Schaj-Abbas,
rey de Persia, se separó una vez de la corte con objeto de viajar por la
campiña sin ser conocido y observar la vida de los pueblos en su estado
natural. No llevaba consigo más que a uno de sus cortesanos. El rey le había
dicho:
-Yo
no tengo ningún conocimiento de las verdaderas costumbres de los hombres; todo
lo que nos llega viene disfrazado; es el arte y no la naturaleza tal cual lo
que se nos enseña. Yo pretendo estudiar la vida rústica y tratar a esta clase
de hombres tan menospreciada, siendo el verdadero sostén de la sociedad
humana. Estoy ahíto de tener cortesanos que no hacen más que sorprenderme para
lisonjearme; es preciso ir a ver a campesinos y a pastores que no me conocen.
Y
así pasó con su confidente a través de muchas aldeas, donde se danzaba; y se
encontró satisfecho hallando lejos de la corte placeres tan simples y poco dispendiosos.
Comió
en una cabaña, y, sintiendo mucha hambre, los groseros alimentos que le
ofrecieron le parecieron más agradables que los manjares más exquisitos de la
real mesa.
Pasando
por un prado cuajado de flores, bordeado de un claro riachuelo, vio a un joven
pastor que tocaba la flauta a la sombra de un olmo corpulento.
Llegó
hasta él, lo examinó, quedando prendado de su agradable fisonomía y su talante,
tan simple e ingenioso como noble y gracioso. Los harapos que le cubrían no
menguaban su belleza. El rey creyó que se trataba de algún joven de familia
ilustre venida a menos; pero el pastor le dijo que sus padres vivían en la
vecina aldea, y que su nombre era Alibeo. A medida que el rey le hablaba, iba
descubriendo en él un espíritu firme y juicioso. Tenía los ojos llenos de vivacidad,
pero nada ardientes y terribles; su voz era dulce e insinuante y hería hasta lo
hondo; sus facciones eran finas, pero muy alejadas de la feminidad.
Este
pastor tendría unos dieciséis años y se conceptuaba a sí mismo ni más ni menos
que los demás pastores de la vecindad; sin haber sido educado, había aprendido
lo que sabía de los demás. El rey le entretuvo familiarmente, quedando prendado
de él; por él supo que los reyes tienen un conocimiento falso de los pueblos,
por causa de los hombres lisonjeadores que los rodean, y quedaba complacido de
la honradez de aquel joven que nada le ocultaba al preguntarle. Y fue para el
rey un gran descubrimiento oír hablar sin afectación ni engaño. Después hizo
seña al cortesano que lo acompañaba para que no revelase su realeza; pues temió
que Alibeo perdiera, al conocerlo, la libertad y la gracia. Y así dijo,
reservada-mente, al cortesano:
-Veo
perfectamente que la naturaleza no es menos hermosa en las gentes de baja
condición que en los de posición elevada. Nunca me parecería mejor el hijo del
rey que este pastorcito que apacienta sus corderos. Y aún sería dichoso si mi
hijo fuese tan hermoso, tan sensato y tan amable como éste, seguramente si
este joven tuviese medios de ser educado llegaría a ser un gran hombre. Quiero
educarlo.
El
rey se llevó consigo a Alibeo, le hizo aprender a leer, a escribir y a contar,
y le dio maestros en las ciencias y artes que adornan el espíritu. De pronto
fue un poco maleado en la corte, cambiando un poco su corazón, porque la edad y
la protección de la fortuna alteraron un poco su sabiduría y su moderación. En
vez del cayado, la flauta y sus harapos, vestía de púrpura cuajada de oro y
llevaba en la cabeza un turbante lleno de pedrería. Su belleza eclipsaba
cuanto de hermoso tenía la
corte. Se hizo hábil para llevar los asuntos más delicados y
mereció la confianza de su protector, el cual, conociendo el gusto exquisito
por las magnificencias del Palacio, le dio un cargo muy respetable en Persia:
guardar las pedrerías y muebles preciosos del príncipe.
Durante
la larga vida del gran Schaj-Abbas, la privanza de Alibeo fue creciendo más y
más. Y a medida que crecía en edad, más se acordaba de su antigua condición, y
con frecuencia la deploraba.
-¡Oh,
hermosos días -decía consigo mismo- en que todo me era grato y gozaba de unos
placeres puros y sin peligro! ¿No volveréis más? Quién me privó de ellos y me
dio tantas riquezas me hizo desgraciado.
Quiso
volver a ver su aldea, y se enterneció visitando aquellos lugares donde tantas
veces había danzado, cantado y tocado la flauta con los demás zagales. Dejó
bienes a todos sus parientes, y el mejor de todos, cual es el precioso consejo
de no querer abandonar la vida campesina para sufrir las desventuras de los
cortesanos.
