícula había resecado la
tierra; languidecían las plantas; las tiernas flores pendían de los tallos,
incapaces de soste-nerlas; los mismos Céfiros retenían su aliento, y el aire que
aspiraban los animales sabía a agua tibia.
Entonces
la Noche, con sus sombras, fue esparciendo un dulce frescor; pero no el
suficiente para templar el calor agostador que el día había producido. Pues no
pudo la Noche verter sobre los hombres abatidos y desfallecidos el rocío, como
cuando el Véspero[2]
brilla a la cola de los demás luceros, ni la cosecha abundante de adormideras
que ofrecen el sueño a la naturaleza fatigada.
Tan
sólo el Sol gozaba del profundo reposo en el seno de Tetis[3];
mas no tardó en ser obligado nuevamente a subir al Carro preparado por las
Horas, y avanzar precedido de la Aurora, que siembra de rosas su camino; desde
la altura oteó el Olimpo cubierto por las nubes y contempló las señales de una
tempestad que había herido a los mortales durante la noche. Todavía las
nubes rezumaban el olor de los vapores sulfurosos que iluminaban los
relámpagos, haciendo retumbar amenazantes truenos. Los vientos sediciosos
habían roto sus cadenas y lanzado profundos bramidos, rugiendo en las vastas
extensiones del cielo, mientras los torrentes caían desde las montañas a los
valles.
Aquel
cuyos ojos llenos de rayos animan a la naturaleza toda[4],
contemplaba por todas partes los efectos de la más cruel de las borrascas. Y lo
que más le conmovía era el hijo pequeño de las Musas, que tan querido le era, a
quien la tempestad había arrancado el Sueño, cuando comenzaba a extender las
alas sombrías sobre sus párpados cansados. Entonces hubiera querido poder
volver atrás sus caballos con el fin de retardar el día y devolver el reposo a
quien lo había perdido.
Por
fin dijo:
-Quiero
que duerma; el Sueño refrescará su sangre, calmará su bilis y le devolverá la
salud y le dará la fuerza necesaria para imitar las hazañas de Hércules. El
Sueño le inspirará la tierna dulzura que echaría de menos; con tal que duerma,
que ría, que endulce su temperamento, que ame los juegos viriles, que tome
placer que-riendo a los hombres y haciéndose amar de ellos, vendrán sobre él,
para adornarle, todas las Gracias del espíritu y del cuerpo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario