En
el país de los Celtas, donde en tiempos añejos moraban los druidas, existía un
bosque sombrío cuyas encinas, tan antiguas como la Tierra, habían visto las
aguas del diluvio y conservaban, bajo sus frondosas ramas, la noche profunda
aun en medio del día. Por este bosque corría una fuente más clara que el
cristal, que daba el nombre al lugar. Diana perseguía con frecuencia con sus
dardos, por aquel bosque, a los ciervos y a los gamos, entre las rocas
escarpadas y salvajes. Después de haber cazado ardorosamente, se bañaba en las
puras aguas de la fuente, cuya Náyade honrábase haciendo las delicias de la
Diosa y de sus Ninfas.
Cierto
día, Diana hirió a un jabalí más grande y furioso que aquel que en Calidonia
cazaran[1];
tenía el dorso cubierto de una piel dura y tan erizada y horrible como las
picas de un batallón. Sus ojos brillaban llenos de sangre y de fuego. Echaba
de su horrible boca hinchada espuma mezclada con sangre negra; su monstruosa
cabeza semejaba la corva proa de un navío. Estaba sucio y cubierto con el
estiércol de la pocilga donde solía echarse. Los resoplidos salían de su pecho
agitando el aire y haciendo un ruido formidable. Atacó rápido como el rayo; destrozó
las doradas mieses, desolando la vecina campiña. Abatió los elevados troncos
de los árboles más duros, afilando en ellos sus defensas. Y éstas quedaron
agudas y tajantes como las curvas espadas persas. Los trabajadores, llenos de
miedo, refugiábanse en las aldeas; los pastores, abandonando los débiles rebaños,
erraban por los pastos, corrían hacia sus cabañas. Todo era consternación; ni
aun los cazadores, armados de dardos y largas picas, osaban penetrar en el
bosque. Entonces Diana, sintiendo compasión de aquel país, avanzó con su dorado
carcaj y sus flechas. Una muchedumbre de ninfas la seguía, pero ella sobresalía
a todas, más ligera que los Céfiros y más pronta que los rayos. Viendo al
monstruo furioso, le disparó una de sus flechas bajo la oreja izquierda, donde
la espalda comienza, y salió de la herida una oleada de sangre; los mugidos de
la bestia resonaron en el monte, pero en vano enseñaba sus colmillos prontos a
herir a su enemigo. Las Ninfas temblaban. Entonces Diana avanzó y poniendo su
pie sobre la cabeza de la bestia le hundió el dardo; luego, al verse salpicada
con la sangre del jabalí que había caído a sus pies, fue a bañarse a la fuente,
satisfecha de haber librado a la campiña de aquel monstruo.
1.092.5 Fenelon (Salignac de la Mothe-Fenelon, François de) - 041
[1] Furiosa por un desaire, Diana envió un jabalí salvaje para que asolara
Calidonia, capital de Etolia. El monstruo fue cazado y abatido por una partida
de héroes y semidioses, entre los que se encontraban Jasón, Meleagro, Atalanta,
etc.
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