Agobiado por la sed, llegó un
ciervo a un manantial. Después de beber, vio su reflejo en el agua. Al
contemplar su hermosa cornamenta, sintióse orgulloso, pero quedó descontento
por sus piernas débiles y finas. Sumido aún en estos pensamientos, apareció un
león que comenzó a perseguirle. Echó a correr y le ganó una gran distancia,
pues la fuerza de los ciervos está en sus piernas y la del león en su corazón.
Mientras el campo fue llano, el
ciervo guardó la distancia que le salvaba; pero al entrar en el bosque sus
cuernos se engancharon a las ramas y, no pudiendo escapar, fue atrapado por el
león.
A punto de morir, exclamó para sí
mismo:
-¡Desdichado soy! Mis pies, que
pensaba que me traicionaban, eran los que me salvaban, y mis cuernos, en los
que ponía toda mi confianza, son los que me pierden.
Muchas veces, a quienes creemos más indiferentes, son
quienes nos dan la mano en las congojas, mientras que los que nos adulan, ni
siquiera se asoman.
1.023.5 Esopo
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