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viernes, 20 de septiembre de 2013

Un desorden fatal

Un Agonizante, a quien le habían dispa­rado, fue apremiado por oficiales de la ley para que hiciera una rápida declaración.
-Usted fue atacado sin provocación, por supuesto -manifestó el Fiscal del Dis­trito, preparándose para asentar la respues­ta.
-No -replicó el Agonizante, yo fui el agresor.
-Sí, entiendo -dijo el Fiscal del Dis­trito; usted cometió la agresión... fue obli­gado a hacerlo. Lo hizo en defensa propia.
-No creo que me hubiera dañado si yo lo hubiese dejado en paz -dijo el mori­bundo. No... creo que era un hombre pacífico, incapaz de matar una mosca. Le hice soportar tanta presión que él, natural­mente, tenía que sucumbir... no pudo aguantar. Honestamente, si se hubiera ne­gado a dispararme, no veo cómo yo podría haber seguido tratándolo.
-¡Santo Cielo! -exclamó el Fiscal del Distrito, arrojando su cuaderno de apuntes y su lápiz. Esto es completamente anó­malo. No puedo utilizar como declaración últimas palabras como estas.
-Nunca he visto a un hombre que di­ga la verdad cuando muere violenta-mente -dijo el jefe de Policía.
-¡No hay ninguna violencia! -contes­tó el Médico Policial, sacando e inspec­cionando la lengua del hombre. Es la verdad la que lo está matando.

1.007.5 Briece (Ambrose)

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