Él
los probó bien. Después de la muerte de su protector, el hijo de éste,
Schaj-Sefi, subió al trono. Los cortesanos, llenos de envidia y siempre halagadores,
le previnieron contra Alibeo.
-Abusaba
-dijéronle- de la confianza del rey; amasó grandes riquezas y distrajo cosas de
gran valor, de las cuales era sólo depositario.
Schaj-Sefi
era un joven príncipe bastante crédulo, inaplicado y poco discreto; su afán
consistía en deshacer lo hecho por su padre, pretendiendo hacerlo mejor. Con
el fin de hallar un pretexto para desposeer a Alibeo de su cargo, siguiendo el
consejo de sus cortesanos, le mandó que entregase una cimitarra ornada de
diamantes, de un valor inmenso, que el rey acostumbraba llevar en los combates.
Schaj-Abhas había hecho quitar de la cimitarra los brillantes, y Alibeo pudo
demostrar, con testigos, que esto sucedió antes que Alibeo obtuviera el cargo.
Cuando los enemigos vieron que con aquel pretexto Schaj-Sefi no había
conseguido nada, aconsejá-ronle que le ordenase un inventario exacto de los
muebles en el término de quince días, al cabo de los cuales el rey mismo quiso
pasar revista a sus tesoros. Alibeo abrió todas las puertas y le enseñó cuanto
había sido confiado a su custodia. Nada faltaba; todo estaba en orden, limpio y
bien conservado. El rey, asombrado al encontrar tanto oro y tanta exactitud en
todas partes, se hallaba casi en favor de Alibeo, cuando observó, en el fondo
de una gran galería llena de muebles preciosos, una caja de hierro cerrada con
grandes cerrojos.
-Allí
es -dijéronle reservadamente los cortesanos- donde Alibeo guarda las cosas
preciosas que os ha robado.
Entonces
el rey, encolerizado, gritó:
-¡Quiero
lo que hay detrás de esta puerta! ¿Qué has puesto aquí? ¡Ábrela!
Alibeo
se echó a sus pies y le conjuró en nombre de Dios que le permitiese no enseñar
lo que tenía de más precioso en la tierra.
-No
es justo -díjole- que yo pierda en un momento lo único que me queda, después de
haber trabajado tantos años al servicio del rey, vuestro padre. Quitadme, si os
place, todas las riquezas, pero dejadme que conserve esto.
El
rey ya no dudó más que aquella caja de hierro contenía el tesoro adquirido por
Alibeo con sus malas artes; y alzando la voz, le ordenó que la abriera enseguida.
Cogió las llaves y abrió la
caja. Pero , ante el estupor de todos, no se halló en ella
otra cosa que el sombrero, la flauta y el vestido de pastor que en otro tiempo
había usado Alibeo; objetos que guardaba con cariño, porque no quiso nunca
echar en olvido su primitiva condición.
-He
aquí -dijo, ¡oh, gran rey!, los preciosos tesoros de mi antigua felicidad; ni
la fortuna, ni vuestro poder me los pueden quitar. Este es el tesoro que yo
conservo para enriquecerme cuando vos me hagáis pobre. Quitadme todo lo demás;
dejadme tan sólo estos recuerdos de mis buenos tiempos. Ved que estas riquezas
son tan simples e inocentes como dulces, para los que se contentan con lo
necesario, sin dejarse atormentar por lo superfluo. Los frutos de estos bienes
son la libertad y la seguridad; bienes que nunca embarazan. ¡Oh, bienes
queridos de una vida modesta y feliz, cuánto os aprecio! Con ellos quiero vivir
y morir. Los demás bienes vinieron para engañarme y turbar mi descanso. Yo os
lo devuelvo, ¡oh, gran rey!, puesto que me vinieron por vuestra liberalidad. No
deseo sino que me dejéis este tesoro que tenía en mi poder cuando me llamó
vuestro padre para ser tan desgraciado.
El
rey, después de escuchar estas palabras, comprendió la inocencia de Alibeo, e
indignado contra
los
cortesanos que le habían querido perder, los echó lejos de sí. Nombró a Alibeo
primer oficial de la corte y le encargó los asuntos más secretos; pero Alibeo
no abandonó por ello su antiguo vestido, pensando que a lo mejor tendría que
usarlo de nuevo si la fortuna, inconstante, se le ponía adversa. Murió
extremadamente viejo, sin vengarse de sus enemigos, sin amasar riquezas y sin
dejar a los parientes más que lo suficiente para que pudiesen vivir bien, en
sus condiciones de pastores, cuyo oficio creyó siempre el más feliz de cuantos
pueden desearse.
1.092.5 Fenelon (Salignac de la Mothe-Fenelon, François de) - 041
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