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martes, 2 de septiembre de 2014

Cacería de diana

En el país de los Celtas, donde en tiempos añejos moraban los druidas, existía un bosque sombrío cuyas encinas, tan antiguas como la Tierra, habían visto las aguas del diluvio y conservaban, bajo sus frondosas ramas, la noche profunda aun en medio del día. Por este bosque corría una fuente más clara que el cristal, que daba el nombre al lugar. Diana perseguía con frecuencia con sus dardos, por aquel bosque, a los ciervos y a los gamos, entre las rocas escarpadas y salvajes. Después de haber cazado ar­dorosamente, se bañaba en las puras aguas de la fuente, cuya Náyade honrábase haciendo las delicias de la Diosa y de sus Ninfas.
Cierto día, Diana hirió a un jabalí más grande y furioso que aquel que en Calidonia cazaran[1]; tenía el dorso cubierto de una piel dura y tan erizada y ho­rrible como las picas de un batallón. Sus ojos bri­llaban llenos de sangre y de fuego. Echaba de su horrible boca hinchada espuma mezclada con sangre negra; su monstruosa cabeza semejaba la corva proa de un navío. Estaba sucio y cubierto con el estiércol de la pocilga donde solía echarse. Los resoplidos salían de su pecho agitando el aire y haciendo un ruido formidable. Atacó rápido como el rayo; des­trozó las doradas mieses, desolando la vecina cam­piña. Abatió los elevados troncos de los árboles más duros, afilando en ellos sus defensas. Y éstas queda­ron agudas y tajantes como las curvas espadas persas. Los trabajadores, llenos de miedo, refugiábanse en las aldeas; los pastores, abandonando los débiles re­baños, erraban por los pastos, corrían hacia sus ca­bañas. Todo era consternación; ni aun los cazadores, armados de dardos y largas picas, osaban penetrar en el bosque. Entonces Diana, sintiendo compasión de aquel país, avanzó con su dorado carcaj y sus flechas. Una muchedumbre de ninfas la seguía, pero ella sobresalía a todas, más ligera que los Céfiros y más pronta que los rayos. Viendo al monstruo furioso, le disparó una de sus flechas bajo la oreja izquierda, donde la espalda comienza, y salió de la herida una oleada de sangre; los mugidos de la bestia resonaron en el monte, pero en vano enseñaba sus colmillos prontos a herir a su enemigo. Las Ninfas temblaban. Entonces Diana avanzó y poniendo su pie sobre la cabeza de la bestia le hundió el dardo; luego, al verse salpicada con la sangre del jabalí que había caído a sus pies, fue a bañarse a la fuente, satisfecha de haber librado a la campiña de aquel monstruo.

1.092.5 Fenelon (Salignac de la Mothe-Fenelon, François de) - 041






[1] Furiosa por un desaire, Diana envió un jabalí salvaje para que asolara Calidonia, capital de Etolia. El monstruo fue ca­zado y abatido por una partida de héroes y semidioses, entre los que se encontraban Jasón, Meleagro, Atalanta, etc.

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