Cierto
día las abejas volaron hasta el Olimpo, llegando hasta los pies del trono de
Júpiter para recordarle que tuviese cuidado de ellas en atención al que ellas
habían tenido de él, nutriéndole con su miel en el monte Ida, durante su
infancia. Júpiter hubiera querido concederles los primeros honores sobre los
demás animales, pero Minerva, que preside las artes, le hizo presente que
había otra especie que disputaba a las abejas la gloria de las invenciones
útiles. Júpiter quiso saber el nombre de esta especie, y le contestó Minerva:
-Son
los gusanos de seda.
Entonces
el Padre de los dioses ordenó a Mercurio que le llevase sobre las alas de los
dulces céfiros, los diputados de aquel pequeño pueblo, a fin de poder juzgar
después de oír ambas partes.
La
abeja embajadora de su nación le hizo presente la dulzura de la miel, que es
néctar de los hombres,
su
utilidad y el arte con que es elaborada; después le habló también de las leyes
políticas por que se rige la república de las colmenas.
-Ninguna
otra especie -decíale- puede vanagloriarse de esto, y es una recompensa haber
podido nutrir en una cueva al Padre de los dioses. Además nosotras poseemos el
valor bélico cuando nuestra reina anima a las tropas en los combates... ¿Es
posible que estos viles y despreciables insectos osen discutirnos el primer
rango? Ellos no saben más que arrastrarse, mientras que nosotras hendimos el
aire con nuestro noble vuelo y con nuestras alas doradas subimos hasta los
astros.
El
embajador de los gusanos contestó:
-Nosotros
no somos más que pequeños gusanillos; no tenemos aquel gran valor para los
combates, ni aquellas sabias leyes; pero cada uno de nosotros ostenta las
maravillas de la naturaleza y se consume en un trabajo útil. Sin necesidad de
leyes vivimos en paz, de modo que nunca se da la guerra entre nosotros,
mientras que las abejas luchan al cambio de cada reina. Nosotros tenemos las
virtudes de Proteo que cambiaba de formas. Unas veces somos pequeños gusanos
compuestos de once pequeños anillos entrelazados con la variedad de los más
vivos colores que se admiran en las flores de los jardines. Y enseguida
hilamos para que los hombres se vistan ricamente, para adornar los tronos y
los templos de Dios con magnificencia. Luego nos transformamos en bellota
viva, palpitante, envuelta en una seda, que no es como la miel que se corrompe,
sino que perdura... Después de estos procedimientos nos tornamos mariposas
profusamente adornadas de los más ricos colores. Y entonces no cedemos nada a
las abejas, puesto que en vuelo llegamos hasta las puertas del Olimpo. Juzgad,
pues, Padre de los dioses.
Júpiter
hallábase apurado para decidirse: pero al fin declaró que el primer rango
correspondía a las abejas por los derechos adquiridos en los tiempos atavicos.
-¿Por
qué degradarlas? -dijo: yo les estoy agradecido; pero creo que los hombres
deben aún más a los gusanillos de seda.
1.092.5 Fenelon (Salignac de la Mothe-Fenelon, François de) - 041
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