Un
gato, haciéndose el bonachón entró en el vivero de conejos, y éstos, alarmados
se hundieron más en sus agujeros. Y como el recién venido se pusiera en acecho
detrás de un montón de tierra, los diputados de la nación conejil, que habían
observado sus terribles garras, se presentaron a la entrada y lo más lejos
posible del gato, para preguntarles cuáles eran sus preten-siones. El gato, con
voz melosa, protestó que solamente quería estudiar las costumbres de aquella
nación, pues en calidad de filósofo había viajado por todos los países con el
fin de informarse sobre las costumbres de cada una de las especies animales.
Los diputados, simples y crédulos, retornaron a sus hermanos para
manifestarles que aquel extranjero, tan venerable por su porte modesto y su
majestuosa piel, no era más que un filósofo sobrio, desinteresado y pacífico,
que iba buscando la sabiduría, de país en país; que venía de otros muchos
países donde había visto grandes maravillas; que tendría mucho placer y muchos
deseos de entenderlos, sin el menor deseo de molestar a los conejos, pues
creía, como buen brahmán, en la metempsicosis y no comía de ningún alimento
que hubiese tenido vida. La asamblea se sintió impresionada con tan bello
discurso. En vano un conejo anciano muy astuto, que ejercía la profesión de
médico de familia, manifestó las sospechas que le producía aquel grave
filósofo; a pesar de esto, fue, no obstante, el brahmán, quien, como primer
saludo, estranguló a siete u ocho de aquellos pobres conejos. Los otros ganaron
más que a prisa sus agujeros, desengañados y bien arrepentidos de su falta.
Entonces don Mitis se volvió a la entrada del vivero, protestando de su
cordialidad, que muy a pesar suyo había causado aquellos asesinatos, estimulado
por la necesidad; pero que en adelante viviría de los otros animales, firmando
con los conejos una alianza eterna. Con esto los conejos entraron en
negociaciones con él, desde luego a respetuosa distancia de sus garras. Las
duras negociaciones fueron entretenidas. Entretanto, un conejo de los más
ágiles salió por la parte trasera y fue a advertir a un pastor vecino que solía
cazar en el lago aquellos conejos bien nutridos de enebro. El pastor, irritado
contra el gato exterminador de un pueblo tan útil, corrió a la madriguera con
el arco y las flechas, y apercibiendo al gato, atento a su proeza, le disparó
una de ellas, y entonces el gato, expirando, dijo estas últimas palabras:
-Quien
engaña una vez, pierde toda la confianza; y luego es odiado, temido y
detestado, y finalmente cogido en sus propias redes.
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